Domingo, 4 de enero de 2015 | Hoy
Un Antonio Tabucchi póstumo no podía prescindir de una trama basada en viajes a lugares ensoñados, itinerarios literarios y música de Beethoven. Para Isabel. Un mandala es una curiosa pieza en la que son reconocibles las huellas tanto del primer Tabucchi como del escritor de los últimos años previos a su muerte.
Por Juan Pablo Bertazza
La importancia de los libros póstumos tiene mucho más que ver con la vida –el itinerario y el interés que sus libros supieron crear– que con la muerte de un escritor. Tal como lo demuestran estos años crueles en que se fueron escritores fundacionales (Carlos Fuentes, José Saramago, Gabriel García Márquez, por nombrar sólo a algunos y abreviar el duelo), la relevancia de un libro póstumo queda totalmente a merced de aquello que supo cosechar un autor durante sus trabajos y sus días. Para Isabel. Un mandala vale por el solo hecho de ser el primer libro póstumo (es probable que no sea el único) de Antonio Tabucchi. Quizá, junto a Baricco, el escritor italiano más destacado de las últimas décadas –y por eso mismo también resistido– que murió en Lisboa en 2012, no sin antes escribir obras maestras como Pequeños equívocos sin importancia, Réquiem y, por supuesto, Sostiene Pereira. Pero Para Isabel. Un mandala –que parece apuntar, desde su título, a la archiconocida composición de Beethoven, cuya música impregna toda la novela– tiene un valor propio que va mucho más allá de ser un libro póstumo que Tabucchi empezó a escribir en 1996 y lo tuvo en mente desde antes y hasta el final de su vida, a tal punto que tenía la intención de revisarlo para, finalmente, sacarlo a la luz.
“Obsesiones privadas, pesarosas añoranzas personales que el tiempo corroe pero no transforma, igual que el agua de un río alisa sus guijarros, fantasías incongruentes e inadecuación a lo real son los principales motores de este libro”, describe el propio Tabucchi desde la llamada “justificación en forma de nota” previa a la novela, para concluir diciendo que “podrá parecer curioso que un escritor, pasados los cincuenta años y después de haber publicado tantos libros, sienta aún la necesidad de justificar las aventuras de su escritura”.
Y lo cierto es que esa misma curiosidad, que sólo en dosis calma Tabucchi, atraviesa todo el libro: sin revelar demasiado las razones, Tadeus emprende la búsqueda obsesiva de Isabel, una mujer perteneciente a la burguesía culta y acomodada de Portugal, a quien se le termina la infancia con la intempestiva muerte de sus padres en un accidente de tránsito (no fallecen en el acto, son llevados de urgencia al hospital y mueren los dos exactamente a la misma hora). Adulta huérfana y precoz, Isabel empieza a tomar un rol preponderante en su universidad, donde estudia Letras Modernas, y pronto entabla contactos con el Partido Comunista de su país, desafiando peligrosamente la dictadura de António de Oliveira Salazar en una época en que “Portugal era un país que le daba la espalda a Europa y al que Europa daba la espalda”.
Esa búsqueda incesante, que deviene una especie de policial metafísico que transgrede también las fronteras temporales, lo paseará a Tadeus por recónditos sitios de Portugal, Italia, Chile y China, a partir de viajes reales y concretos y otros referidos por cada uno de los personajes a los que trata de arrancar alguna información acerca del paradero de Isabel que, según versiones no oficiales, se habría suicidado en la prisión: la niñera de su infancia, los camaradas de los primeros años y el carcelero que quizá colaboró con ella son los primeros eslabones de esta pesquisa que empieza siendo realista y va sufriendo cierta gradación fantástica con la aparición, más tarde, de excéntricos sacerdotes, poetas moribundos, Xavier (otro espectro de la novela Nocturno Hindú) y hasta un murciélago que se comunica en forma telepática.
Aunque la atmósfera onírica, vacilante y nebulosa de esta novela remite a las primeras ficciones de Tabucchi –en especial El juego del revés y Réquiem– algo de esa estructura turística y en forma de mandala, a partir de los nueve círculos concéntricos que forman cada uno de los capítulos (uno por cada personaje), remite a sus últimos libros de ensayos Viajes y otros viajes, recopilación de más de cincuenta artículos publicados entre comienzos de los noventa y finales del 2009 en los diarios italianos Corriere della sera, La Repubblica y también en la revista Grazia Casa, que van de Florencia a París, de Madrid a Barcelona, de Nueva York a Kyoto, de El Cairo a Río de Janeiro y, sobre todo, La oca al paso, otra compilación de artículos que reproducía la dinámica del Juego de la Oca, aquel en que dos o más jugadores hacen avanzar su ficha por un tablero en forma de espiral compuesto por 63 casillas con dibujos.
Aunque Tabucchi no llegó a revisar, tal como quería, este libro que lo obsesionó a tal punto que le impidió cerrarlo, ahora su publicación es absolutamente irreprochable, porque ofrece algo así como el equipaje perfecto para revisitar una obra que encuentra su centro y razón de ser en el viaje. Interesante cóctel que reúne música de Beethoven, una frase de Hölderlin que repercute en todo el libro, absenta, opio y un quehacer literario que parece mezclar algo del último nobel Modiano con Saramago, Cortázar (Rayuela iba a llamarse Mandala) y Pessoa, Para Isabel es una novela compleja pero fácil de leer, alucinatoria pero coherente, intimista y universal, cuya lectura casi logra la utopía que debería perseguir todo libro póstumo: crear un puente con los escritores que ya no están de este lado.
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