Domingo, 1 de junio de 2014 | Hoy
El historiador Ricardo Melgar Bao recrea el mundo de polémicas, luchas y ardores en la capital mexicana, en los años ’20, focalizando en las figuras de Julio Antonio Mella y Víctor Raúl Haya de la Torre.
Por Susana Cella
Cuando, entre fines de 1927 y mediados de 1928, el peruano Víctor Raúl Haya de la Torre y el cubano Julio Antonio Mella coincidieron en la capital mexicana, ambos, pese a su juventud, ya tenían una trayectoria política en sus países. Las políticas represivas de sus respectivos presidentes –Leguía, cuyo segundo mandato desde 1919 a 1930 se conoció como el Oncenio) y Gerardo Machado (quinto presidente de Cuba)– los empujaron al exilio. No era para ninguno de los dos el primer contacto con ese país. “Mella tuvo sus primeras impresiones de la ciudad de México en abril de 1920, Haya entre finales de 1923 y mediados de 1924”, señala el historiador peruano Ricardo Melgar Bao, en un trabajo que focalizando principalmente el año ’28, y a partir de coincidencias, afinidades, debates y confrontaciones entre estas dos importantes figuras de América latina, involucra cuestiones centrales en lo que se refiere a las concepciones de ambos respecto del imperialismo, las tácticas políticas, formas de lucha, pactos y vínculos no sólo a nivel subcontinental, sino también nacional –donde cabe destacar la lucha del general Augusto César Sandino en Nicaragua–, y al ámbito internacional. La polémica –vehiculizada en reuniones, escritos y hasta insultos, entre el líder de la APRA (Alianza Popular Revolucionaria Antiimperialista) peruano y el militante comunista cubano– se emplaza en un escenario que remite a ensayistas mexicanos como el controvertido José Vasconcelos, a presidentes de México –principalmente Alvaro Obregón y Plutarco Elías Calles– a funcionarios norteamericanos, a las publicaciones en que se dirimían contiendas ideológicas como las mexicanas El Machete e Indoamérica y varias más afincadas en otras ciudades americanas. Valga mencionar Repertorio Americano (San José de Costa Rica), Claridad (Buenos Aires), Boletín Titikaka o Amauta (Perú).
En el lapso aquí detallado, un factor importante es la Guerra de los Cristeros (1926-1929), o sea, el enfrentamiento armado entre partidarios de la Iglesia y el gobierno civil, que sintonizaba con las posturas anticlericales tanto de apristas como de comunistas. Pero además de los episodios más violentos, la ciudad capital modernizada, con sus nuevos transportes y comunicaciones y su vida cultural y política, se percibió como lugar interesante para artistas, intelectuales y militantes de otros ámbitos, incluidos los norteamericanos y europeos. Hay una importante referencia a un conjunto de artistas mexicanos –las emblemáticas figuras de Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, Tina Modotti– pero también otros, que, integrando los grupos vanguardistas mexicanos –los estridentistas y los contemporáneos– aparecen vinculando sus propuestas literarias innovadoras con posiciones políticas y adscripciones ideológicas. Además, “la relación de Germán List Arzubide con la Liga Anttimperialista y la publicación de su poemario dedicado a Emiliano Zapata, lo aproximaron a Julio Antonio Mella...”, refiere Melgar Bao y estas observaciones sirven como muestra de las matizadas y múltiples relaciones entre artistas de la vanguardia y el contexto sociopolítico, lo cual es otro de los importantes aportes de este libro.
Los nucleamientos que respondían a distintas alianzas, partidos, asociaciones daban lugar a un despliegue de siglas –Ladla (Liga Antiimperialista de las Américas), IC (Internacional Comunista) y otras–, de las cuales interesa destacar (la o el) APRA. Según las políticas desplegadas principalmente por Haya, remite a dos entidades políticamente disímiles, es decir, a una alianza antiimperialista o a un partido nacional peruano. Aun entre críticas de otras fuerzas (que incluían la acusación de traidores), el aprismo trataba de subsanar discrepancias. Ante esto cabe destacar el cuestionamiento de Mariátegui al diferenciar entre la APRA como confluencia de fuerzas contra un enemigo común, del APRA, partido bajo la dirección de Haya de la Torre, quien en ocasiones publicó artículos en la revista dirigida por Mariátegui, Amauta, pero las crecientes diferencias motivaron el cese. Las críticas de Mella a Haya de la Torre apuntaban, entre otras cosas, a su caracterización del rol de las clases sociales, y también hacia su inclinación electoralista fuera en su país o en otros
Las tempranas muertes de Mella (asesinado en 1929) y de Mariátegui (por enfermedad, en 1930), contrastan evidentemente con la posterior y extensa actuación de Haya, que murió en su país en 1979. Pero tal período de Haya no es materia de esta verdadera crónica analítica, donde con trazos fuertes y con rigurosa documentación se inscribe un más que significativo momento de la historia latinoamericana a través de las densas redes que los encuentros y desencuentros de los protagonistas permiten indagar.
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