Domingo, 31 de agosto de 2014 | Hoy
Una fuga de la ciudad natal en los zapatos ajenos de un pariente muerto. Con este punto de partida, la ambiciosa novela Historia de Roque Rey combina el destino subjetivo de su personaje con algunos hitos de la Historia que, aunque apenas lo rozan, lo marcan en su interioridad. Un aliento mayúsculo y un regionalismo bien trabajado caracterizan esta obra de Ricardo Romero.
Por Damián Huergo
El cruce entre literatura y modernidad nos dejó como dulce secuela –entre muchas otras– la figura del flâneur. En el sentido baudelaireano, geológicamente fundacional, el flâneur es aquel que se desplaza por una ciudad sin rumbo. Un sujeto anarco-hedonista movilizado por la búsqueda de placer, por la curiosidad y el ocio. Un ciudadano que en su andar anónimo se mimetiza con la población que integra, pero de la cual toma distancia mediante la observación y reflexión. Sin embargo, su significado no es unívoco, fue transformándose a la par de las urbanidades y de las vidas que se construyen en su interior. Durante el siglo XX empezó a circular por las ciudades invisibles de las –distintas– literaturas una especie de flâneur desesperado. Su andar está ligado con la huida, el escape, la persecución. Se pierde en la multitud para que no lo encuentren los fantasmas. Avanza por la tracción repelente del pasado más que por un presente contemplativo o un futuro que promete. Roque Rey, el protagonista de la última novela de Ricardo Romero, pertenece a este subgrupo de flâneurs. Y su camino, liviano de equipaje pero sobrecargado de símbolos, empieza a unos mentirosos once años desde su Paraná natal hacia el mundo, dando pasos trémulos y atormentados con los zapatos de un muerto.
A diferencia de la producción habitual de literatura de nuestro país, con predominio de nouvelles y de relatos breves, Romero se propuso escribir una historia total, de varias centenas de páginas, asumiendo –a priori– los riesgos que la ampliación conlleva. Historia de Roque Rey es una especie de épica dickensiana rioplatense, directa en su estructura y cronología. Una novela extensa que narra el desarrollo y la transformación de un personaje, desde su procedencia hasta el final, pasando por los hitos y marcas que carga una vida. Una vida singular como cualquier otra, cortada por el cambio de milenio, construida sin cálculo, curtida a la orilla de la Historia. Al menos, ése es el postulado y el combustible de su ambición.
Roque Rey nació en la intemperie. Como si tal palabra fuese su patria, cada vez que la oye o la imagina, una víbora de hielo le atraviesa el cuerpo. Hijo de un padre fantasmagórico –figurado desde su niñez tanto por el palabrerío familiar como por la asociación con los bandoleros de las historietas que leía– y de una madre sobrepasada que lo entregó recién nacido a su hermana, antes de huir y diluirse en la distancia. Roque se crió con sus tíos, en Paraná, a la sombra de capillas y en el silencio de la siesta pueblerina que incuba secretos, demonios y fantasías. Sus primeros recorridos fueron peregrinaciones religiosas, junto a su tía Elsa. Sin embargo, el camino inicial, el más importante, el que le marcó una vida de flâneur desesperado, fue el que hizo tras el velorio de su admirado tío Pedro. Esa noche Roque despegó de su pasado con los zapatos que el tío no llegó a estrenar. Zapatos varios talles más grandes, rellenados con algodón, que Roque debió conquistar como si fuesen un territorio, mejor dicho, su único territorio posible.
Las ciudades y pueblos en los que se pierde Roque Rey están anclados, en la mayor parte del libro, en el siglo XX. Su primera parada es en San Nicolás, en compañía de la banda tropical Los Espectros. Con sus integrantes camina por la ribera con el espíritu del paseante ocioso. Roque Rey sabe discriminar los consejos de cada uno de sus compañeros, los cataloga según el enunciador, los respeta porque son dichos por náufragos, por otras individualidades que se suman y acoplan para sobrevivir. Ellos le enseñan a bailar, a darle vida, a poner en uso esos zapatos que fueron creados para hacer brillar a quien los habite. Luego –siguiendo un estoico derrotero– hará el salto hacia una Buenos Aires de pensiones gestionadas por inmigrantes, de cuartos cerrados y asfixiantes como el futuro que la ciudad monocéntrica prometía. Escenarios familiares de nuestra literatura, donde resuenan las voces de Dal Masetto, Briante, Moyano, Conti y otros irrenunciables que Romero –parece ser– recupera u homenajea al multiplicar sus climas y modos de iniciación urbanos, anacrónicos para ciertas subjetividades contemporáneas.
Historia de Roque Rey apela al recurso de narrar parte de la historia de un país a partir del roce indiferente de un personaje. De lejos retumban las luchas de los sindicalistas de base; el velo gris y triste en las caras de la multitud que desborda avenidas por la muerte de Perón; el silencio senil cuando recibe cuerpos baleados por el genocidio durante su trabajo en la morgue judicial; la empatía biológica-generacional con los soldados de Malvinas; la transición democrática y sus ecos culturales, y, por último, el estallido de la burbuja neoliberal del 2001. Hechos históricos que –en la novela– no modifican al individuo, como si Roque Rey fuese inmune al contexto, prevaleciendo sobre él una especie de fuerza natural que lo succiona, que determina su caída personal con mayor potencia que el material que moldea la Historia.
Historia de Roque Rey tiene varios puntos en común con Lumbre de Hernán Ronsino. En ambas cierta atmósfera regional es protagonista. La diferencia principal es que en la novela de Ronsino el personaje regresa al pueblo natal para encontrar un origen-paraíso perdido, mientras que en la de Romero el personaje hace el camino inverso persiguiendo la misma fantasía. Otro rasgo similar es la presencia fantasmal de referentes muertos, que alumbran con su luz mortecina las búsquedas de los personajes. En Lumbre serán las notas de Pajarito las que ayudan a resolver un enigma local y familiar. En cambio, en Historia de Roque Rey las cartas del Padre Umberto –que develan su parricidio– intervienen en el camino de Roque Rey como postes de luz con los focos rotos, oscureciendo toda disposición esperanzadora.
Romero cuenta Historia de Roque Rey con la voz de un narrador omnisciente, que tiene la capacidad de dar cuenta hasta del inconsciente de los actos del protagonista. La proliferación de historias, las búsquedas del amor, las fugas espantadas con zapatos de muertos son matizados por esa voz existencial, cuasi divina, por momentos solemne. Una voz que construye un universo, que lo rodea, lo interpreta. Una voz que parece la transcripción del pensamiento de un flâneur, mientras observa el recorrido de una vida desesperada en su obstinada insistencia de estallar contra la pared.
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