Domingo, 23 de noviembre de 2014 | Hoy
Entre finales de los años ’50 y primeros de la década siguiente, se gestó en la cultura política argentina algo que atrajo a intelectuales, artistas y escritores que vislumbraron un acercamiento a la esfera del poder como algo posible y deseable. Su centro fue la figura del luego fugaz presidente Arturo Frondizi. En Casa Rosada, Noé Jitrik traza una semblanza del “doctor” y de todo lo que voluntaria e involuntariamente se irradió desde ese proyecto, incluyendo algunos hilos de su propia vida en una etapa de formación y aprendizaje.
Por Claudio Zeiger
“No puedo decir que me haya impresionado su figura cuando lo vi llegar la primera vez.” Así abre Noé Jitrik este quinto volumen de recuerdos, por momentos involuntariamente evocadores de hechos públicos, ya que en varias oportunidades reitera su decisión de no apartarse de la intención de reconstruirse a sí mismo, sus caminos de iniciación a la vida y la literatura por encima del valor “objetivo” de unas memorias. Pero al andar esos caminos, claro está, se interponen los otros y Jitrik, como Proust, amplía el campo de sus intenciones. La sombra de esa figura que no parece haberlo impresionado pero que sin embargo tiñe con su presencia los relatos de Casa Rosada es la de un político que deslumbró y defraudó a los intelectuales argentinos, casi casi el presidente que no fue. No impresionaba pero tenía su apostura, su impronta, su costado. Y será por eso y “por un hábito local y criollo, que quienes se dirigían a él, incluso personas mayores que él, empleaban un rotundo ‘Don Arturo’...”. No se trata de Jauretche sino de Frondizi.
Frondizi atrajo la atención de hombres y mujeres que, provenientes de una clase media atenta a los símbolos y temas de la cultura, habían estado demasiado alejados del poder y de las masas durante los años del peronismo. La Libertadora planteó una transición ambigua, difícil: la universidad había comenzado a recuperarse y funcionar; a cambio, ¿qué hacer con los cadáveres de los basurales de José León Suarez, los fusilamientos? ¿Podía pactarse con eso? ¿ignorarlo? Frondizi, desviado del viejo radicalismo, podría romper con la inercia y afrontar las falsas salidas. Modernización, cuadros técnicos, cultura nacional no exenta de cosmopolitismo, brillos. Todo parecía posible. En Casa Rosada vemos desfilar nombres de futuros escritores e intelectuales por todos conocidos: Felix Luna, David e Ismael Viñas, León Rozitchner, Marta Lynch, Beatriz Guido, el propio Noé. De una forma o de otra, los convocaba Frondizi.
Noé Jitrik plantea alrededor de Frondizi la construcción de una mirada y una posición de progresiva cercanía, pero que luego del ascenso al poder se irá disgregando en puestos administrativo políticos algo confusos, aunque las tareas fueran más bien concretas, como en su cargo en el Senado. El péndulo oscila casi siempre entre “esperanza y frustración” (no falta optimismo, pero también se transmite la sensación íntima de que hay algo irremediablemente perdido de entrada, algo que no convence, que no tiene potencia), además es la oscilación entre tener un trabajo –de secretario – y realizar “un acto de militancia”. Y desde ya es la oscilación entre peronismo y antiperonismo para presentir en ese vaivén el verdadero rostro de los libertadores (Jitrik señala que Sabato supo ver esto tempranamente). Y entre movimientos pendulares, hay un punto de fuga que el autor va adscribiendo a su relato más íntimo, el descubrimiento y cultivo de la poesía –de la mano de Mario Trejo y Alberto Vanasco–; el imaginario y los ambientes que abre la escena poética (bares, fauna, revistas) frente al más adusto compromiso implícito en el grupo Contorno, en su preocupación inoxidable por la historia, que, en cierta forma, a Jitrik no lo llenan, no le parecen abarcadores de la relación más total y plena de literatura y vida. En este sentido y retrospectivamente, Casa Rosada aporta a un balance de esa experiencia intelectual y literaria de los años ’50 y los tempranos ’60.
Todo esto que se lleva dicho podría asociarse directa o indirectamente al imaginario convocado por Frondizi y su cenáculo. Pero poco antes de promediar Casa Rosada, Don Arturo se convertirá en El Doctor, y el secretario de los tiempos fundacionales ya se verá comprometido (atrapado, también) en un centro donde se está gestando algo importante. Entra a tallar otro personaje destacable de esta Historia, Rogelio Frigerio, irrupción que paulatinamente significará un declive del grupo más asociado a los claustros universitarios. Llegaron los cuadros técnicos, los pragmáticos, los desarrollistas. De ahí en más, con El Doctor un tanto extraviado en los círculos de un poder que jamás le perteneció del todo, Casa Rosada lo irá perdiendo de vista para terminar de narrar un aprendizaje de vida novelesco y vivencial: la poesía, los amigos, la enseñanza de literatura argentina en la ciudad de Córdoba, la entrada de Tununa Mercado en la vida de Noé Jitrik.
Pero volvamos a la figura de ese Don Arturo que se convierte en El Doctor pero que, bien mirado por el secretario que deviene escritor, fue más o menos el mismo opaco personaje del comienzo. Es notable. ¿Se puede ser opaco y brillante al mismo tiempo? ¿Es sólo un rasgo de personalidad, un temperamento en el fondo incompatible con el ejercicio del poder sobre todo en una época en que el Civil vivía rodeado de milicos inflexibles y, sí, opacos? Casa Rosada no responde a esto en forma directa porque –todo el tiempo, a veces contra sí mismo– el autor aclara que quiere hablar en nombre propio, no contar esa historia del doctor que se vuelve historia objetiva, memoria política memoriosa. Hay algo, sin embargo, en el entramado básico de estos relatos, que nos lleva a pensar que más allá de resultados objetivos –más bien poco espectaculares y, sobre todo marcados por la defraudación– hubo algo importante en esto que se dio en llamar el “frondicismo”, una latencia que atravesaría los años; quizás es la riqueza de una “experiencia puente”, de una ceremonia y unos ritos de pasaje. En esto no escatima información ni fascinación Casa Rosada: la mezcla de poesía, literatura argentina, política, climas urbanos y regionales (aparece el grupo de los santafesinos, cuya figura más relevante sería hasta nuestros días Juan José Saer), todo un conjunto de hibrideces que la memoria no se empecinó en clasificar y separar sino que, por el contrario, funde e indaga siguiendo subjetividades, recuerdos, impresiones, no pretendiendo congelar la historia ni acomodar los bronces propios o ajenos.
La vida seguiría por otros caminos. Faltaban dictaduras fatídicas, años terribles. Pero esa experiencia que rozó la Casa Rosada se incorporó con naturalidad a un relato fluido, palpitante y reflexivo, como puede ser la memoria cuando no quiere imponerse por mera prepotencia de lo vivido.
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