Domingo, 25 de mayo de 2014 | Hoy
Daniel Chirom no sólo fue uno de los poetas más relevantes de la Argentina, también se destacó como promotor de la escena poética, apoyando en forma permanente a nuevos autores y dirigiendo la revista El Jabalí hasta su muerte, en 2008. Ahora, Oscura claridad y Cantos para Elizabeth, sus dos libros que permanecían inéditos, son publicados en forma conjunta por Lumen bajo el título Las puertas de lo invisible. Aquí se reproduce el prólogo especialmente escrito para esta edición y un recuerdo de su amigo y compañero de ruta Daniel Kon.
Por Juan Pablo Bertazza
Uno de los grandes misterios de la poesía es el motivo por el que Platón quería echar a los poetas de su utópica república. Como buen apolíneo, Platón puso orden donde antes –antes de Sócrates– había devenir, había fluir, había Heráclito. La alegoría que mejor muestra esa rigidez es la de la caverna, que describe una diferencia insalvable entre las sombras y la luz. No sólo se está en una o en otra: una vez que se ve la luz verdadera resulta imposible volver a la oscuridad.
La poesía rebate, precisamente, esa idea. Pone en juego la simultaneidad de los términos, hace converger las dos posibilidades: enciende y apaga al mismo tiempo la luz. La poesía revela que, en potencia, ya estaba la luz en el territorio de la caverna, y que en el hombre que, por fin, puede ver el sol sigue vigente, gravitando, su experiencia en la oscuridad. En ese sentido, la paradoja y el oxímoron –dos de las herramientas retóricas por excelencia de la poesía– constituyen frente a las ideas de Platón verdaderas armas de destrucción masiva.
El poeta es el que entra y sale permanentemente de la caverna, el que puede ver la luz desde su oscuridad, y presentir la oscuridad desde su luz. El poeta es un anfibio que respira tanto en la luz como en las sombras. El poeta no abreva del sol ni de la noche, sino del eclipse. Así lo expresa uno de los poemas de Oscura claridad, que representa aquellos instantes eternos en que se da el encuentro con la poesía:
Una joven hermosa me visita en el eclipse.
Apenas pronuncio su gracia
desaparece
en la trova helada del ensueño
Se trata, claro, de una característica que encuentra muchos elementos en común con el universo pictórico, sobre todo con la pintura de Caravaggio y Rembrandt. Dentro de la poesía, refiere a una verdadera tradición del claroscuro que va desde Virgilio y Homero hasta Rimbaud y Dylan Thomas quien, en una carta a Lawrence Durrell, fechada en diciembre de 1938, escribió: “los más altos himnos al sol se escriben en la oscuridad”.
Es probable que esa ubicuidad le generara a Platón cierta incomodidad, una sensación de caos. También es cierto que el mismo Platón experimentaba sentimientos encontrados frente a los poetas. Tal es así que en La República pide expulsar a esos fabuladores de su lugar soñado, pero luego –y sólo luego– de que se los haya aplaudido y homenajeado.
La publicación de los dos libros póstumos de Daniel Chirom confirma que su obra lleva esa marca registrada de la poesía: una luz que también se alimenta de las sombras. Una obra que cantó el triunfo de David sobre Goliat y enseguida lo alertó acerca de la posibilidad de caer en la misma ceguera de su mortal enemigo, porque “en el poder no reside la belleza”. Una obra que encontró poder de creación en la oscuridad de un ser como Robledo Puch, mítico asesino serial, pero que también se encendía a partir de profetas luminosos como Elías o el mismo Daniel. Acaso el libro que más represente la poética de Chirom sea Candelabros. Ya desde su título, esa fuente de luz religiosa y ceremonial pero, al mismo tiempo, cálida y despojada, parece aludirse al elemento claroscuro de su poesía.
