Domingo, 16 de noviembre de 2014 | Hoy
Antes de ser el autor de Contarlo todo, la novela que a fuerza de talento y mucho marketing lo catapultó a la primera fila entre los nuevos escritores latinoamericanos, Jeremías Gamboa había escrito un libro de cuentos en los que diagrama una imagen fantasmal y angustiante de la ciudad de Lima y sus habitantes.
Por Ariadna Castellarnau
Contarlo todo se hizo célebre antes de su publicación. La agencia literaria Carmen Balcells anunció en la Feria de Frankfurt el lanzamiento de la novela y comenzó una campaña de preventa, una práctica no muy habitual en la literatura pero que a Gamboa lo convirtió, en los corrillos literarios, en “el escritor más exitoso sin publicar un libro”. El fenómeno Jeremías Gamboa tiene su explicación, algo así como el truco que corre el velo del misterio. Gamboa ejerce el periodismo desde los 19 años en el diario El Comercio y la revista Debate. Aprendió a escribir en la redacción, como los periodistas de antes, los de oficio, y a los 26 ya era el editor adjunto de la revista Somos. En 2007 publicó un libro de cuentos en Lima, Punto de fuga, que luego del éxito de su novela llega ahora a Argentina. Se trata de una serie de ocho relatos impecables, herméticos, absortos en el universo que juntos van desplegando, una realidad de lo más realista pero extraña, como la de los cuadros de Hopper, que también son realistas pero hielan la sangre porque parecen el negativo fúnebre de nuestro mundo. Oficinas vacías, edificios inmensos con más oficinas vacías, cafeterías sin un alma o peor: con un solo tipo triste con una taza de café frío. Personas y cosas que se disuelven y se alejan flotando en la inercia. Este es el lugar donde ubica Gamboa su narrativa. Un infierno urbano, interminable, insomne, que funciona con una mecánica reconocible, aunque poblado de personajes ligeramente disonantes.
Gamboa tiene ambición. Se le nota en las entrevistas, cuando habla sobre sus procesos creativos con visos de maestro y encima lo que dice es sensato y parece provenir de una larga y probada experiencia. Su prosa también es ambiciosa, de un modo distinto a como suele serlo la prosa de muchos escritores contemporáneos, de esa forma inane, superficialmente sensible a los problemas que conlleva ser moderno. Gamboa es clásico, podría decirse, y al narrar pone el ojo ahí donde suelen mirar los buenos cronistas y periodistas, que saben que lo mejor de la historia no está en lo jugoso, sino en lo diferencial, en lo que nadie más ha observado, aquello que es pequeño y a la vez metonímico. “Un responso por el cine Colón”, tal vez uno de los mejores cuentos del libro, es justamente esto: un rezo, una elegía que puede leerse como una crónica sobre un viejo edificio histórico que se cae a pedazos por la desidia de la municipalidad, como pasa en tantos lados. Nada que no hayamos leído antes. Podría ser el argumento de uno de esos cuentos que suelen presentarse a concurso en los pueblos, y sin embargo el resultado es soberbio.
Hay algo que corre en el fondo de los cuentos, como las aguas oscuras del Rímac corren en otro cuento inolvidable titulado “Tierra prometida”, y es la ciudad, Lima, que al lector porteño le resultará parecida a Buenos Aires, puesto que ambas comparten la densidad y la asfixia. Las dos expulsan a sus ciudadanos y a la vez los degluten. Las dos le dan la espalda al agua. La Lima de Gamboa es la ciudad que tan bien han retratado Bryce Echenique, Mario Vargas Llosa o Julio Ramón Ribeyro; sin embargo en este caso no es tanto un escenario reconocible como un territorio íntimo y privado del autor y sus personajes, una ciudad alucinada, permeable a los fantasmas personales, inasible, siempre en fuga, propicia a las confusiones humanas, melancólica y por supuesto extraña. Es justo este efecto de extrañamiento lo mejor del libro, lo que logra que lo leamos con un nudo en el estómago, pavorosamente conscientes de la imposibilidad de comunicación con otro, de lo raro que es eso de despertarnos todas las mañanas y tener una vida. Algo que Gamboa logra transmitir sin demasiados aspavientos y de un modo magistral.
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