Domingo, 26 de abril de 2015 | Hoy
Alguna vez supo ser el gran protagonista de la modernidad, pero por estos días cuesta toparse con alguien que se piense a sí mismo como integrante de la burguesía. Bajo esta premisa, el crítico italiano Franco Moretti abordó una investigación histórico-literaria sobre el burgués, su tiempo y sus valores.
Por Claudio Zeiger
¿Ha naufragado el burgués en el océano de los tiempos líquidos? ¿Se habrá cumplido finalmente la profecía marxiana de que todo lo sólido se desvanece en el aire? ¿Se desvaneció en consecuencia el burgués y, con él, el proletariado y los valores burgueses de la seguridad, la eficiencia, el confort, la acumulación, la racionalidad, la sensatez, la apuesta al rol del “factor tiempo” y la constancia frente al repentismo y el aventurerismo? ¿Reemplazó el consumo al bienestar? Muchos de estos interrogantes sobrevuelan el atendible libro El burgués del italiano Franco Moretti, catedrático y crítico literario, autor de Atlas de la novela europea 1800-1900, entre otros libros. Su motivo de análisis es precisamente esta figura del burgués –desde sus implicancias económicas en los países centrales europeos, su desarrollo como figura social desde la revolución industrial hasta la Rusia presoviética y, sobre todo, su significación cultural, su dimensión simbólica como encarnación de valores que en su tiempo fueron novedosos y sobre todo vitalistas–. Se trata, en definitiva, de un estudio “entre la historia y la literatura”, como reza el subtítulo, y con la convicción un tanto melancólica expresada por el propio Moretti de que lo suyo poco y nada roza el presente, de que él trata acerca de un mundo extinguido; en suma, la sospecha de que estamos viviendo un siglo muy poco burgués.
Dicho todo esto, hay que señalar que el libro de Moretti, lanzado al análisis estilístico y sociológico de textos y autores –comienzo ineludible con el Robinson Crusoe de Defoe, Jane Austen, Balzac, Dickens, Machado de Assis, Galdós, entre otros– está bien alejado de un tono de melancolía elitista y snob por los tiempos idos, y combina el rigor y la pasión sofrenada del también ineludible gran modelo que parece estar en la entrelínea de este libro: el Auerbach de Mímesis. Más o menos en esa dirección –tan prestigiosa como admirable– se mueve la propuesta de Moretti. Se trata, en definitiva, de preguntarse por los derroteros de un realismo “serio” nunca ajeno a cuestiones formales (“toda forma es la resolución de una disonancia fundamental de la existencia”, señala Moretti citando a Lukács), también centrado en imaginar las relaciones estéticas, verbales, semánticas, entre las distintas etapas del desarrollo capitalista. Después del carácter inaugural y pionero de Robinson Crusoe (el primer bestseller de su tiempo, por otra parte), es casi imposible imaginar una concepción tranquilizadora y lineal del espíritu burgués. Las turbulencias, el conflicto entre sensatez y sentimientos, e inclusive la contradicción entre un concepto de lo burgués hegemónico y emprendedor en el ámbito económico pero pobre y conservador en el cultural, serán la moneda corriente del siglo XIX, el indudable “siglo burgués”. Es probablemente la Primera Guerra Mundial el evento que hará estallar finalmente por loa aires la alianza entre razón e interés de clase, y se abrirán nuevos capítulos donde los hijos más empobrecidos de la burguesía serán los vanguardistas de los nuevos tiempos.
De las unidades de lecturas y autores que desarrolla Moretti en su libro, se destacan aquellas páginas dedicadas al victorianismo y resultan ser un aporte bastante sorprendente las que conciernen a Ibsen y el espíritu del capitalismo. No sin razón señala Moretti que el autor noruego fue quien más centró sus obras dramáticas en personajes realmente burgueses: constructores de barcos, financistas, industriales, banqueros, médicos, directores de escuela, etcétera. La inclusión de autores como Machado de Assis y Galdós nos agregan un matiz de interés extra y también señalan un esfuerzo por correrse del férreo núcleo francés-inglés que suelen campear en esta clase de investigaciones. Hasta la inclusión de un Thomas Mann o un Giovanni Verga (lógico viniendo de un Moretti) resulta aquí tan inevitable como gratificante.
Preguntarse por la persistencia del universo burgués clásico en el mundo actual hegemonizado por la invisibilidad del sistema financiero y las comunicaciones virtuales es una invitación a plantearse el centro fantasmal de la escena, un escenario crucial pero vacío de personas de carne y hueso. ¿Sería Paul Singer, por citar un ejemplo de peso, un personaje representativo de esta paradoja de la carne desvanecida del poder capitalista? ¿Es un burgués o una monstruosa mutación de aquello que alguna vez empezó con Robinson Crusoe? Moretti admite no llegar a este punto, pero se nota el esfuerzo por plantear un horizonte más amplio que el del mero hurgar en los espectros literarios del pasado.
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