La poesía de Chirom es claroscuro y paradoja, vanguardia y clasicismo, futuro y pasado, lo inédito y lo revelado, la fugacidad y la inmortalidad. Esa conjugación de dos aspectos distintos, casi opuestos, es una constante en su obra; incluso en la manera en que hace dialogar el canto al amor con una notable espiritualidad, que trasciende el universo judío aunque también lo reconoce y explora de manera íntegra y sutil –como sucede, por ejemplo, en “18 de Julio”, acerca del brutal atentado a la AMIA, o en “La diáspora”–.
La poesía de Chirom, en efecto, resuena en el calor de una marcha de jóvenes o en la fugacidad de un blog. Y está grabada, al mismo tiempo, en el mármol de la eternidad: en el marco del 25º Festival Internacional de Poesía Trois Rivières –capital de la poesía ubicada en Quebec y, por lo tanto, uno de los festivales poéticos más importantes del mundo–, se eligieron cien poemas de cien poetas provenientes de cuarenta y dos países para crear el Paseo Internacional de la Poesía de Parc Portuaire. En esa selección fue incluida la frase “Los amantes carecen de sombra”, verso de uno de los dos libros inéditos de Chirom que presentamos.
Pero, por supuesto, no sólo hay confirmaciones en estos dos libros póstumos. También hay, por lo menos, dos grandes intensificaciones. Una tiene que ver con el tratamiento de la muerte, un tema que en rigor ya había aparecido en Candelabros, donde se refirió sobre todo al fallecimiento de su madre, la escritora Perla Chirom. La otra es que esa característica anfibia de su poesía, esa mezcla de los opuestos, ahora se centra –se concentra– más que nunca en la luz y la oscuridad.
Oscura claridad y Cantos para Elizabeth pueden leerse como un díptico. No sólo por las semejanzas estilísticas y hasta temáticas –debido a que fueron escritos simultáneamente–, sino sobre todo porque su lectura en conjunto también crea sentido. Casi podría afirmarse que conforman un único libro, en tanto marcan el cruce permanente entre la oscuridad y la luz. Oscura claridad es la luz apagada y Cantos para Elizabeth es la luz encendida. Los dos fueron escritos dentro y fuera de la caverna. Al cobrar sentido, los dos alcanzan la máxima velocidad posible: trescientos mil kilómetros por segundo, la velocidad de la luz.
Chirom pensó Oscura claridad como un viaje espacial, un viaje futurista: lo notable es que se trata de un viaje intergaláctico con equipamiento clásico. Mientras el léxico de este libro apunta a la poesía más tradicional, la propuesta no deja de volverse asimilable a la Odisea espacial de Bowie o a un viaje interestelar de Spinetta. No en vano, Chirom realizó la mejor entrevista a Charly García, en un libro que hoy se volvió tan valioso como inhallable. Es más: el contacto permanente de Chirom con la poesía de los jóvenes, a través de la revista El Jabalí y de su programa de radio homónimo, junto a su presencia en diversos ciclos y lecturas, no sólo se debe a su generosidad sino a una búsqueda de su propia poesía. El respeto y la admiración de poetas jóvenes –y el hecho de ser uno de los autores con más entradas en Google– lo demuestran. La poesía de Chirom es clásica quizás en la forma, pero contestataria en su propuesta. Dinámica, revoltosa, sintetizadora, oblicua, omnipresente.
Oscura claridad está lleno de referencias a la mitología griega –náyades, la quimera, los atlantes, las hespérides–, y de guiños a ese bardo ciego tan cuestionado por Platón en La República, a quien ya le había dedicado un poema en su libro El ojo de los días, que concluye diciendo “soy el adelantado de una raza de ciegos”. Chirom se remonta a la cuna de la civilización occidental desde sus primeros libros, como El hilo de oro, clara referencia al mito de Teseo y Ariadna. Lo cierto es que el viaje de Oscura claridad, que comienza siendo astronómico, pronto se torna existencial, metafísico, trascendental. El viaje encuentra resonancias sacras.
