Domingo, 31 de mayo de 2015 | Hoy
Vivió tan sólo 34 años, fue corresponsal de la guerra chino-japonesa y cultivó el haiku y diversas corrientes de la estética de su país, hasta morir de tuberculosis en 1902. Shiki es considerado uno de los más importantes cultores de las formas breves y brevísimas de la poesía. La antología Ruego a la mariposa permite aproximarse al arte de este poeta que adoptó el nombre de un pájaro que sangra.
Por Guillermo Saccomanno
“Una hormiga ha escalado/mi bandeja de tinta.” El significado de estos versos no es tan caprichoso como puede parecer. Una hormiga, con paciencia, logra escalar los bordes de la bandeja que contiene los instrumentos de dibujo y escritura del poeta y, ahora, desde esa cima, observa la tinta negra con que se escribirán los haikus. Shiki (1867-1902), su autor, fue nada menos que un renovador de la poesía japonesa en un período de cambios y que en 1894, fue corresponsal de la guerra chino- japonesa y contempló, como la hormiga la tinta negra, la sangre de la matanza, pero además su propia sangre, ya que las condiciones del combate agravaron su tuberculosis. El caso no debe asombrar: no han sido pocos los poetas que fueron testigos o partícipes de guerras a la vez que pudieron sobreponerse al horror aferrándose a una construcción poética (dos ejemplos pueden bastar: Apollinaire y Ungaretti).
Es cierto, para muchos, en una lectura superficial, es entre exótico y snob el gusto por el haiku y el tanka. Es que de tan esenciales, en su minimalismo, sorprenden. Cuesta desprenderse de los prejuicios “racionalistas” del pensamiento occidental para entrarles. Por su sencillez y simpleza, para un occidental el haiku y el tanka tienen gusto a naïve cuando no a poco. Sin embargo, en su síntesis, la grandeza de esta poesía chica –valga la paradoja– consiste en perseguir el insight, el hallazgo y la comprensión del ser en el mundo, el vínculo entre el uno y el todo. Y esta relación, para ser liberadora, no debe ser sino desapego, lo que no implica deslindar el compromiso con lo humano. Shiki habría de referirse a este desapego poco antes de morir: “El próximo estado será el no desear. Buda lo llamaría el nirvana. Y Jesús la salvación”.
La búsqueda a través del haiku y el tanka, despojarse de toda retórica, todo artificio, limpiar la escritura, tiene que ver con eso: una mirada perceptiva del mundo que nos rodea. No obstante, a pesar de las resistencias y las ironías que despiertan los haikuistas, cada vez es mayor el acercamiento que viene produciendo esta poesía en Occidente. A esta altura, conviene revisar los ensayos de Octavio Paz sobre la cultura japonesa, lo que puede aclarar el porqué de su magnetismo, que tuvo no poca influencia en la pintura y literatura europea de fines del siglo XIX y comienzos del XX, influencia que puede detectarse en nombres tan distintos como Van Gogh, Matisse, Proust y Pound. “La estética japonesa (mejor dicho el abanico de visiones y estilos que nos ofrece esa tradición artística y poética) no ha cesado de intrigarnos y seducirnos pero nuestra perspectiva es distinta. Aunque todas las artes, de la poesía a la música y de la pintura a la arquitectura, se han beneficiado con esta nueva manera de acercarse a la cultura japonesa, creo que lo que todos buscamos en ellas es otro estilo de vida, una visión del mundo y, también, del transmundo. Lo contrario de la India, no nos ha enseñado a pensar sino a sentir. Es algo que está entre el pensamiento y la sensación, el sentimiento y la idea. Los japoneses usan la palabra kokoro: corazón”, señalaba Paz.
“En mi enfermedad/ me trae el cerezo en flor/ muchos recuerdos”, escribe Shiki. Y uno se pregunta cómo es que se arma una personalidad que puede resistir la desgracia y detectar en lo furtivo, la belleza. Tal vez una sinopsis biográfica pueda explicarlo. Nacido Masaoka Tsunemori, luego conocido como Shiki, tuvo como cuna un origen samurai modesto. Su padre, borracho perdido, murió cuando Shiki tenía cinco años. La madre, con abnegación, mediante la costura, se las rebuscó para educar a Shiki y a su hermana Ritsu. En tanto, su abuelo materno lo inició en la escritura, instrucción que se cortaría con su muerte cuando el nieto tenía ocho. La marca perduró. Artista adolescente, a los catorce funda con cuatro compañeros El Club de los Amantes de la Poesía. La discusión política no les es ajena y toman partido por los Derechos del Hombre. Un tío lo ayuda a ingresar en un secundario de Tokio. A los dieciséis logra ingresar a la Escuela Preparatoria de la Universidad Imperial. Es en esta época cuando empieza a volcarse a los clásicos del haiku y, a la vez que compone esta clase de poemas, se interna en la crítica. Escribe un ensayo: “Origen y evolución de la poesía”. Pero su itinerario creador se ralenta cuando empieza a escupir sangre. Entonces adopta el pseudónimo Shiki, pronunciación chino japonesa de la voz china “cuco”. Pájaro que, según la leyenda, vomitaba sangre.
“La vida que me queda”, escribe Shiki, “¿por cuánto tiempo aún?/ Corta es la noche”. No cabe duda que más allá del registro existencial estos versos, albergan otro: el poeta toma conciencia no sólo de la brevedad de la vida sino también del destino que se cierne sobre él. No es casual entonces que se lance en un frenesí creador. Por un lado, su atención a la teoría, una columna de haiku en el periódico Nippon. Y por otro lado, el rescate de Yosa Buson, discípulo de Matsuo Basho. Y es con motivo del entusiasmo que le despierta Basho con su Sendas de Oku, la crónica de su viaje por toda la isla, que Shiki decidirá seguir su ejemplo caminando hacia el norte. La producción de Shiki, como su vida, son una lucha contra la enfermedad y la muerte. “Agonizante / la cigarra en otoño / canta más fuerte”, escribe.
La captación del instante, el apunte de una visión son una característica en el haiku y, en eso, Shiki, sigue a los pioneros Basho, Issa y Buson: “Tormenta de verano. /Papeles de mi mesa, salen volando”. Otras veces resalta una acuarela de intención impresionista: “Día templado. /Línea de casas blancas/ en torno a la bahía”.
La antología Ruego a la mariposa tiene la virtud de ofrecer una primera aproximación a la obra de Shiki. A pesar de los galicismos de la traducción de esta antología, el prólogo y la selección de Fernando Rodríguez Izquierdo (catedrático autor de un ensayo indispensable sobre el género, El haiku japonés) tiene su mérito. En la sucesión de poemas hay no pocos que aluden a escenas, estampas, impromptus de la enfermedad. Por ejemplo: “Me lee mi hermanita/ relatos de batallas. / La noche es larga”. Su enfermedad se agrava, anota: “Mientras tenga vida tengo cosas que decir”. Y compone: “Con mucha calma, / y un bastón como apoyo, ando por el jardín”. Con el mismo ánimo, escribe: “Observo despacioso/ mi sombra y entretanto/ voces de insectos”. O bien: “Pasan murciélagos/ con su volar oscuro/ por entre el matorral”.
Shiki muere a los treinta y cuatro años. Pero antes de morir alcanza a escribir tres haikus. Anticipándose, a modo de epitafio, en uno de ellos, escribe: “Que así se me recuerde: / buen comedor de kakis/ y aficionado al haikú”. En la actualidad, en Tokio, convertida en santuario del haiku, se encuentra La Ermita de Shiki, convertida en lugar de peregrinación.
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