Los poemas de Alain Lawo-Sukam son una excitante experiencia de cruce de lenguas, en cuyo centro late una palabra y un sentimiento: África.
› Por Susana Cella
No son pocas las ediciones de libros de poemas bilingües, donde como en eco, en espejeos, la lengua en que fueron escritos es trasladada –traducida– a otra, en algunas ocasiones no frecuentes, por el propio autor. Ahora, cuando uno se encuentra con un libro trilingüe y más, escrito por alguien proveniente de un país donde el inglés y francés conviven con más de doscientas lenguas locales, esto es, en las diferentes regiones de Camerún, bien cabe preguntarse por qué la versión original es en castellano, y se le suman otras dos, en inglés y en francés. El peculiar volumen es el resultado de la experiencia de Alain Lawo-Sukam, autor de Sueño con Africa, nacido en un pueblito llamado Bangwa, doctorado en Español en Illinois y actualmente profesor en Texas A&M. Latinoamérica y Africa pudieron reunirse en sus ensayos a partir del interés en la literatura afro-latinoamericana, hispano-africana, afro-francesa, estudios poscoloniales y culturales. Con todo, ¿por qué escribir poemas en castellano? Al parecer, esta lengua fluyó y se impuso por sobre las nativas francesa e inglesa. Seguramente también mucho tuvo que ver la copiosa lectura de poesía en castellano. Como dice su colega en la universidad y también poeta, el uruguayo Eduardo Espina, en un postfacio a la edición: “optó por el español, o mejor dicho, este idioma lo adoptó. Le trajo una escucha, una retórica, una prosodia y varias intrigantes eufonías”.
Estructurado en tres partes, “Ritmo de mi tierra”, “Noche de silencio” y “Grito del alma”, un nombre como espacio y tiempo unidos, es incesante presencia: África. En versos que parecen desgranarse naturalmente, pero que sin embargo no hacen sino poner en escena una compleja trama entrevista en los meandros de los poemas al sumar vocablos diversos –sean palabras en lenguas de la tierra o llegadas a ella, sea en nombres propios– se expresa simultáneamente el núcleo generador de los textos, África, y una concepción de la poesía como necesidad vital, interrogación permanente sobre el sentido de la escritura en relación con la propia existencia, con el lugar natal, con el destino de un continente, con el modo de estar e intervenir en el mundo. Un mundo que desde el corazón africano se expande en lenguas, las de los conquistadores y las atesoradas en relatos, leyendas y cuentos escuchados desde la infancia asociada profundamente a la tierra que se hace lejana en el exilio: “Tristeza que resuena en mi alma/ como un golpe de djembe. Melancólica aventura: te aborrezco/ pero tengo que marcharme... Lejos de ti, sin ti/ mis cantos son ilusiones silenciosas”. El conjunto de significantes multilingües es la materia prima que al trabar relaciones dota a los poemas de un particular espesor fruto de los enlaces que desencadena la traducción. La cual, según Cecilia Maugeri (también en el postfacio), “como tarea nos lleva a encontrarnos con el origen de las palabras, el basamento, el lugar donde cada lengua es una sutileza, una leve variación de la necesidad más primitiva de comunicarnos”. Y efectivamente, eso que se busca soslayando la ilusoria transparencia del lenguaje, la supuesta palabra directa y fácil, intenta, en cambio, tender lazos a través de heterogéneas resonancias. Es lo que se percibe en este texto, que, más que un poemario trilingüe es un coro polifónico, donde todas las voces cantan sentires y pesares, sueños o desventuras y alzan también plegarias como en “Levanto mis ojos”, en favor de que “emerja la esperanza enterrada/y broten trigos nuevos en África”, cuyo despertar añorado precisamente cierra el libro.
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