Sábado, 11 de octubre de 2014 | Hoy
El mito del arte y el mito del pueblo es un libro ya clásico de Ticio Escobar sobre la cultura popular guaraní, que indaga críticamente en sus formas artesanales y plantea cómo puede contraponerse al avance de la sociedad del espectáculo.
Por Sergio Kisielewsky
Fomentar los mitos o no sobreestimarlos. Esa es la cuestión. Los aspectos simbólicos que se ponen en juego en las artesanías populares, sobre todo en contraposición al llamado gran arte, y la mercantilización de los objetos artísticos son algunos de los planteos que atraviesan el libro. En un contexto donde el arte tiene una autonomía relativa respecto de la estructura económica, aquí se cuestionan los mitos que exhibe la producción artística como una forma de propaganda de la que se vale la cultura hegemónica. Escrito entre 1985 y 1986, cuando aún gobernaba con mano de hierro Stroessner en el Paraguay, en El mito del arte y el mito del pueblo Ticio Escobar (Asunción, 1947) ve en las formas populares del arte una respuesta política a la sociedad del espectáculo (“artistizar lo ordinario”), generando culturas alternativas y un amplio abanico que conlleva la producción de los pueblos originarios. En esto entran a tallar los símbolos cuando se incluyen los elementos poéticos y el sentido de conmoción que crean las nuevas estéticas que a veces provienen del fondo de los siglos y se trasuntan en una vasija, un baile o un ornamento floral. “El arte se queda siempre a medio camino entre el objeto y el lenguaje”, escribió Levi-Strauss echando luz a los límites por momentos difusos entre la cultura dominante y la contrahegemónica. En este sentido, el autor, que fue ministro de Cultura del depuesto presidente Fernando Lugo, ve contradicciones, fisuras en uno y otro lado del mostrador, pues ambas producciones toman de su “oponente” rasgos y características que a priori resultaban imposibles de contaminarse.
Otro flanco del estudio en el desarrollo de las artes son las grietas abiertas en la llamada cultura estatal y en la producción de sentido en los valores que fomenta la Iglesia en diversas comunidades. Toda la obra es una preocupación por el lugar que ocupa la producción simbólica y la relación con la producción de bienes materiales, cómo se crean vínculos entre diversos procedimientos en el arte de masas, en el arte callejero al alcance de un nivel poblacional cuantitativo. Deja de lado en esta obra los niveles de producción de escritura tanto en narrativa como en poesía así como en la pintura, sin embargo, arriesga opiniones livianas y polémicas sobre el trabajo de Antonio Berni y Cándido Portinari. El libro se apoya en la creación de la cultura indígena-campesina con sus festividades populares y su llamativa producción de colores, formas y vestimentas; en este caso impresionan la ornamentación del ropaje litúrgico, los bordados, tejidos, ilustraciones de misales, en la pintura de los cuerpos y las cerámicas de todo tipo y color, en especial la luminosidad del turquesa. El arte popular como formas rurales de subsistencia y trueque como estilo precapitalista afincado en un modelo periférico generado por las imposiciones de la dependencia no es la única explicación que ve el autor frente a un mundo en que se descomponen las viejas creencias entre arte y sociedad. Las imágenes de lo fugaz, lo virtual y los cambios en la moda y los medios de comunicación logran que el libro quede ajustado, y por momentos potenciado en sus rasgos críticos, a un tema puntual y necesario: cómo perciben las nuevas generaciones el arte que las precede. Las referencias a Kant, Hegel son un método para encarar un tema complejo y rico como lo es el arte guaraní surcado tanto por sus épocas de represión como también de sus valores artísticos en su esplendor.
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