EN FOCO En su paso por la Argentina para presentar su libro El impostor, dedicado a la figura de Enric Marco, un republicano combatiente que dijo haber estado en un campo de concentración nazi y a quien un historiador finalmente desenmascaró, pues no había sido tomado prisionero, Javier Cercas hizo declaraciones acerca de la existencia de una industria de la memoria, en su país y también en otras latitudes, inclusive, de una moda de memoria histórica. Aquí se plantea un contexto para reflexionar sobre sus palabras, al calor de las revelaciones sobre el pasado franquista y, también, del panorama abierto en España por las últimas elecciones en las que la izquierda independiente avanzó considerablemente.
› Por Angel Berlanga
Los otros días anduvo por aquí Javier Cercas, que dejó para colgar algunas definiciones picantes a la hora de hablar de su último libro publicado en Argentina, El impostor, al cual se refirió en la última Feria. Cercas es un notable escritor español, celebrado especialmente por Soldados de Salamina y por Anatomía de un instante; es, además, columnista del diario El País de España. El impostor es un abordaje reflexivo-existencial de la historia de Enric Marco, un ex sindicalista que durante tres décadas se presentó como combatiente republicano y sobreviviente del campo de concentración nazi de Flossenburg, un hombre que se convirtió en referente de la causa y hasta presidió la asociación de españoles encarcelados en Alemania durante la Segunda Guerra, un tipo emblemático al que diez años atrás le llegaron sus doce de la noche, cuando un historiador reveló que lo del campo era un cuento. Se lo inventó, el cabrón. Fue para darle fuerza a la/s causa/s, aclaró Marco, y oscureció. Se lo inventó: se escribe y se dice rápido pero su estantería hizo mucho ruido al caer y en aquel momento el asunto impactó fuerte, entre otras cosas porque el trabajo que venía haciendo la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica contaba por primera vez con apoyo oficial del Estado, gobernado entonces por el socialista Rodríguez Zapatero, que incluso impulsó una ley de apoyo tibiecita que enseguida se enfrió.
Cuenta Cercas que dudó mucho en hacer este libro. Cuestiones personales. Entre las que está, explica, su propio carácter de impostor. Es que todos somos impostores, postula Cercas. Para que nos quieran y nos admiren, impostamos. Hay un psicoanalista, ahí al principio, que incluso se lo dice: usted es un impostor. Y al principio también hay una cena en lo de Mario Vargas Llosa, que en medio de una conversación en la que se habla de Enric Marco exclama: “¡Pero Javier! ¿No te das cuenta? ¡Marco es un personaje tuyo! ¡Tienes que escribir sobre él!”. Caviló todavía un tiempo, pero así lo hizo. Charló bastante con Enric Marco, incluso, en busca de las raíces profundas de su conducta. Y charló luego sobre el libro, Cercas, una vez publicado. En España, a fines del año pasado, y aquí, en estos días. A propósito, no hubo para estas líneas quien dijera: “¡Es un personaje tuyo!”, ni “¡Tienes que escribir sobre él!”, pero algunos de los conceptos fuertes de Cercas las impulsaron.
Dice Cercas que “existe una industria de la memoria” en España, en Argentina, en Latinoamérica, una industria a la que a veces también define como “moda”. Son definiciones llamativas, muy aptas para titulares; socarrón, Cercas cuenta que algunos periodistas se lamentaban porque ya no podrían reproducir relajados las historias políticamente correctas que les contaba Enric Marco, adiós a esa comodidad; Cercas, en cambio, se lo pone fácil a los editores, con frases-título de impacto: “Todos somos Marco”, o “Marco es el Maradona de los impostores”. Guarda: está a favor de recoger testimonios, de abrir fosas, de resarcir económica y moralmente a las víctimas. Al pasado, dice, hay que afrontarlo sin manipulaciones políticas; el problema en España fue que no se planteó como asunto de Estado y se lo trató de forma partidaria, se lo usó políticamente, plantea. Que no necesitaban una ley de Memoria Histórica: “Necesitábamos que el Estado tomase cartas en el asunto, nada de ley –enfatizaba en la Feria–. Nada de delegar responsabilidades en asociaciones. Nada de asociaciones, que son maravillosas y han hecho un trabajo extraordinario. Pero no son las asociaciones las que tienen que resolver el problema, con el dinero de todos. ‘Es que la derecha no quería’; ¡Me da igual que la derecha no quiera! Se llega a un acuerdo, y eso lo hace el Estado, porque debe hacerlo. Porque no es una cuestión de derechas y de izquierdas: es una cuestión de mera decencia política. Punto y aparte”.
Bueno, no era tan fácil. Rodríguez Zapatero fue un presidente moderado, preocupado por no romper ningún plato de la vajilla que escenificaba la España del Primer Mundo; al lado de los fundamentalistas del Partido Popular inspiraba algún buen deseo, pero en perspectiva el PSOE y el PP son el policía bueno y el policía malo del neoliberalismo. Este panorama, la raigambre franquista del PP, la corrupción generalizada, un ecosistema judicial capaz de expulsar a un juez como Baltasar Garzón y la aceleración de la crisis, convirtieron a la iniciativa estatal sobre el tema en un brote que acabó marchitándose: Rodríguez Zapatero incluso tuvo que adelantar la entrega de su segundo mandato para fines de 2011. Aún así, la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), incrementó significativamente su tarea mientras gobernó el PSOE. Pero más allá del apunte, ¿sobre quién cae hoy la definición rendidora de “industria de la memoria”? Bueno, en quienes se dedican en España (y más allá) a esto; cuando Cercas explica parece que se centra solo en Rodríguez Zapatero y en su gestión sobre el tema, que salva a las maravillosas asociaciones, pero son esas asociaciones las que trabajan en las fosas y la identificación de los asesinados desde bastante antes de la llegada del PSOE al poder, en 2004, y lo siguen haciendo hoy. Dice Cercas que lo malentienden, que le hubiera gustado que El impostor abriera un debate: sus definiciones no cayeron simpáticas en las asociaciones. A Cercas, ya de movida, no lo convence esto de “memoria-histórica”, porque dice que la primera es individual, subjetiva y parcial, y que la segunda aspira a ser total, colectiva, objetiva. ¿Por qué camino, pues, un individuo, Enric Marco, sus invenciones y sus fraudes, puede ser imbuido como el emblema español de cara a los elementales reclamos por los crímenes del franquismo? ¿Por qué las asociaciones en general reciben, a dos bandas, las bolas que las caracterizan de industria o de moda?
Desde 2000, por ejemplo, Emilio Silva trabaja al frente de la ARMH, que rescató de las fosas los restos de 1337 víctimas: una regla de tres básica, transitiva y salpicadora, según lo que postula Cercas, propone que la figura de Marco sea emblema de su tarea. ¿Y qué rol juega este postulado de ‘todos somos Marco’ en un contexto de movilizaciones, represión, manipulación mediática y resquebrajamiento del bipartidismo, con emergentes por fuera de lo que se dio en llamar La Casta, que en ámbitos urbanos consiguió en las elecciones de hace dos semanas alcaldías en Barcelona, A Coruña, Madrid o Santiago de Compostela? Viaje a la cena en lo Vargas Llosa: “¡Pero Javier! ¿No te das cuenta?”
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