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Domingo, 28 de diciembre de 2014

MAS ALLA DE LAS FRONTERAS

Puede sonar un poco sorprendente que un escritor brasileño haya escrito una novela que toma a San Petersburgo como escenario y a la primera guerra de Chechenia como trasfondo para un texto sobre las madres que salieron a defender a los soldados rusos maltratados y torturados por sus superiores. Pero fue un proyecto del productor Rodrigo Teixeira para filmar historias de amor en diferentes ciudades el que lo había llevado a la ciudad rusa y finalmente a escribir Hijo de mala madre. Bernardo Carvalho ya había publicado la muy laureada Nueve noches, basada en el suicidio de un antropólogo norteamericano en tierra brasileña en 1939. Trabajando con hechos reales de las crónicas y la historia, este escritor, periodista y traductor de Juan José Saer al portugués, hizo salir de viaje a la literatura de Brasil.

 Por Juan Pablo Bertazza

En estos días atravesados por la aberrante puesta en escena de una falsa “polémica” en torno de las políticas de derechos humanos, luego de las declaraciones que entendían lo hecho durante la última década en términos de “curro” y la acusación infundada a sus principales referentes, vendría muy bien leer Hijo de mala madre, la última novela del escritor brasileño Bernardo Carvalho, publicada –y presentada hace algunas semanas por su autor– en nuestro país. Porque más allá de los múltiples y complejísimos personajes de este libro que transcurre en San Petersburgo en el año 2003 (poco antes de la celebración del tricentésimo aniversario de la fundación de la ciudad), su gran protagonista es la Comisión de Madres de Soldados Rusos, que desde 1989 viene luchando para salvar a sus hijos de las permanentes violaciones de derechos humanos de las que vienen siendo víctimas por parte del Ejército Rojo: esas otras Madres empezaron por curar y dar refugio, de forma clandestina, a quienes lograban huir de los cuarteles. Luego fueron las primeras en impulsar una reforma militar y en denunciar la intervención rusa en Chechenia. Hoy, a veinticinco años de la caída del Muro de Berlín, esas Madres constituyen, en su país, un verdadero símbolo de resistencia ante cualquier forma de vejación.

El desarrollo de la Comisión de Madres de Soldados Rusos coincidió con la primera guerra de Chechenia (de 1994 a 1996), que desde siempre significó un grano para Rusia, incluso mucho antes de la caída del Muro. Como el gobierno de Yeltsin atravesaba una profunda crisis económica, el ejército terminó entrando en guerra con un grupo de jóvenes reclutas que no sabían cómo actuar, ni tenía los medios para hacerlo, y, para colmo, eran torturados por sus propios superiores. El resultado era obvio: morían por incompetencia, por no saber cómo afrontar la guerra. Uno de los personajes más destacados de Hijo de mala madre es, justamente, un recluta que ni siquiera se siente cómodo con su lugar de desertor.

Y, a pesar de que va mucho más allá, enterarse de la existencia de esa Comisión de Madres significó para Carvalho el motor para poder contar una historia dentro de un contexto en el que todo, prácticamente todo, le era ajeno: sucede que la novela surgió del proyecto del productor de cine brasileño Rodrigo Teixeira, quien invitó a una decena de escritores compatriotas –entre ellos Carvalho– para que cada uno fuera a una ciudad del mundo y escribiera una historia de amor con esa ciudad como escenario de fondo. A Bernardo Carvalho le tocó San Petersburgo y –como no tenía mucha opción, pero le interesaba el proyecto– aceptó. La novela es, entonces, fruto de su estadía en la ciudad y la empieza a concebir, nunca mejor dicho, cuando se entera de las Madres: “Como no conocía demasiado de la sociedad rusa, empecé a leer mucha historia y periodismo del país, hasta que me encontré con un libro de Anna Politkovskaya, la periodista rusa a la que asesinaron en 2006, es decir, un año antes de que yo viajara. Gracias a ella descubrí la existencia de este Comité de Madres de soldados que se organizaron durante la primera guerra de Chechenia para salvar a los muchachos que estaban en el ejército y en la guerra, y eran torturados por sus superiores. Me fascinó la idea de esa organización, que parecía casi un partido político formado solamente por madres cuyo único objetivo era salvar a sus hijos. Apenas leí todo esto, viajé a Moscú para entrevistar a la presidenta del comité y ahí me di cuenta de que tenía que tener un personaje que fuera una de ellas”.

¿Qué fue, concretamente, lo que lo movió a hacerlo?

