Domingo, 7 de septiembre de 2014 | Hoy
Más diferencias que semejanzas parecen existir superficialmente entre el misterioso y destacado brasileño Machado de Assis y Borges. Y sin embargo, el crítico Luís Augusto Fischer compuso un paralelo entre ambas obras y la significación de estos autores que abre una vía doble de estimulantes lecturas.
Por Mariano Dorr
Los dos vivieron tanto en el siglo diecinueve como en el veinte; ambos desarrollaron una vasta obra. Tanto en un caso como en el otro, aún no podemos asegurar que contemos con su “obra completa”. Los textos siguen apareciendo y engrosando las bibliotecas. Uno nació pobre (de padre mulato, pintor de paredes y madre dedicada a tareas humildes, apenas alfabetizados), el otro nació bien ubicado (de padre profesor y madre traductora, con antepasados ilustres en su patria). El primero, Joaquim María Machado de Assis, brasileño, tuvo poca formación formal, escribió en portugués y nunca salió de su país. El segundo, Jorge Luis Borges, escribió en español, vivió en Europa durante su formación y, ya adulto, viajó por todo el mundo. Hasta aquí, son casi todas desemejanzas, pero “algo los une profundamente: cada uno a su tiempo y a su manera, en su país y en su lengua, con las armas literarias disponibles, logró el no pequeño milagro de resolver satisfactoriamente los dilemas y tensiones entre la vocación de las letras y la condición objetiva de vivir en y pertenecer a contextos culturales secundarios, periféricos, mal desarrollados en comparación con los mejores contextos occidentales en existencia”, escribe Luís Augusto Fischer, profesor de literatura brasileña en la Universidad Federal de Río Grande do Sul, autor de numerosos textos y referente cultural de Porto Alegre.
Hay un rasgo que parece volver a separarlos: es el hecho de que Machado de Assis escribió novelas, género casi despreciado por Borges. Sin embargo, entre los elementos comunes más significativos, Fischer desarrolla el asombroso paralelismo entre algunos capítulos de la narrativa de Machado y los cuentos más emblemáticos del autor de Ficciones. En la novela Quincas Borba (publicada en 1891) el personaje de Rubiao se acerca –casi como un precursor– al Pierre Menard de Borges. Uno de los capítulos se titula “De cómo Rubiao, satisfecho con la enmienda hecha en el artículo, tantas frases compuso y rumió, que terminó escribiendo todos los libros que había leído”. Lo singular se encuentra en la preocupación compartida por ambos, la categoría de “autor”, que luego (hacia fines del siglo veinte) se convertirá en una de las discusiones centrales de la crítica y la ensayística. Otro caso: en el cuento “A chinela turca”, publicado en Papéis avulsos (1882), existe un momento oscuro, decisivo, a partir del cual todo cambia, como en “El sur”, de Borges. El bachiller Duarte está por salir de su casa a encontrarse con su novia cuando llega un viejo amigo de la familia, con una pieza de teatro recién escrita, de 180 páginas. Duarte, frustrado, entiende que tendrá que quedarse escuchando la obra. Adivina el tedio que sigue. De repente, Duarte advierte que el hombre junta las páginas furioso y sale ofendido de la sala; llega la policía y acusa a Duarte de haber robado una cierta chinela turca. Comienza una serie de peripecias a un ritmo alucinante. Finalmente, nos enteramos de que mientras el hombre leía su obra, Duarte se había quedado dormido. Es el mismo efecto que, en “El sur”, utiliza Borges cuando relata el caso de Juan Dahlmann, el accidentado que pasa un tiempo en el hospital, con terribles sufrimientos y que luego viaja en tren hacia una estancia, leyendo Las mil y una noches. Allí comienza el vértigo: “Porque de ahí en adelante se suceden, como en el cuento de Machado, peripecias crecientemente tensas, que van a culminar en un duelo a facón, para el cual Dahlmann no estaba preparado, porque su gauchismo era literario, no vivencial”, escribe Fischer. Machado y Borges orientan su literatura en dirección “a otra superación del realismo narrativo vía la incorporación de algo que está en la estructura del sueño”.
En una de las obras más importantes de Machado, las Memorias póstumas de Brás Cubas (1881), existe un pasaje que resulta imposible no leer junto a uno de los cuentos más famosos de Borges, “El Aleph”. En la novela, ya muerto, Brás Cubas comenta (entre otros acontecimientos) el proceso de la enfermedad que lo llevó a la muerte. En el capítulo VII, Brás Cubas relata “o delirio” sufrido mientras su amada lo visita en su lecho: “Se vio transmutado en barbero chino, después en la Suma Teológica, después regresado a la forma humana para ser arrebatado por un hipopótamo, que lo llevó al origen de los siglos”, comenta Fischer. Brás Cubas asiste a “una reducción de los siglos, y un desfilar de todos ellos, todas las razas, todas las pasiones, el tumulto de los imperios, la guerra de los apetitos y los odios, la destrucción recíproca de los seres y las cosas”. El parecido con la visión del Aleph es casi transparente.
En otro ensayo presente en el libro (“Poe, Machado y Borges, no en este orden”), Fischer explicita su tesis: Poe es tan formativo en los Estados Unidos como lo es Machado en Brasil y Borges en la Argentina. ¿Qué significa ser formativo? Se trata de “la capacidad de leer la tradición local, dialogando con ella, y percibir el continuum de esta tradición”. Es decir, se trata de autores que han dado lugar a un proceso de formación de una literatura local entendida como sistema articulado entre autores, obras y público lector.
El libro de Luís Augusto Fischer funciona en nuestro contexto como una forma de ingresar en la literatura brasileña, poco leída en nuestro país, encabezada por la figura tan grande como enigmática de Machado de Assis. Y al mismo tiempo será otro modo de seguir leyendo a Borges.
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