Domingo, 26 de octubre de 2014 | Hoy
Oscilando entre la literatura juvenil y las historias de traumas enraizados en la adolescencia, Algún día este dolor te será útil, de Peter Cameron, quedó envuelto en el éxito y no pocos equívocos. Pero fue la prestigiosa Lorrie Moore la que empezó a poner las cosas en su lugar, señalando el verdadero sentido de este dolor y su relación con la literatura, el psicoanálisis y el lenguaje.
Por Laura Galarza
Lorrie Moore celebró la aparición en 2007 de Algún día este dolor te será útil, cuyo protagonista es un adolescente, y la corrió del encasillamiento comercial que la dirigía hacia el público “Young Adult” –lo que llamamos literatura juvenil– con una gran frase: “Balanceada entre la niñez y la adultez, la adolescencia se queda ahí por un tiempo corto aullando como un perro. Con el tiempo, simplemente queda enterrada. Pero enterrada viva”. Peter Cameron es un escritor norteamericano que cultiva el bajo perfil. Voluntario de varias ong, después de estudiar Literatura Inglesa y mientras trabajaba en el mundo editorial, comenzó publicando cuentos en The New Yorker, luego editados en 1986 como De un modo u otro. Más tarde vinieron las novelas Un fin de semana (1995), Andorra (1997), La ciudad de tu destino final (2002) y Coral Glynn (2012). Sin embargo, Algún día este dolor te será útil lo consagró internacionalmente.
La novela gira en torno de James, que se resiste a ingresar a la universidad, mientras trabaja en la galería de arte que tiene su madre en el centro de Nueva York. Sueña con mudarse a una vieja casa en medio de un pueblo y dedicarse a leer. No le gusta la gente y cree que el lenguaje no alcanza para expresar lo que se quiere decir. Todo empieza a rodar después de que James se escapa de un seminario llamado “El aula norteamericana” (que tiene por eslogan lo que da título a la novela y que pregona valores con tufillo a doble moral) y la policía lo trata de inadaptado. “En el tren mi padre me preguntó qué había ocurrido. Le respondí que no era feliz y que por eso había huido y él me dijo ‘no puedes huir siempre de lo que no te gusta. No es así como funciona la vida’. Y yo le dije que no me conocía ni me entendía, que no era desdichado en ese sentido sino en otro mucho más profundo, tan desdichado que quería morir.”
Así es como a James lo obligan a asistir a psicoterapia con la doctora Adler, y en esas sesiones –logradísimas en la novela y que ocupan capítulos enteros– sale a la luz algo que lo perturba: esa noticia que leyó sobre una mujer muerta en el atentado del 11 S y que nadie reclamó ni se percató de su ausencia. “Morir así, desaparecer sin dejar rastros, hundirse sin perturbar la superficie del agua”, dice James, que se debate entre pasar inadvertido y a la vez teme, como aquella mujer, morir sin ser recordado.
Narrada en primera persona, Cameron obliga al lector a mirar, a través de los ojos de James paseando por Nueva York, lo más pequeño y cotidiano de un modo novedoso y profundo, aquello que sucede a espaldas del mundo que crece sin conciencia. Desde ese café que le sirve su abuela en pocillo de porcelana, tan distintos de esos en vasos de papel con tapa de plástico perforada, hasta esa familia con el niño Down, pero que igualmente se muestra feliz, o satisfecha. Sin embargo cada uno parece resistirse a lo que le toca: la hermana mayor Gillian, que quiere escribir sus memorias como si fuese una vieja, un padre que va a sacarse las bolsas de debajo de los ojos, una madre que se casa por tercera vez y su flamante marido le roba las tarjetas de crédito. Y la abuela Nanette, la confidente que tiene las respuestas sobre la existencia que James busca, pero que está cerca de morir: “No es que la felicidad sea necesariamente simple, pero no creo que tú vayas a tener una vida fácil y será mejor para ti. Quienes sólo han tenido buenas experiencias no son muy interesantes”. Cameron contestó algunas preguntas acerca de lo que sucedió con su libro y cómo puede ser analizado en medio de un éxito que puede descolocar las lecturas.
¿Cómo fue la experiencia de escribir desde esa voz tan creíble de un adolescente? ¿Te apoyaste en alguna voz propia para hacerlo?
–Creo que la voz de James era una continuación de algunos de los narradores adolescentes de mis primeros cuentos cortos, que escribí cuando tenía alrededor de veinte años y fueron publicados en mi primer libro en 1986. Claro, el vocabulario de los jóvenes siempre está cambiando, pero James no está interesado en la cultura popular o contemporánea, entonces quería que su voz sonara algo atemporal.
Algunas críticas clasificaron la novela de “Young Adult”. ¿Qué pensás al respecto?
–Concebí y escribí la novela pensando que era una novela para adultos, aunque esperaba que también atrajera a lectores jóvenes. Así que estaba disgustado cuando fue comercializada específicamente hacia el mercado “Young Adult”, porque sentía que eso la hacía menos atractiva para lectores adultos. Lo que creo distingue un libro para jóvenes de un libro para adultos es el tono y el nivel de complejidad, no la edad del protagonista.
No es común que los psicólogos aparezcan retratados con tanta justeza en la ficción. ¿Cómo surgió la idea de introducir las entrevistas terapéuticas como estrategia narrativa?
–Mi propia experiencia con el psicoanálisis fue transformadora, aunque a veces frustrante, y quería que la experiencia de James con su terapeuta fuese realista y matizada. No quería que la doctora Adler fuese una terapeuta cálida y agradable, porque sentí que no era el tipo de terapeuta que James necesitaba y también sentí que no respondería bien a ese tipo de terapeuta. Quería que tuviese una relación dura, honesta y sin concesiones, lo cual es raro en las novelas, en las que hallo que los terapeutas, a menudo, son villanos malvados o ángeles santos, y rara vez individuos difíciles, trabajadores y espinosos.
Lo que sostiene James, que el lenguaje no puede decirlo todo, es una idea que impregna la novela. ¿Cómo relacionás esta idea precisamente con la literatura?
–James cree que no todo puede ser articulado, dicho o expresado a través de una conversación. Pero pienso que tiene una opinión muy distinta sobre el lenguaje escrito, sobre las novelas. Pienso que piensa –porque yo lo pienso– que sólo es en las novelas en particular, y en el arte en general, que podemos compartir nuestras experiencias de estar vivos y ser humanos, y por esta razón creo que podemos sentirnos más cerca de los personajes de ficción que por quienes nos rodean. Siento que las novelas trascienden las limitaciones del lenguaje que todos nosotros sentimos, y por este motivo espero que la ficción sea una forma artística que sobreviva a la revolución tecnológica, que ahora amenaza con hacer que las novelas sean tan obsoletas como el encaje hecho a mano.
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