Domingo, 29 de marzo de 2015 | Hoy
Ganadora del primer Premio de Literatura del Fondo Nacional de las Artes, La fauna divina es una extraordinaria novela de iniciación a la vida de una criatura signada por la monstruosidad y la belleza.
Por Sebastián Basualdo
El infierno son los otros, decía Sartre; y mucho de esto hay en La fauna divina, primera novela de la actriz y dramaturga Bernarda Pagés, donde aborda la problemática existencial de Perla, una joven que a los veinte años decide dejar atrás su pasado instalado en Diamante, un pequeño pueblo de Entre Ríos donde aprendió a tolerar la vida hasta la repentina muerte de su madre. “A la madrugada Don Ernesto apareció por el velatorio. Se acercó al cajón, besó la frente de Sofía y sin mirar a su hija, apoyó sobre sus manitos de seis dedos un sobre arrugado. Perla tampoco lo miró pero reconoció su olor. Los dos eran iguales. Apestaban a dorado y surubí.” Pasados seis días de la muerte de su madre, Perla partió de su casa; atrás quedará Don Ernesto, un hombre tan déspota como despreciable, y la abuela Eldemira, una mujer compleja e intratable que, al igual que la gente del pueblo, opinaba que su nieta era hija del demonio. Sólo hay una cosa que Perla no va a poder dejar atrás nunca por más que el ómnibus en el que viaja cruce a toda velocidad el puente Zárate-Brazo Largo en dirección al Cotolengo San Miguel Febres. “Es un juego doloroso del destino la marginalidad del cuerpo. Macabro”, piensa Perla. Y es el hecho de cargar con el estigma social que impone haber nacido con una deformación congénita, consecuencia de la talidomida, “una pastillita inocente que daban a las embarazadas para calmar las náuseas allá por los cincuenta y que resultó un veneno que no mataba pero deformaba”. De modo que Perla nació con una mezcla de monstruosidad y belleza: “Un rostro blanco de ojos negros hundido entre los hombros a falta de cuello, y un cuerpo minúsculo de caderas tan anchas que la ropa requería dos largos de tela. Uno de sus brazos parecía normal, sobrepasaba su pubis y ella lo bamboleaba al caminar para darle impulso al cuerpo, el otro no existía, en su lugar, solo una manito de seis dedos brotaba de su hombro”. La aceptación de Perla en el cotolengo por parte del doctor Caliggeri es el verdadero comienzo de esta original novela que quiebra rápidamente cualquier asomo de lugar común para irrumpir con un universo narrativo sorprendente. Valga una aclaración: si con lo expuesto el lector se hace la idea de que estará frente a la típica novela con clima de claustro, opresiva y un tanto lúgubre donde la redención resuena como ecos infinitos por los pasillos de un convento con hermanas auxiliadoras tiránicas y el tratamiento de la fe como salvoconducto para la propia superación, hay que decir que nada de eso hay en La fauna divina.
Con una mezcla de humor satírico y grotesco a la manera de un Valle Inclán y un sutil tratamiento de la ironía y el cinismo, Bernarda Pagés construye un personaje memorable en Perla, ingenua por momentos, mentirosa y egocéntrica, lúcida e inteligente, colmada de contradicciones como suelen ser los honestos, una mujer capaz de pensar mientras espera la señal que la habilitará a tomar los hábitos “Lo que me volverá la esposa preferida de Dios. Porque por algo el hijo de puta me habrá hecho cargar esta cruz”. El contraste entre lo que piensa y lo que hace Perla dentro del cotolengo es una de las claves para deslizar el humor a medida que el personaje va creciendo en su dimensión simbólica. La prosa depurada y ágil de Bernarda Pagés está en perfecta armonía con la estructura de la novela, pensada en capítulos breves y cambios temporales, pequeños núcleos narrativos donde predomina un gran dominio del diálogo para generar climas que propicien reflexiones profundas sobre la condición humana en general por medio de personajes entrañables que sufren todo tipo de enfermedades, desde hidrocefalia o macrocefalia, parapléjicos y hasta una niña que sufre de progeria como Elizabetha, que cuestiona la existencia de Dios de una manera admirable. Lentamente, como un puente tendido entre lo espiritual y lo material, el Cotolengo San Miguel Febres se va a convertir en una especie de analogía o metáfora de los valores que sustentan los pilares de la sociedad actual, donde no faltaran conspiraciones, prejuicios y actos delictivos. En esta instancia la historia asume su gran dimensión. Habrá lugar para el amor también, o para esa idea, como le gustaba decir a Rilke, que nos hacemos del amor y a través de Perla se impondrá una reflexión intensa sobre condición femenina, signada por la mirada del otro. Profunda, conmovedora y bella, La fauna divina más que una novela es una mirada poética que cuestiona los cánones establecidos sobre aquello que entendemos por belleza o fealdad. Merecedora del primer premio del Fondo Nacional de las Artes en 2012, Bernarda Pagés ha escrito una novela que augura un futuro literario acorde con toda la producción artística que viene desempeñando en estos años.
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