Domingo, 6 de abril de 2014 | Hoy
En su segundo libro de poemas, Gabriela Franco corrobora la marca inicial de Los que van a morir, en una continuidad que, sin embargo, mantiene su postura por afuera de los cánones.
Por Irene Gruss
De vez en cuando, muy de vez en cuando, aparece el segundo libro de un autor que corrobora la marca inicial, no sólo la sostiene por crecimiento y madurez sino que se explaya, a la manera de un cordel tenso, afirmado en esa voz personal. Gabriela Franco (Buenos Aires, 1970), que de ella se trata, comenzó tímidamente a publicar en plaquetas y en 2007 sorprendió con su Los que van a morir (Ediciones en Danza), en donde puede leerse, por ejemplo, “se deshace en las manos/ el abrazo/ la ausencia escrita/ desobediente/ los pies quietitos/ pastando entre gusanos/...se viene la fiesta eterna/ un deseo/ envejecer”.
Parca en el decir y en un moverse de manera absoluta off the canon, hoy arriba esta rara nave que es Modos de ir, un poemario al que, por fortuna, es más que difícil de clasificar y/o disminuirlo a entidades varias como movimientos, poéticas, asociaciones ridículamente inventadas para no hablar, nunca o casi nunca, de escritura. Por momentos herméticas, por momentos aparentemente obvias, las ideas han sido enlazadas, dichas, de un modo que obliga a volver a leer, para pensar, para escudriñar y, sobre todo, para ver cómo lo hace, cómo construye. Hay placer en ese trabajo; hay lo que debe y quiere hacer el lector.
Antes dije nave y dije bien, porque Franco nos va llevando a lo largo de este libro a zonas, climas extraños, a convivir, al fin, con la perplejidad, como un Stalker casi devastado y sin embargo utópico. Si en Los que van a morir decía: “La mujer da paso a la llegada de los niños/ amortigua la partida de este mundo// la mujer es una puerta”, ahora escribe: “Sobrevivir/ sin marcas// así la guarida/ en el instinto salvaje/ de la maternidad”; o bien: “Tiro una piedra/ el silencio acampa en la caída// lanzo una soga/ en la noche inmensa/ en el negro brea/ en el vacío compacto// tiro una piedra/ la oscuridad la devora sin sonido (...)”. Es una fiesta notar cómo asciende, selecciona, gira la poesía de un autor, resistiendo, hacia esta solidez. Al decir de Joan Miró, tener esa sorpresa en el espíritu.
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