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Domingo, 9 de noviembre de 2014

LAS VOCES QUE TIEMBLAN

En marzo de 1995, la secta Aum Shinrikyo realizó un virulento ataque con el mortal gas sarín en el metro de Tokio. Haruki Murakami se obsesionó con el hecho y, como cronista, publicó Underground, su segundo libro de no ficción publicado en castellano, en el que entrevista a algunos de los cinco mil sobrevivientes y, de forma casi involuntaria, se anticipa a los ataques terroristas que una década después se repetirían en las grandes ciudades del mundo.

 Por Rodrigo Fresán

Todo aquel que haya viajado alguna vez al Tokio de Haruki Murakami (Kioto, 1949) ya sabe que allí suceden cosas extrañas: cruces interdimensionales, chicas fatales o fatalistas, el pasado que no vuelve porque jamás se fue, extraños hombres con vocación mesiánica, jazz lisérgico y gatos que hablan. De ahí que lo que sucede Underground –segunda de sus muchas no-ficciones publicada en nuestro idioma junto con el aeróbico y cuasi zen De qué hablo cuando hablo de correr– no extrañará a nadie por más que, sí, sea una historia verdadera. Pero, como las ficciones de Murakami, completamente inverosímil hasta que algo hace click dentro de la cabeza o del corazón de los lectores y allá vamos de nuevo.

Y ese allá que es Murakamilandia a menudo obliga a bajar escaleras porque, como explica el autor, “los mundos subterráneos –pozos, pasadizos, cuevas, fuentes sumergidas y ríos secretos– siempre me han fascinado como individuo y como novelista. La sola idea de algo que tiene lugar bajo nuestros pies de inmediato me llena la cabeza con posibles tramas”.

El mismo Murakami –siempre con esos modales de maestro de ceremonias en una habitación colindante con aquella suite roja en un pliegue espacio-temporal de Twin Peaks– nos marca el ritmo y nos afina la mirada en un párrafo de la introducción al libro: “Me gustaría que durante la lectura de este libro prestasen atención a las historias de la gente. Antes de eso quisiera que imaginaran lo siguiente: es 20 de marzo de 1995. Lunes. Una mañana agradable y despejada de principios de primavera. El viento aún es fresco y la gente sale a la calle con abrigo... Así que usted se ha despertado a la hora de siempre, se ha lavado la cara, ha desayunado, se ha vestido y se dirige a la estación del metro. Sube a un tren lleno, como de costumbre, camino de su puesto de trabajo. Una mañana como muchas otras. Uno de esos días imposibles de diferenciar en el transcurso de una vida, calcado a muchos otros, hasta que cinco hombres clavan la punta afilada de sus paraguas en unos paquetes de plástico que contienen un líquido extraño...”.

Lo que sigue –la segunda de dos grandes catástrofes Made in Japan, compartiendo una “violencia aplastante y arrolladora”, pocas semanas después del gran sismo de Osaka-Kobe, del 17 de enero de 1995– fue el virulento y mortal ataque con gas sarín en el metro de Tokio a cargo de la secta/culto de Aum Shinrikyo o Suprema Verdad.

Recuerden: el tan absurdo como atemorizante gurú ciego Shoko Asahara llamando a una suerte de apocalipsis a su medida, un puñado de fieles obedientes yendo a predicar la tóxica mala nueva, once cadáveres bajo tierra y las secuelas en los cuerpos y almas de los cinco mil sobrevivientes que inhalaron el gas durante la hora de mayor tráfico de pasajeros.

Con las grietas abriéndose y los edificios derrumbándose, Murakami –no hacía mucho regresado a su país luego de un autoexilio para tomar distancia de su fama y de su mito– armó uno de sus mejores libros de relatos: Después del terremoto. Con el horror entre túneles y vagones, Murakami prefirió atenerse a la realidad de los hechos y funcionar más como un médium que como un creador. Murakami –como nos pide en su introducción a Underground– prestó atención a las historias de la gente. La dejó hablar, descargarse, preguntarse y buscar respuestas a lo sucedido muchas veces sin encontrar una respuesta que la convenciese.

En este sentido, Underground –como crónicas de Joseph Mitchell, Truman Capote, Gay Talese, Tom Wolfe o David Foster Wallace– va mucho más lejos y desciende mucho más profundo que mucho del Nuevo Periodismo. Pero lo suyo parece menos preocupado o seducido por la pirotecnia verbal, prefiriendo la carga de profundidad para sacudir con el convencimiento de que lo personal debe terminar justo donde empiezan las personas –víctimas y victimarios, locos y cuerdos, iluminados y opacos– y comienzan a fluir sus historias.

Como ya apunté alguna vez, lo que acaba contando este libro de voces es el retrato muy movido y muy estremecido de una sociedad siempre sacudiéndose entre modales antiguos y la compulsión futurista de una sociedad en la que –bajo una muy fina y frágil capa de maniqueísmo– ancianos y jóvenes chocan y las víctimas y victimarios se funden y confunden. Una sociedad en la que, de algún modo, suele ocurrir, todos son culpables. “Como en tantos otros hechos históricos, el ataque en el metro de Tokio volvió a impresionarme por el reflejo automático de la sociedad japonesa para evadir responsabilidades y no querer reconocer cómo y por qué se había producido semejante locura”, le explicó el autor al murakaminólogo Jay Rubin, su traductor al inglés y autor de la biografía y análisis de su obra Haruki Murakami and the Music of Words.

Rubin –quien señala al clásico Work de Studs Terkel como el modelo y antecedente directo de Underground, donde se registran y apenas se ordenan los testimonios, sin anestesia y casi sin intervención del entrevistador– celebra esta distancia de Murakami; pero, también, más allá de lo estrictamente trágico e histórico, apunta también una de las más grandes virtudes del asunto. Un logro y temblor acaso involuntario –y con el que no puedo sino coincidir– que, aunque Murakami se resista, en más de una ocasión nos lo muestra como a ciegas y perdido en la oscuridad, tropezando por el eco de las réplicas, intentando comprender, con modales más de novelista que de reportero, cómo es que una historia sinsentido puede tenerlo de algún modo y dónde está y cómo desenterrarlo. Y qué sitio ocupa él –japonés diferente, de ida y vuelta– allí y en toda esa tierra devastada.

Underground. Haruki Murakami Tusquets 536 páginas

Tiempo después, entrevistado por los días que siguieron a otra locura terrorista/religiosa –la del 11 de septiembre de 2001– Murakami le respondía a un periodista de The New York Times que “lo que yo suelo escribir son argumentos en los que el héroe busca el camino correcto en un mundo caótico... La mayoría de los protagonistas de mis libros habitan dos mundos al mismo tiempo: uno real y otro subterráneo... Ese es Mi Tema. Pero en el llamado mundo real, las cosas son mucho más incompletas”.

De exactamente eso –de las historias siempre sin terminar de las incompletas vidas de la gente– es de lo que trata Underground.

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Underground. Haruki Murakami Tusquets 536 páginas
 
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