Domingo, 16 de marzo de 2014 | Hoy
Incidentes sustantivos y verbales. Luz y aire. Palabras dobles: la música de Buenos y las presencias íntimas de Vallejo y Gelman pueblan los últimos poemas de Susana Cella.
Por Daniel Gigena
El sexto libro de poemas de Susana Cella, si bien prosigue una fluida corriente que empuja sensaciones nombradas como en puntas de pie y, en otras ocasiones, impone impresiones certeras sobre un mundo en pugna, adquiere un estatus diferente. Julia Sarachu, la editora de Gog y Magog, organizó el material de la poeta (y crítica, y novelista y docente universitaria) de manera tal que puede leerse en Incidentes, una narración soterrada, ambientada en tres zonas o instancias que van del universo de los sentidos al mundo objetivo (y trágico). “Hay algo de la dimensión de lo narrativo armándose como una coreografía de conjunto –dice Cella acerca de este aspecto de su nuevo libro–. He estado escribiendo algunos textos a partir de lo que llamé provisoriamente ‘palabras dobles’ (aunque son mucho más que dobles), pensando en que una misma palabra puede orientar sentidos distintos, incluso tener distinta cualidad gramatical; así, ‘incidentes’, como sustantivo, sirve para poner en escena hechos mediante cavilaciones, descripciones y hasta algún episodio o fragmento de algo mayor. Y como participio presente del verbo incidir, incidente es lo que incide, lo que promueve algún efecto, lo que no pasa sin dejar huella.”
Esa vía de lectura habilitada, sin embargo, no pierde peso ante el misterio y la gravedad –en el sentido majestuoso del término– de cada poema. La mayoría, excepto algunos que se traman en formas breves de no más de quince versos, sostiene tiradas de largo aliento, complejas, en las que destellan (o se desvanecen, ocultos por el ritmo, una escena o una elisión imprevisible) neologismos y grafías inauditas, creaciones verbales que Cella parece haber heredado de la poesía de César Vallejo y de Juan Gelman. No sin dar a ese gesto un carácter de tentativa: “Podría decirse una palabra que, por lo visto y sentido,/ aquí en este ahora no acude” (“Vacío turbio”). Esa palabra existe, pero –por un grado de autonomía o de libertad (y ése quizá sea el denominador común de los poemas de Incidentes)– no llega al poema, que –no está de más adelantarlo– así concluye. En poemas como “Luz viando” o “Como te parezca, aire” –ambos elementos, aire y luz, predominan en la constelación que el libro establece– se conjugan bajo diferentes sujetos o personajes (del yo al nosotros) y en formaciones en escorzo de la sintaxis, aspectos centrales de la escritura de Cella. El impulso educado (“Luz es luz y aun aminorada, turbia o entredicha,/ luz es luz y vale siempre. Vale de todo valer/ y de toda maravilla o desencanto. Luz más luz brillando”), la interpelación (“Soplá soplá viento de invierno”), el coraje y la postulación de una realidad sin ilusiones (sin tonterías) se acompasan en los versos medidos, siempre congruentes y estrictos, escritos “para la dura y el durar”, como se lee en el táctico poema “Dispuestas las estructuras”.
En “Nessun dorma”, una ironía rioplatense invade el escenario de una fiesta lúgubre. Este complejo poema narrativo cuenta en la superficie los avatares de un baile entre una mujer (“Avanzó deslumbrando la miseria de lo que moría./ Nueva princesa plebeya de carne buena”) y un hombre en las postrimerías de una fiesta, seguidos de cerca por un observador interesado y sin esperanzas. Pero, como sucede habitualmente en una escritura que opera por superposición y añadidura de pliegues inesperados, también reproduce verbalmente esa música que no alcanzamos a oír: “Desdeñar no puede el hombre/ la invitación al baile que siquiera parcial/ lo devuelve, ensoñado, al tiempo ido/ y en giros disimula cuanto puede/ su resucitada emoción”.
La literatura, la música, la pintura y la danza –junto con el sufrimiento y la valentía, con el paisaje porteño y con una fauna de seres legendarios u ordinarios (“sierpes ruidosas”, tiburones de ojos azules, aguas vivas), criaturas que se convierten en vehículos de imágenes y filiaciones literarias– actúan a la vez como objeto y como matriz de los poemas de Cella. Como en una recitación de episodios, Pierrot, Teresa de Avila, Ernest Hemingway, el Barroco y la música de Buenos Aires (sin olvidar el peso de la historia que recae sobre los más débiles: “amparos interdictos, condenas anticipadas/ y miserias pendientes a cualquiera”) se entreveran, para usar una palabra clave de su literatura, en la necesidad impostergable de escribir.
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