Dom 04.05.2003
libros

RESEñAS

Iniciación musical

Paralelismos y paradojas.
Reflexiones sobre música y sociedad
Daniel Barenboim y Edward W. Said

Debate
Barcelona, 2002
200 págs.

Por Santiago Rial Ungaro
La capacidad de dialogar es un aspecto esencial para el funcionamiento de una orquesta, pero también puede darnos valiosas ideas sobre cómo vivir en una sociedad. “Creo que una de las cosas que Daniel y yo tenemos en común es una fijación del oído más que del ojo”, dice Edward Said, pensador palestino-norteamericano, miembro de una familia árabe cristiana anglicanizada, conocido por trabajos como Orientalismo y Cultura e imperialismo, a los que les debe su prestigio como crítico literario. El Daniel al que hace referencia no es otro que Daniel Barenboim, genial director de orquesta de fama mundial, cuya precoz (y brillante) trayectoria musical comenzó a los 10 años debutando como pianista en París.
Registro de una serie de diálogos entre ambos, este libro, editado y prologado por Ara Guzelimian, es el testimonio de un encuentro en el que el acto de escuchar aparece como un imperativo para el futuro. En ese Paralelismos y paradojas no sólo merece ser leído, sino también escuchado: las referencias a compositores musicales (Beethoven, Wagner y demás clásicos, pero también Schönberg, Boulez y Carter) pueden servir como repaso para melómanos y también como iniciación musical para quienes puedan captar los misterios de un arte “extremadamente esotérico”.
Fundadores del taller de música West Eastern Divan, taller realizado en 1999 en Weimar (Alemania), en el que se reunieron músicos árabes e israelíes con músicos alemanes en una misma orquesta, Barenboim y Said (que según parece es también un buen pianista aficionado) han demostrado tener clara conciencia de la trascendencia de la música y de su poder de integración. Al igual que en aquel taller, el diálogo entre un árabe y un judío no está exento de tensiones: desde su perspectiva, Said, lúcido analista del conflicto de Medio Oriente, sabe que luego de 1948 la acción política, cultural y militar de los israelíes ha negado a los palestinos, presentándolos al mundo como simples terroristas sin admitir jamás cuál ha sido la realidad histórica. Disiente en ese punto con Barenboim, judío estelar cuyas preocupaciones como director pasan por otros andariveles, como por ejemplo el expropiar a los nazis la obra de Wagner, cuyo valor musical y teatral, fundamental en la historia de la música, es para él universal.
Buscando desde el diálogo lograr una armonía compleja, las paradojas se suceden. En primera instancia la paradoja de la música en sí misma, que por un lado es “la mejor escuela de la vida que hay y, sin embargo, al mismo tiempo constituye una forma de escape”. Otra paradoja significativa y polémica es la que encarna Barenboim al rescatar no sólo la obra musical de Wagner sino también el valor extraordinario de la cultura alemana, así como también el hecho de que los alemanes se hayan ocupado de las culturas pasadas.
Personalidades múltiples e itinerantes, Barenboim y Said van de la música a la literatura, de las palabras a los sonidos y del arte a la política. Cuando Barenboim cita a Ferruccio Busoni (la música es aire sonoro), o cuando ambos analizan los elementos con los que trabajan, lo que de a poco se va haciendo evidente es que en la técnica siempre hay un aspecto físico, y que esa instancia física es un paso previo a toda especulación metafísica. Detrás del respeto y la admiración mundial de las que goza Barenboim hay una profunda comprensión de la idea de catarsis, rescatada de los griegos por Nietzsche y esencial en las obras de Beethoven y demás compositores posteriores. Lo mismo podemos decir de Said, que no duda en afirmar que en nuestro tiempo existe una especie de apartheid en relación con la música. En definitiva, todo nos lleva a la importancia de la música en la formación de las personas, en estos días en los que la mueca de Bush se superpone con los espectaculares bombardeos a Bagdad, y cuando recordamos, con módica nostalgia, la imagen –también torpe pero no tanto– de Bill Clinton tocando su viejo y querido saxofón.

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