Domingo, 9 de noviembre de 2014 | Hoy
Aquello que se escurre entre las aspiraciones y los logros, aquello que entre persona y persona va y viene en forma de vínculos difíciles de armar es la materia de Mochila, una novela que busca captar el pulso contemporáneo.
Por Esther Cross
En un all inclusive tropical, destino feliz en pack, puerto de charter, Christian trabaja su ecología correcta de familia estable, mientras divaga sobre la vida que no fue y que tampoco –se da cuenta– garantizaba nada, al contrario. Como dice Ulises Cremonte en el prólogo de esta nueva novela de Marina Arias, la vida de las personas también comprende la diferencia entre sus aspiraciones y sus logros. Lo que quisimos nos define tanto como lo que somos. En esos desfasajes hay algo importante, único, y Marina Arias les da su lugar. De hecho los convierte en el lugar. Christian siente el desajuste de su vida, y entonces... Así empieza todo.
En esta historia se activan las relaciones de un grupo de personas que ya estaban conectadas entre sí, a veces sin darse cuenta. Sus vidas cambian sobre la marcha, en los preliminares, encuentros y diálogos liberados por esta escritora que parece prender la radio de la calle en el libro, la radio de las casas donde la gente conversa. También registra las ondas secretas de la voz interior de los personajes.
Captar el pulso del día no es fácil: es contar el momento que todavía no pasó, atraparlo mientras pasa, pero Marina Arias lo logra sin imponer distancia, al contrario. Reporta la vida de todos los días, la de la calle, las casas y las redes. Avanza por una superficie conocida, donde brillan las pequeñas comedias del día, revelando también los temblores que sacuden el fondo.
Al reencontrarse con Mariana, a quien nunca olvidó, Christian trata de zafar de las arenas movedizas del lugar común. Le pasa cuando quiere escribir un simple saludo en Facebook, a la hora de la cita y así sucesivamente. Mochila desenmascara, con gracia, los lugares comunes que nos rodean e incluyen. Estamos atravesados por el lenguaje, se sabe, se ha dicho tantas veces; y en esta historia queda claro que también estamos atravesados por relatos. Las películas y las series, la novelas y los cuentos, replican la vida, pero también la vida los replica, buscando estructuras y remates cerrados, con matrices vacías como esquemas o trampas para contarse. ¿Qué pasa cuando se rompen esos moldes, esos bordes que resguardan la experiencia? ¿Puede haber una historia diferente? En Mochila, algunas personas tratan de armar un relato propio. Por eso puede leerse como una fuga de los lugares comunes. El humor es una de las válvulas efectivas de escape. Otra, importante, es la voz que narra la novela. Las trampas del lugar común siempre acechan al contar una historia, y la voz narradora renuncia a los trucos entre renglones, a la figura del narrador oculto. Se muestra abiertamente. La estructura se convierte en parte de la historia. La narradora cuestiona las convenciones y las esquiva cuando quiere, mientras cuenta. A veces anticipa lo que va a pasar, como si fuera una novela por entregas, que se adelanta en los momentos menos pensados, donde la espera se mide en páginas en vez de días o semanas.
Decir que Mochila es la historia de amor entre Christian y Mariana sería un reduccionismo. Por un lado porque explora, ante todo, el desacuerdo de base que existe en la noción que cada uno tiene del amor y la felicidad. También porque es, más que novela de personajes, novela de relaciones. Cada vez que Mariana o Christian dan un paso, ponen en movimiento a muchísimas personas. Las líneas biográficas de los personajes se cruzan, como en la vida, y exceden los bordes del libro para llegar al lector, a quien incluyen.
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