ENTREVISTA
Un mundo de Fantasía
A juzgar por las palabras de Rogelio Fantasía, vicepresidente de la Cámara del Libro, dos son las causas de la crisis del sector y no hay modo de enfocar su atención en los graves problemas estructurales que afectan a la cultura argentina fuera de la Ley del Libro y en el fotocopiado como pozo de todas las desdichas.
Por Martín De Ambrosio
Pocas son las cosas que obsesionan a los editores que conforman la Cámara Argentina del Libro (CAL). Por un lado, ese elusivo objeto de deseo que es la Ley del Libro. Como el Santo Grial o el elixir de la eterna juventud, se la persigue con la ilusión de que su sanción va a ser el fin de todos los males del sector. Y sobre ese eje de combate giran casi todas las preocupaciones de la entidad, aunque no olvidan a aquel enemigo eterno que es la fotocopiadora, y no dejan de hacer alguna que otra campaña, como la que se lanzó por estos días titulada “Dale un futuro a tu hijo, dale hoy un libro de texto”. Radarlibros conversó con Rogelio Fantasía, vicepresidente de la CAL, para enterarse del estado de la guerra.
Para Fantasía, un radical de toda la vida que alguna vez acompañó a Alfredo Bravo en la lista que lo proponía como presidente de River, el sector necesita “una ley que nos cubra”: “La que propusimos en su momento y que fue vetada en sus artículos fundamentales era de fomento a la lectura y no solamente beneficiaba a los editores, sino también a los autores, a los imprenteros... y fue vetada por imposición del Fondo Monetario”. El punto clave es que la ley permitía el recupero de IVA. “Los libros iban a estar mucho más baratos, y podríamos haber llegado a competir contra la fotocopia, que era la idea primigenia con que se trabajó.”
Fantasía conoce todos los entretelones parlamentarios de la ley, los pases de una Cámara a otra, el entusiasmo de los senadores (“ninguno votó en contra”), la desidia de los diputados, el enojo con Fernando de la Rúa (“nos prometió algo que no cumplió”) y, por supuesto, con Cavallo (“nos aplicó el veto constitucional y dijo que la Cámara estaba empeñada en no pagar ningún tipo de impuesto. Demostró su ignorancia, porque nosotros pagamos todos los impuestos, salvo Ingresos Brutos en la Capital Federal”).
Ante el escepticismo que mostró el sector libresco ante la ley –se decía, en otras palabras, que la ley era un gran negocio para los editores, y que tal vez sólo algo se podía “derramar” hacia los otros sectores de la industria– Fantasía se defiende. “No es verdad que sea un reclamo corporativo, porque la CAL había asumido el compromiso público de que los libros bajaban de precio. Además, la Federación Argentina de la Industria Gráfica también participó del reclamo.” Entonces, se preguntará el lector, ¿a quién beneficiaba esa ley de la que ningún sector de los que la propugnaban reconoce que iba a obtener ningún rédito? “Yo creo que en primer lugar no beneficiaba a los autores, ni a los editores... el primer beneficiario iba a ser el lector”, dice Fantasía. Un “lector” abstracto que, en Argentina, no lee libros (y por lo tanto no los compra) y que cuando compra leche sabe que la leche está gravada impositivamente.
