Domingo, 21 de diciembre de 2014 | Hoy
En Lontano, Gustavo Rimoldi propone un viaje profundo a los entretelones del siglo XIX argentino. Una extranjera postrada, un gaucho clarividente y un doctor fascinado por nuestra barbarie son los principales hilos de una novela que replantea con fuerza cómo volver a narrar la historia. Y que propone un tono y una manera de hacerlo.
Por Claudio Zeiger
Resulta algo sorpresivo toparse con un texto de asunto histórico en este momento de la narrativa argentina actual. No es un tipo de registro que hoy se cultive demasiado, sobre todo por fuera del circuito de novelas que cruzan historia y romance, o esa suerte de biografías noveladas de personajes célebres o semidesconocidos del siglo XIX. En todo caso, abrir un libro que rápidamente nos transporte a cien años atrás o más causa una fuerte extrañeza, porque justamente nos hace recordar que mucho se habla de las relaciones entre literatura y política y poco se cultiva esa conexión en términos de la historia.
A propósito de Lontano, de Gustavo Rimoldi, un autor que había abordado la Guerra Civil Española en Tres heridas (1998) y que ahora mereció el premio de novela del Fondo Nacional de las Artes 2011, esta extrañeza se torna más neta porque no hay aquí lazos tendidos hacia el presente, no hay necesidad de “actualizar” la inmersión en lo histórico; ya la primera página oficia como un tobogán que desde el arranque nos transporta hacia la Argentina desértica y salvaje de mediados del siglo XIX. Tampoco es uno de esos libros que renieguen de cierta reconstrucción de época, sobre todo si entendemos por esto algo más que la reposición de datos exteriores, de un decorado, de documento; no, es otra cosa lo que sucede en Lontano. En sus páginas se reconstruyen una sensibilidad y un tono (o varios) de la época en que transcurre. Y además hay romance y sexo, sin que podamos hablar de una novela volcada a esa intención, pero que en su vitalidad no excluye esos menesteres.
Es que no se trata aquí de una confrontación entre novela histórica comercial –género probado pero que tampoco estaría en su mejor momento, salvo en su vertiente romántica– y otra de autor, a la manera de Andrés Rivera o Juan José Saer. Obviamente está mucho más cerca de estos últimos ejemplos, y uno podría citar La ocasión como uno de sus antecedentes. Pero en su estructura, en su largo aliento, en la cuidada manera de recortar personajes singulares sobre prototipos ya cristalizados –el extranjero malvado, el científico racionalista, el cónsul delicado y romántico, la mujer hipersensible–, Lontano demuestra una saludable vocación de novela popular, desacartonada, sobre una cantidad de tópicos que pertenecen hondamente al imaginario argentino y a los que la novela parece convocar en un licuado vertiginoso, caleidoscópico: la pampa, el gaucho perseguido, los pueblos originarios en vías de extinción, la extranjería, la civilización, el desierto, la estancia, la imposibilidad de configurar una nación. De todo esto trata Lontano y un poco más, ya que se pregunta bajo qué prisma juzgar y narrar los hechos de la historia, cómo indagar en esos tópicos. ¿Alcanza con esa mirada racional que se empaña en forma permanente bajo la metáfora de los quevedos del doctor Lontano, prestigioso científico italiano que viene a curar los males de una damisela hundida en el campo? ¿O la razón universalista es insuficiente, o más todavía, impotente, ante la sabiduría del baqueano, la intuición de golpe de vista del autóctono?
Lontano es el nombre del doctor que atiende a Emily, esposa del villano John Lexton Morgan, un yanqui muy colorado a quien el Presidente le regaló tierras en la pampa a cambio de sus oscurísimos servicios a la patria (la nuestra). Hay dos líneas que a partir de aquí se abren en la novela: la que conduce al doctor Lontano a la parte de los Lexton en su estancia La Rosada, y la que lo hace incursionar en la pampa profunda para visitar a un enigmático personaje a quien llaman el Viejo, quizás el último gaucho, quizás amigo de Fierro o, quizás, también él Fierro, o Vizcacha, o alguno de esa estirpe. Como sea, ambas líneas transcurren en un plano que no desdeña la alucinación, la doble visión y la visión borrosa. Los capítulos que refieren las historias del desierto y la metáfora de la gran noche argentina –la historia de un indio que leía un libro, el viaje por la pampa de noche del doctor, noche que paradójicamente lo hace ver con inusitada nitidez (a él, tan luego, que teme quedarse ciego)–, son sencillamente excepcionales.
Salvo contados casos –entre los que pueden enumerarse Respiración artificial, de Piglia, y La ocasión de Saer– las tonalidades de las novelas que se entreveran con la historia suelen tentarse con un decir solemne, como si cierta seriedad del tema necesitara transmitirse en un registro de estilo altisonante o en tonos más hondos, sombríos, roncos. En contraste, también se nos ha poblado la llanura de gauchos e indios cultores del tono menor, llevando la parodia al paroxismo y a la cristalización ideológica de que la historia argentina sería una sucesión de hechos absurdos y fragmentarios, como pedazos de carne tirados a la parrilla sin orden ni sentido. Algo da la pista, en la lectura de Lontano, de que Rimoldi tuvo en cuenta estas cuestiones –nada menores– de cómo narrar una incursión al siglo XIX. Supo combinar una prosa de alta precisión y belleza despojada con diálogos extensos que muestran pliegues discursivos variados, cruzando personajes de niveles sociales muy diferentes. Pero sobre todo supo equilibrar los componentes de la aventura, lo maravilloso y lo salvaje de la historia, de la apasionante historia argentina que resurge poética y ontológicamente en esta bienvenida sorpresa narrativa.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.