–Solemos pensar el amor de la madre como algo absoluto, como el más puro de todos, sin tener en cuenta que el amor de las madres también está en el origen de las guerras, de los clanes, de las familias, porque se supone que una madre ama más a su hijo que al de la vecina, y se generan así muchos límites. Es decir, el amor de una madre es magnífico, pero también está en el origen de las guerras. Bueno, lo que me pareció interesante con estas madres de soldados es que llegan ahí para defender y salvar a sus hijos, sí, pero a partir de ese momento se involucran en la lucha política de las Madres como un colectivo, y empiezan a defender los derechos de todas, de cualquiera; entonces es lo contrario de la idea de nación, de clan, de las guerras. Ofrecen ese amor puro no sólo para sus hijos sino también para los hijos de las otras madres. Para Putin, por ejemplo, eso es lo peor que le puede pasar: que las madres rompan con la idea de clan en su afán por defender a los hijos de toda la gente. De hecho, durante mi estadía en San Petersburgo ellas intentaron crear un partido político para entrar en el Parlamento, y eso sería la peor cosa que Putin podría imaginar.

¿Hay posibilidades de que logren entrar?

–No, porque justamente cambiaron las leyes para poder evitar eso. De todas formas, la idea de la organización de esas Madres con un único objetivo político de salvar a sus hijos es muy interesante.

TODO SOBRE MIS PADRES

Si Hijo de mala madre es, sobre todo, una novela acerca del amor maternal en todo su esplendor y complejidad (“las madres nacen para un amor que es insostenible y por el que pasan la vida intentando compensar con amores secundarios, para no volverse locas. Por eso quieren más de un hijo, para que el amor de uno anule el de otro”), Nueve noches (2002, ganadora del prestigioso Premio Portugal Telecom) es una novela sobre la relación entre padres e hijos. Tal como le sucedió a Carvalho en San Petersburgo, el narrador de Nueve noches se enteraba, también a partir de una breve nota de prensa, de la enigmática muerte de Bell Quain, promisorio y original antropólogo norteamericano que se suicidó el 2 de agosto de 1939, mientras trabajaba con una tribu indígena. En cierta forma, la relación por momentos paternalista que el antropólogo tiene con quienes constituyen su objeto de estudio refleja una serie de conflictos que Quain carga con su propio padre, un exitoso médico sueco que había introducido el primer aparato de rayos X en Brasil.

“Nueve noches es el libro con el que tuve más éxito. Un día abrí el periódico y leí un artículo donde había un pequeño recuadro sobre un antropólogo que había muerto en Brasil, entre los indios. Esa noticia despertó algo adormecido que había en mí, y me enamoré de esa historia y del personaje. Por ese entonces había un acuerdo entre la Universidad de Columbia en Nueva York y el Museo Nacional en Brasil que posibilitaba la llegada de estudiantes americanos a Brasil para hacer trabajos de campo. Bell Quain era muy brillante, llegó para trabajar con una tribu que estaba en vías de extinción. Por razones burocráticas no pudo hacerlo y tuvo que cambiar su trabajo por otros indios a los que él consideraba mediocres. Entonces se suicida; creo que porque sufría de sífilis. Es una historia muy compleja y en la que, es cierto, aparece todo el tiempo la figura del padre. Toda la novela está atravesada por la relación entre padres e hijos, lo cual también tiene que ver con su propia relación con los indios.”

A pesar de las claras diferencias entre Nueve noches e Hijo de mala madre, son muchos los elementos en común: en primer lugar el tema del viaje, algo que hoy –con la camada de Joâo Gilberto Noll y Silviano Santiago, entre otros– es bastante usual en la literatura brasileña, pero que hace un tiempo era impensado, teniendo en cuenta que, durante mucho tiempo, fue una literatura bastante endogámica. Pero, más que una literatura de viaje, la de Carvalho es estrictamente una literatura de campo, que le requiere a su autor visitar el escenario donde transcurrirán sus historias y, más que escenario, aquel sitio terminará usurpando un nivel protagónico. En el caso de Nueve noches, Carvalho había viajado a la selva amazónica para terminar su libro, y luego pasaría un mes en San Petersburgo para escribir Hijo de mala madre.

¿Cómo fue esa estadía en Rusia más allá de la novela?

–La verdad es que fue una experiencia muy dura porque me asaltaron al tercer día. Trataron de robarme la computadora que tenía en la mochila, aunque luego la recuperé, y no fue algo tan violento porque no usaron armas. Sin embargo, ese episodio fue suficiente para alimentar en mí una especie de pánico: pasé un mes solo porque no conocía a nadie, con miedo a todo. Lo interesante es que creo que les transmití eso a muchos de los personajes de la novela, algo del orden del pánico. Me costó mucho pero, al menos, pude trabajar con ese miedo y lograr que la novela se impregnara de esa sensación.

