Domingo, 10 de mayo de 2015 | Hoy
¿Cómo reconciliarse con un pasado que se creía detenido en la idealización y que, por obra y gracia de la memoria, empieza a estallar y a volverse tenso? Este interrogante bien puede ser el punto de partida de Las olas del mundo, la nueva novela de Alejandra Laurencich en la que se indaga en el mundo familiar, y extraño a la vez, de la vida bajo la dictadura.
Por Sebastián Basualdo
Hay quienes aseguran que el origen de la palabra adolescencia estaría íntimamente relacionada con una antigua planta cuya raíz externa se encendía como una mecha en horas del mediodía. Adolezco, entonces, no sería otra cosa más que arder, humear, y, en su forma evolutiva, simplemente crecer. Muchas veces se quiere justificar ciertos comportamientos que afloran en la adolescencia tergiversando el origen mismo de la palabra y se la emparenta al término adolecer, especie de etiqueta fácilmente aplicable a todas las generaciones y que, en el peor de los casos, funcionaría como una especie de paño húmedo sobre la conciencia afiebrada del adulto que por fin entendió las reglas del juego y las acepta con la misma naturalidad con que ve llover, sintetizando esa especie de lucidez que impulsaba a la rebeldía como una época meramente enfática de aquel que adolecía de algo. “Que él haya dicho con tanto desapego emocional frases como ‘el sueño terminó’ hizo que esos recuerdos, toda esa época, se viera convertida en un estúpido pasatiempo de jóvenes, como podría considerarse la moda de principios de los setenta: los pantalones pata de elefante, o las botas de charol blanco y las minifaldas o las plataformas. Morgado le había hecho sentir como si un adulto le dijera a un grupito de egresados que vuelve de su viaje de fin de curso: ¿Ya se divirtieron, chicos? Muy bien, así me gusta, ahora desarmen las valijas que hay que ponerse a buscar trabajo”, pensará Andrea una vez que el hombre que está firmemente interesado en ella se haya ido, dejándole la sensación de que su enojo ya cobró toda la dimensión de ese suicidio cotidiano que es la resignación.
No es fácil despertarse un día y comprobar que el mundo al que perteneciste ya no existe más, que la idea de un lugar en la utopía se terminó para siempre y que ahora, al tiempo que se busca a las víctimas de la dictadura, comienza a emerger en un sector de nuestra sociedad el discurso cínico de otra clase de traidor que resulta despreciable: el arrepentido. “El sueño se terminó, Debari. No podemos seguir creyendo que poniendo el pecho vamos a lograr la revolución”, dirá ese mismo hombre, Morgado, un exmilitante del ERP 22, ahora devenido en empresario. Algo debió suceder en la vida de Andrea Debari como para que le resultara demoledora esa clase de discurso. A los cuarenta años parece una mujer rota, como diría De Beauvoir. ¿Acaso hay un traidor en su familia que la despojó para siempre de su propia historia? Si es cierto que hay vidas que se justifican por un solo acto, el intento de reconciliarse con un pasado que parece difuminarse en la idealización es el punto de partida de Las olas del mundo, nueva novela de Alejandra Laurencich, donde haciendo uso de una compleja técnica narrativa logra hilvanar una trama que se desarrolla y ordena con la misma ¿lógica? arbitraria que tiene la memoria. “Había un ambiente tenso en mi casa, discusiones fuertes, portazos, llantos contenidos en las comidas. Cuántas veces escuchaba a mi padre que se levantaba de la mesa gritando: ¡Ma, que se vaya con los subversivos de una vez, que lo maten por ahí! Todos sabíamos que no lo decía en serio, que era la furia de no poder controlar los pensamientos rebeldes de Fabián lo que lo ponía nervioso, pero igual me lastimaba escucharlo, porque sentía que en cada una de sus frases había una invocación a la muerte, se la estaba llamando sin querer.” Si Andrea quiere entender de dónde proviene su angustia, antes tendrá que intentar reconstruir piedra por piedra los primeros años de su adolescencia, en el contexto de un país convulsionado por el golpe de Estado. Pero una cosa es recordar y otra muy distinta es intentar representar el modo en que vivía la realidad aquella jovencita, y eso es justamente lo que logra Alejandra Laurencich a través de muchísimos pasajes donde lo importante se desprende de la mirada ingenua e inocente de su protagonista. Porque de pronto comenzarán a surgir los temores e inseguridades, su relación conflictiva con las compañeras del colegio de monjas y las constantes contradicciones ideológicas de sus padres, la admiración incondicional para con su hermano mayor, Fabián, que ya comenzó a dar sus primeros pasos decididos hacia la militancia; especie de héroe que le abre las puertas a un mundo que promete ser maravilloso con libros y canciones de Spinetta, poster de Crosby, Stills, Nash & Young y la revista Pelo, entre otras cosas que confabularán en la imaginación de la joven a tal punto que necesitará una vía de escape. Y es justamente en esta instancia donde surge la originalidad en Las olas del mundo: la autora logra construir una trama paralela que pone de manifiesto mucho más que la capacidad imaginativa de Andrea en su Teatro para nadie y otros textos, donde se dedica a inventar un personaje nutrido de la realidad. “Yo lo hacía vivir historias de drogas, sexo y rock and roll (...). Una vez escuché cómo un padre hizo encerrar a su hijo en un manicomio para que no contara las intimidades de la familia, lo hice encerrar a El, con electroshock y torturas que lo ponían al borde de la locura de verdad.” Tal vez en el interior de esas ficciones se encuentre lo que tanto atormenta a una mujer que no puede dejar de leer en su propia historia el destino político de una sociedad entera. Las olas del mundo es una entrañable novela que reflexiona sobre aquello que diría el poeta: creíamos que el mundo era joven porque nosotros éramos jóvenes en el mundo.
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