Domingo, 13 de abril de 2014 | Hoy
En La soberbia juventud, el escritor chileno Pablo Simonetti logra armar una novela con ribetes de melodrama alrededor de ciertos círculos de la clase alta, la homosexualidad y la sombra agazapada de la religión. Una visión áspera pero no carente de optimismo en el futuro bajo la sombra de los grandes relatos de las elites y la guía sutil de El Gran Gatsby.
Por Claudio Zeiger
Los relatos sobre las clases altas escritos desde su interior y a partir de cierta necesaria distancia crítica suelen focalizar en la decadencia, la descomposición lenta e inexorable de una elite, un grupo familiar o de todo un estamento social. De Proust a Giorgio Bassani (Vittorio De Sica incluido), de Donoso a Mujica Lainez, el desasimiento, la locura, los efectos disolventes del paso del tiempo, marcan nudos de esa decadencia en caída libre y tempo ralentado. Podría agregarse un modelo que, sin contradecir esta línea, abrió una mirada diferente y modernista, algo más líquida y evanescente: El Gran Gatsby, libro que –nos enteramos avanzada la novela– relee el narrador la noche del 27 de febrero de 2010, cuando se produjo el terrible terremoto en Chile. El dato, bien deslizado en el texto de Pablo Simonetti, vendría a revelar más que una fuente de inspiración directa, la elección de un modus operandi, un ángulo para encarar el relato de unas vidas a través de los ojos (y oídos) atentos de un narrador testigo, emocionalmente tan implicado como autocontrolado. Pero hay algo que aclarar de entrada: en La soberbia juventud, la clase alta de su país, Chile, no es ni débil ni decadente. Por supuesto que en su lucha contra el Tiempo será fatalmente derrotada, pero mientras tanto tiene estirpe, poder, y una organización religiosa que la sostiene y dirige en las sombras, el Opus Dei. Este es el horizonte en el que Pablo Simonetti instala su drama de sexo, riqueza y clase. No se priva ni de poner como centro de la intriga una herencia cuantiosa ni un cambio de testamento, y las mujeres ricas y tremendas sufren de accidentes cerebrales (el sida ha dejado su lugar a los desórdenes neurológicos). Hay momentos de alto melodrama y una constante conflictividad dramática, y a pesar de ciertos desbalances la novela de Simonetti es siempre muy interesante.
Se habló de sexo, dinero, clase. Se podría agregar alta cultura, arte refinado y un poco frío, buenas costumbres y estilo. Pero el núcleo obsesivo de este libro es la juventud soberbia del título y en los varios sentidos de “soberbia”. Algo grandioso y también arrogante. Su portador es Felipe Selden. Hombres y mujeres maduros giran a su alrededor y esperan, en definitiva, el momento en que su juventud soberbia se incline ante la vida, el destino. El narrador en particular, el escritor Tomás Vergara, gran personaje agazapado, espera con paciencia y astucia el momento en que se produzca la iluminación cenital del joven y su impetuosa y definitiva entrada en la madurez.
Y si el núcleo es la juventud, el elemento disruptivo es la homosexualidad. La soberbia juventud es una novela “histórica” sobre la homosexualidad en Chile, sobre los tiempos anteriores, oscuros, y un presente que no terminan de desprenderse de sus restos de prejuicios, intolerancia, racismo y sexismo. Es una novela que muestra el tránsito de un estado a otro de las cosas pero que nunca olvida el latido secreto de la culpa y el pecado. Ahí está, al acecho siempre, la Religión. El fanatismo solapado es una de las pinceladas más fuertes y honestas que ensaya Simonetti. La homosexualidad de algunos hijos “descarriados” de la clase alta no permite ni un gramo de compasión ni de pintoresquismo. El panorama es desolador y nadie se redime ni por el camp ni el kitsch ni lo queer. En ese sentido, es muy significativo que al personaje del joven Selden en particular (y los hombres que lo rodean en general) se lo configura desde una esencial austeridad, tan lejos de la fiesta, el derroche, Gatsby y el desenfreno. No hay goce, aunque sí deseo (explícito y también ocultado) y el sexo ocupa muy poco lugar visible en los días y noches de estos seres esquivos.
La familia, después de la juventud, es el otro núcleo de la novela. Pareciera que a partir del desprendimiento del árbol genealógico y sus duras raíces de algarrobo los hombres y mujeres diferentes (no sólo por su sexualidad, también es muy atractivo el personaje de la poetisa Elvira Tagle, evocación inevitablemente “bolañesca”) quedan a la deriva por años, hasta que en el fluir del tiempo y la vida encuentran algunas formas más abrigadas de vincularse y rehacerse como familia. Pero nunca se permite el narrador de La soberbia juventud quitar los pies del plato de su eje: la sensibilidad adormecida y como de hierro de la clase alta. Todo nace y muere ahí, asfixiante, aunque los personajes se desprendan, viajen, yiren. Nadie sale de ese gran útero. No hay vida real fuera de la clase.
Por eso la novela de Simonetti, que con algunos títulos anteriores como Madre que estás en los cielos o La razón de los amantes, se ha constituido en uno de los escritores más leídos en este momento en Chile, y además es un activista por los derechos igualitarios, es un muy atractivo –y reflexivo– cruce de literatura y análisis sociológico (no hablamos de una disciplina teórica sino de un tipo de observación puesta en juego en cada capítulo) que avanza hacia una totalidad donde se cumplen en forma inexorable los destinos de sus criaturas.
Hay modelos de vida que se ponen en juego, y sólo al lector, en la soledad de la lectura, le tocará juzgar si son los válidos, si son los queridos, si son los que querría para sí mismo.
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