El caso de las
fotocopias asesinas
Cuando los editores no están pensando en cómo lograr que salga la ley con la cual obtendrán el cobijo del Estado, se ocupan de otra batalla clásica. Las fotocopias siguen siendo el enemigo número uno de la CAL, y el segundo tema que más preocupa a los editores. Fantasía se queja de los Centros de Estudiantes de las facultades, que fotocopian libros a granel. “Por un lado le roban al autor, por otro lado le roban a la editorial. No pagan ningún tipo de derecho y tampoco entregan facturas, en casi todos los casos.” Para la CAL, eso es “desde evasión impositiva hasta robo”. La CAL se ha convertido en una suerte de policía de la reproducción: “En la última recorrida que hicimos por las facultades, descubrimos que de 150 chicos que entraban sólo dos o tres llevaban un libro. Algo está fallando”. Para Fantasía, los profesores no están exentos de culpa (y no se entiende por qué libera de responsabilidad a los fabricantes de fotocopiadoras): “Hay una falla de los profesores: ellos reciben libros de casi todas las editoriales, pero arman planes de estudios complejos y dislocados, donde hay dos páginas de un libro, tres de otro, y eso es unproblema”. La Cámara, con ingenuidad de Quijote y cálculo de Maquiavello, se planta a dar una batalla legal contra las fotocopias. El año pasado los editores iniciaron 160 causas por uso de fotocopias, y este año pretenden seguir en la misma tónica porque “el fotocopiado está asociado a la defraudación y a la estafa en el Código Penal (artículo 172)”. Fantasía describe el proceso que se le sigue a los “criminales” que sacan fotocopias: “Encuentro a alguien fotocopiando un libro, voy con el oficial de justicia, con la policía, hacemos el allanamiento, le sacamos los libros y los fascículos fotocopiados, y lo citan a declarar”. Pero se queja porque el castigo es incompleto: “Como no cierran el negocio y no se llevan la fotocopiadora, ¡siguen fotocopiando igual!”, se escandaliza. A pesar de todo, Fantasía se niega a aceptar que esta sea una batalla perdida (además de un tanto ridícula, en un mundo dominado ya por las tecnologías digitales). “En algunas facultades se ha dejado de fotocopiar. En Medicina de la UBA, por ejemplo, ya no se hacen fotocopias desde mediados de marzo. Se pudo hablar allí con el decano, y entendió las razones. Espero que se extienda el ejemplo.”
La ilustración,
un proyecto incompleto
Más allá de sus monotemas, la CAL ha iniciado una campaña, junto con el Grupo de Editores de Libros de Texto (GET), titulada “Dale un futuro a tu hijo, dale hoy un libro de texto”. Se trata de una “campaña de comunicación” destinada a alertar a padres, docentes, directivos y funcionarios, y parte de una investigación según la cual los alumnos argentinos leen en promedio 0,47 libro de texto por año. En Brasil, por ejemplo, ese mismo promedio llega a 3,3. “Hace unos años se vendían 4 millones de ejemplares y eran pocas las editoriales que hacían libros de texto. Hoy tenemos más de 30 editoriales y vendemos 2 millones de ejemplares, y la población creció. Algo está fallando. La campaña en sí está dedicada a la concientización de los padres” y durará un mes y medio, hasta el final de la Feria del Libro, a principios de mayo. “Es una campaña corta porque está financiada por nosotros, y nosotros no tenemos un gran presupuesto. No somos una Cámara rica, no podemos enfrentar una gran campaña como la un jabón en polvo: somos 300 socios –casi todas las editoriales excepto 3 o 4– pero los aportes son mínimos y proporcionales a las ventas que hace cada editorial.” Para la campaña, la CAL consiguió que la Secretaría de Cultura de la Nación les cediera gratuitamente los segundos de TV con los que el Comfer multa a los canales.
Por otro lado, y pese a que tampoco es parte de la agenda urgente de los editores, existe algo que se llama Mercosur y es un mercado que bien podría explotarse. Al respecto se han redactado algunos documentos que proponen la eliminación de las barreras aduaneras que existen para el libro. En la última reunión del Parlamento Cultural del Mercosur (ParCuM) que se hizo en agosto pasado, en Uruguay, se presentó una propuesta, redactada por Fantasía, para terminar con esas barreras arancelarias. “Eso circuló entre los países miembros, para que nos dieran una respuesta, pero se ve que debe haber algún problema con el correo porque hasta ahora nadie nos contestó”, se lamenta. Además, las diferentes realidades en los países integrantes del mercado común, y otros que tienen un pie en el Mercosur son un obstáculo: “Chile tiene IVA, Bolivia tiene IVA”. Y, claro, también fotocopias.