¿Cómo es San Petersburgo?

–Es una ciudad totalmente artificial, construida por el poder central del emperador, del zar, para tener visibilidad absoluta y poder masacrar toda clase de oposición que pudiera ocurrir ahí. A nivel cultural, todo lo interesante sucede tras los muros, a escondidas; es una ciudad hecha de ruinas, y lo que generó en mí fue una sensación de absoluta vulnerabilidad: me procuraba esconder todo el tiempo porque tenía miedo de que me asaltaran de nuevo, pero también me daba miedo la policía. Un día la llamé a mi madre, que es una viejita de 90 años, le conté que me habían asaltado y me respondió: “No puede ser... mis amigas dijeron que es una ciudad adorable”.

EL ENTENADO

A pesar de que son muchas las diferencias en lo que hace al estilo, temas y densidad literaria, hay algo en la literatura de Bernardo Carvalho, escritor y periodista nacido en Río de Janeiro en 1960 (y traducido a montones de idiomas), que recuerda la obra de Juan José Saer, a quien tradujo por primera vez al portugués. En verdad, más que recordarla, es como si su escritura ofreciera una suerte de reminiscencia saeriana, como si se postulara como un hijo extranjero del escritor santafesino. Se advierte ese vínculo en cierta exploración que Carvalho emprende con las múltiples alternativas de resolución que presentan sus historias. Pero también con una marca de léxico que incorpora y reproduce algunos conceptos centrales de la caja de herramientas de Juan José Saer. En Hijo de mala madre, por ejemplo, las negaciones saerianas se predisponen a describir la ciudad de San Petersburgo: “Es la más artificial de todas las ciudades, en tres siglos intentaron tres nombres en vano, un nombre por siglo, y construyeron trescientos puentes, uno para cada año, pero ninguno lleva a lugar alguno, nadie nunca va a salir de aquí”. Mucho más adelante en la novela, Carvalho utiliza, entre todos los sinónimos posibles, la palabra “entenado” para dar cuenta de los conflictos de una de las familias que habitan la novela.

¿Nota esa leve influencia de Saer?

–Me encantaba Saer, lo descubrí en París cuando él vivía ahí, me gustó inmediatamente. Y es que en relación con lo que escribíamos por ese entonces en Brasil, él significaba una novedad inmensa, una libertad muy grande, no teníamos nada comparable a Saer en Brasil. Cuando volví de París, propuse que lo publicaran en mi país; entonces lo presenté a mi editorial y aceptaron, pero me pidieron que yo lo tradujera. Yo no hablo español, hablo portuñol y tampoco soy un buen traductor, pero acepté. A partir de ahí empezaron a conocerlo y a publicarlo mucho más. Quizá la traducción no es muy buena, pero por lo menos significó un inicio, un punto de partida para que los brasileños lo conocieran.

¿Y qué sensación generó su literatura entre los lectores brasileños?

–Brasil es un país muy extraño porque muy pocos leen, tenemos una elite muy iletrada que no lee nada: los más ricos, la alta burguesía, no lee en Brasil, eso es muy fuerte. Pero hay una parcela de la clase media que lee, gente educada que sabe lo que es la literatura y, si bien no fue un éxito de ventas, Saer sirvió para que el público se diera cuenta de que estaba leyendo algo distinto. En Brasil sólo teníamos la idea de que la Argentina es Borges o Cortázar, fue una forma de renovación, a tal punto que otros escritores un poco más jóvenes pudieron empezar también a publicar en Brasil. Saer tiene una invención muy grande, para mí significa libertad: cuando leemos a Saer es como que el mundo empieza a ser muy grande.

¿Y cómo siente que está hoy el vínculo entre la literatura brasileña y la argentina?

Hijo de mala madre. Bernardo Carvalho Edhasa 247 páginas

–Yo creo que hay muchos puentes. De América latina, la Argentina es el país más cercano a nosotros a nivel cultural. En los congresos, cuando me toca viajar con delegaciones latinoamericanas, siempre me acerco a los argentinos: hay una confluencia de intereses, hay cuestiones entre los brasileños y los argentinos que no necesitan explicarse, lo cual facilita mucho las cosas, a pesar del idioma que, obviamente, es un problema. De todas formas, nosotros leemos español desde siempre porque en la facultad dan bibliografía obligatoria en español y nadie pregunta si sabes o no leerla. Es algo dado, y noto que eso no se da mucho a nivel inverso. Me llama la atención esa diferencia.

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