Pero más que viajera, su poesía es trashumante, en el sentido de que muchos de sus versos saltan de libro en libro, algo que ocurre también con estos poemarios inéditos. Los traspasos se dan de todas las formas imaginables: versos que reencarnan en otros libros como versos, como ideas, pero también como títulos. “Elías” de Candelabros, por caso, dice: “Las puertas de lo invisible/ son visibles”. Versos que titulan esta edición y que conforman una de las fases de exploración de Oscura claridad, así como también expresan varias de las características de la poesía de Chirom.
Ahora bien, lo que subyace a esa transmigración es una escritura a varios niveles: escribir no sólo es crear algo nuevo sino también crear a partir de la disposición de lo ya creado; la mera ubicación distinta de un verso, lo sabemos, genera otro sentido, y a veces esa recreación resulta mucho más eficaz que un poema enteramente nuevo. Hay que tener en cuenta, en ese sentido, que el centro de control del movimiento constante de la poesía de Chirom parece ser, justamente, su libro Candelabros.
En Oscura claridad la luz está dada por la búsqueda poética, la fe en la palabra alimentada por la proliferación de talismanes, astros y distintos elementos del zodíaco que acompañan y signan su viaje. La oscuridad la aporta la agonía, la incertidumbre del final, la inminencia de la muerte. A lo largo del libro abundan las referencias al claroscuro, el contraste simultáneo entre luz y sombras. Dice el poema XXVI:
Un cometa fugaz en la noche
oculta el firmamento
y enciende tu noche
añil, olvidada, desmedida.
El poema LXX vuelve sobre la misma idea, aunque ahora palpitando la cercanía del mundo de los muertos. Porque el viaje de Daniel Chirom también recrea la tradición del viaje de Dante en La Divina Comedia, de Ulises en La odisea y de Orfeo en busca de su amada Eurídice:
Sumido en la oscuridad radiante
vigilo el curso del Aqueronte.
La mudez que me aprisiona
es la algarabía de los cuerpos mudos.
Sin nombre propio no hay salvación.
Chirom explora cada posibilidad de ese claroscuro a tal punto que establece una bellísima sinestesia a partir de la cual la luz se asimila a la música y las sombras al silencio. El poema XL –“Bach fue el primer marinero./ Su música es lo único que ven mis ojos”– es uno de los ejemplos más claros. Pero también el bellísimo y misterioso poema XXVII, en el que Chirom se muestra como un fotógrafo que intenta retratar la melodía de los astros:
Quise sacar una foto
a la cantiga de los astros
un lucero amanecido
el cobalto asombrado.
Revelaron el rollo:
“aquí no hay nada”, me dijeron.
Y sin embargo...
Imposible no hacer una mención al poema LXI que, en cierta forma, retoma el asunto de la expulsión de los poetas de la república. Chirom se plantea la posibilidad, paradójica, claro, de que el poeta quizá sea recibido cuando, en cierta forma, ya no pueda estar para verlo, y sólo quede su resplandor:
Quizá el destino del poeta
sea llegar a un mundo
donde será recibido
cuando quede el recuerdo de su memoria
Por último –aunque signifique algo así como revelar el final–, vale la pena detenerse en el último poema de Oscura claridad, que termina con una sintomática afirmación: “moriré de asombro”. Según su etimología, el vocablo “asombro” está directamente relacionado con la palabra “sombras”. Es curioso porque la palabra –suma del prefijo “a”, que implica aproximación, más el sustantivo “sombra”– constituye casi una contradicción en sí misma: puede significar tanto espanto como admiración ante determinado fenómeno. Es por eso que, en ese final, late nuevamente la esencia claroscura de la poesía.
Aristóteles, el mejor alumno de Platón, ya lo dijo en su Metafísica: “el principio del conocimiento es el asombro”.
Ojalá que Las puertas de lo invisible –que, por supuesto, son visibles– sirva para que muchas más personas conozcan y valoren su maravillosa poesía. Y para que Daniel ocupe, así, el lugar que se merece en la república. No en la utópica, sino en la de todos los días.
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