Domingo, 1 de marzo de 2015 | Hoy
Narrador consumado, cuentista brillante y reconocido periodista cultural, Elvio E. Gandolfo sorprende con El año de Stevenson, un libro de poemas recién editado por Editorial Iván Rosado. Además de abundar en referencias, citas y comentarios cinéfilos, como los homenajes a Nicholas Ray y a John Huston, la evocación de los cines de Lavalle y la devoción por el cine de género, Gandolfo también se atreve a la parodia y a la intimidad; así revisita su infancia y recuerda a su padre, el poeta e imprentero rosarino Francisco Gandolfo, a quien le dedica una serie impresionante que describe con dolor y humor negro los terribles días de su enfermedad y su muerte.
Por Guillermo Saccomanno
“Flaquita y pálida, con una elegancia/ muy de la época se apoya en una lámina/ de acrílico rectangular y grande,/ como construido paraíso:/ la usa de naturaleza muerta para no desmoronarse”, empieza uno de los poemas de El año de Stevenson, de Elvio E. Gandolfo (1947). Tal vez sea redundante recordarlo: Gandolfo es un narrador consumado, cuentista eximio, autor entre otros, de los ya clásicos La reina de las nieves o Ferrocarriles argentinos. Cabe preguntarse si no viene de lo narrativo la alusión a Stevenson (a) Tusitala, el narrador por excelencia, tal como lo apodaron los originarios del Pacífico Sur. Resulta entonces natural que en su pasaje a la poesía su impronta narrativa predomine sobre el conjunto, un tono entre de conversación y cuento oral, que suele pegar un giro hacia el humor en el verso menos pensado y ahí provoca desde la autocargada al subrayado del absurdo en lo cotidiano. Por ejemplo, una conversación con un tachero o las palomas rompiendo la paciencia. Pero lejos de intentar esconder ese tono que le viene de escribir cuentos, Gandolfo lo asume y, en no pocos momentos, lo manda al frente consiguiendo la captación de un paisaje. Todo un ejemplo: “Ventanilla”. Aquí entrega: “El techo de nubes bajas en la madrugada,/ sobre las cuchillas suaves empastadas de gris/ por el cielo de tormentoso Apocalipsis silencioso/ que casi las toca. Ominoso todo, inminente y letal/ en su mudez a no ser por aquel fondo lejano de/ reflejos solares rectos y triunfales, bíblicos:/ el paisaje exacto y remoto para el nacimiento/ de un nuevo Dios o del mismo que vuelve resucitado/ después de cuatro siglos de ausencia”. Quizá conviene detenerse en el significante “cuchillas”, más que un accidente geográfico, parte del paisaje uruguayo que Gandolfo conoce y bastante. En particular, Montevideo, una de las tres ciudades en que, lector omnívoro, ha desarrollado una versatilidad literaria que comprende tanto la crítica como la traducción, la edición y el periodismo cultural.
No son pocas las referencias, citas y comentarios cinéfilos, los homenajes sentidos como ese largo poema a Nicholas Ray, otro a John Huston, la evocación de los cines de Lavalle y la devoción por la clase B. Y, como tomada de pelo, la parodia en “Variaciones”: “Me duele una mujer/ en todo el borde/ de la uña del dedo/ gordo del pie”, donde caen en la volteada, además de Gelman, el ilustrísimo, otros monstruos sagrados: Borges, García Márquez, Neruda y Güiraldes, entre varios. Porque, quién dijo que la poesía tiene que ser profesión de solemnidad. La prueba está en su autorretrato “Advertencia”: “Ser a la vez/ bien educado/ y peligroso,/ transero y transido,/ payasesco y serio/ como una tumba/ tailandesa/ rítmico y torpe/según los momentos/ incansable y exhausto/ anarquista y funcionario/traductor y esencialista,/ amante y odiador resentido/ aventurero y cómodo/hedonista y culposo/. Cuidado conmigo/ cuando/ aparentemente inmóvil,/ estoy centrado en cambio/ en la acción/ con desapego”.
Como reflexión: la incursión en la poesía podría ser la vuelta de entrarles a los recovecos de lo íntimo, como si ésta fuera la forma expresiva propicia para indagar en esa zona donde fluctúan la memoria de infancia, la figura materna, recortes que configuran la mitología personal. Hay que destacarlo: en el pasado de Gandolfo, como marca poética, entre 1968 y 1976 está la codirección con su padre, el poeta e imprentero rosarino Francisco Gandolfo, de la legendaria revista literaria El lagrimal trifurca. Entonces, cae de maduro, desde ese tiempo viene la gestación de este libro. Y en sus páginas, esa serie conmovedora dedicada a la internación, enfermedad y muerte de su padre, un testimonio del duelo, el alivio difícil de la herida que, al convertirse en poesía, elabora un réquiem secuenciado que alcanza tal vez el vértice de dolor más alto de la colección. Los distintos momentos del duelo Gandolfo los puede titular “El día antes” o “El día después I, II y III”. “Y los horarios de límite: visitas a partir de las tres y media,/ merienda a las cuatro y media,/ la cena a las ocho, como punto final.” Hasta que el poeta alcanza ese instante en que el duelo se confunde con el humor negro, ese grado cero del dolor: “Tu padre se pasa/ la lengua por los labios./ se los seca con/ el dorso de la mano./ Uno de nosotros pregunta/ –¿Tiene la boca seca, papá?/ Y él recobrando ese leve/ fastidio cortante, volteriano/de todos estos años:/ –No, la cabeza”.
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