Domingo, 19 de julio de 2015 | Hoy
ARTURO PéREZ-REVERTE
En Hombres buenos, su última novela, Arturo Pérez-Reverte tomó un episodio casi desconocido de la historia de la Real Academia Española –el viaje de dos de sus miembros en busca de la monumental Encyclopédie de Diderot y D’Alembert– para plasmar una aventura sentimental, con todos los ingredientes de un viaje que empieza con un objetivo que poco a poco irá revelando sus aspectos más ocultos. Una novela histórica límpida y sosegada, que se ubica entre los más logrados libros del escritor español.
Por Claudio Zeiger
Ya casi nadie debe pensar que Arturo Pérez-Reverte se sienta obligado a demostrar su valor literario saliéndose de las filas de su famoso capitán Alatriste, una de esas “bendiciones” que en la vida más secreta del creador deben llegar a pesar como una maldición. En Argentina, sin ir más lejos, los libros del viejo soldado sobreviviente de los tercios de Flandes se agotaban edición tras edición y formaban una legión de fanáticos que no necesariamente se volcaban a las otras vertientes del escritor, es decir, sus libros de cronista de guerra o el paradigmático El club Dumas, best-seller de otro rango, en línea con las novelas de enigma eruditas, a la manera de Umberto Eco pero más disfrutable por un lector atragantado de novela negra y sentimentalismo que de latines y maitines. Como cronista, narrador de aventuras, intrigas, enigmas y, sobre todo, como sobresaliente novelista histórico, Pérez-Reverte tiene lo suyo y ha logrado un lugar más que respetable, y también es cierto que difícilmente abandone ya su perfil de escritor minucioso, gozosamente decimonónico, algo escindido entre las mieles de la alta literatura y los goces de la vida salvaje, sobre todo la que discurre en los anchos mares del mundo. Un melancólico en toda la regla, que no se rinde y nos cae muy bien por ello.
De sus aciertos y límites, de su presente y su pasado, de su fervor por la historia, la educación, la amistad y los ideales, habla a los gritos su último libro, más bien mediterráneo pero no menos sediento de aventuras e Historia. Hombres buenos cuenta una aventura quizás demasiado sosegada para los amantes de la acción frenética y mosqueteril, pero llena de matices bien interesantes.
Está basada en un hecho real, advertiría la pantalla: a finales del siglo XVIII, la razón ilumina la tierra de Francia y en particular, a la ciudad de París, pero apenas llegan mortecinas lamparitas de bajo consumo a la Madre Patria. A pesar de estar en pleno reinado de Carlos III, la desconfianza hacia los hombres de la Ilustración –en especial en las filas de la Iglesia Católica– es inmensa, y no hay muchas esperanzas de que la educación de los españoles vaya a cambiar de mando. Así y todo, al parecer los miembros de la Real Academia Española decidieron que los 28 volúmenes de la Encyclopédie de Diderot y D’Alembert, suma aparente de los conocimientos universales pero que gracias a la síntesis de la razón podía ser atrapada en un Libro, no debían faltar, al menos en sus estantes donde al fin y al cabo solo podrían ser consultados por los especialistas, los poseedores de la verdad y el saber, y decidieron ir a por ellos. Encomendaron la tarea a dos miembros de la Academia, en apariencia muy diferentes entre sí: un bibliotecario (Hermógenes Molina) y un almirante de la armada (Pedro Zárate). Estos hombres increíblemente cumplieron su misión, que más allá de que no se toparan con las enredadas dificultades que les imaginó Pérez-Reverte, tampoco la habrán tenido fácil. El viaje era largo y peligroso; el clima social era hostil a su misión. Y sin embargo, lo lograron.
Pérez-Reverte reunió los escasísimos datos que trascendieron de esta módica epopeya y acerca del temperamento y vida de sus protagonistas y los lanzó al ruedo de su propio programa narrativo: hacer un relato sobre la amistad viril y el fetiche del libro en un mundo de bárbaros. Ambos aspectos son pilares de Hombres buenos, título que al comienzo parece sugerir una cosa y que al final termina siendo otra, más firme, más dura. En toda ocasión, el escritor se encargó de señalar que el libro le debe más a su imaginación que a la verdad histórica, y que eso no quita el centro verídico del hecho histórico del viaje.
Pero más allá de estas cuestiones que ya no tienen mayor importancia, sí vale la pena poner en conexión esta novela, tan centrada en valores positivos de la cultura, los libros y la amistad, con El club Dumas, donde el libro como fetiche alcanzaba connotaciones oscuras, malignas, patológicas y hasta literalmente satánicas. Es verdad que en aquella singular novela (casi casi la puesta en escena de la perversión del alma de un librero palermitano onda Notting Hill), el tono negro y erótico se llevaban puesta cualquier reflexión acerca del rol de la cultura letrada en la modernidad, cualquier debate sobre pedagogía, ciencia y humanismo. En El club Dumas, la obsesión por el libro antiguo era tan feroz y destructiva como la que pudiera generar cualquier otro objeto de deseo malsano o desprendido de su eje. En el tono más apaisado y sereno (algo resignado) de Hombres buenos, todo es más “histórico” (son francamente prescindibles los pasajes en los que Pérez-Reverte narra sus andanzas académicas y sus viajes para documentarse guía de viajero en mano, sean ficcionales o no) y más puesto en perspectiva. Estos hombres no se hacen mayores ilusiones –uno con la fe, otro con la razón– pero cumplen con su deber. Y su deber no es rendirse a un fetichismo individual, egoísta y enfermo, sino cumplir una misión altruista.
Y ahí va como un mosquetero recargado Pérez-Reverte a cumplir su misión narrativa, y lo hace muy bien. Logra que, a pesar de que las escenas de acción a los tiros y sus contrapartes románticas sean escasas, todo tenga más espesor, y de yapa logra plasmar al menos dos grandes personajes “secundarios” (reales o imaginarios), como lo son el abate Bringas, un francotirador de la razón que luego desembocaría en el terror de la revolución francesa, y el mercenario Raposo, cuya misión encomendada por unos enemigos del proyecto de llevar a España la Encyclopédie consiste en dificultarles el viaje todo lo posible, pero que en el devenir de su misión anticivilizatoria, comprenderá oscuramente algunas facetas de su propia vida, la vida, en definitiva, del pueblo raso.
Y de eso se trata en definitiva esta peripecia que se narra con deleite y que provoca no pocas satisfacciones en los lectores, en Hombres buenos. Se trata de las misiones que inexorablemente se deben cumplir en un momento crucial de la vida, todo lo contrario sin embargo, a los odiosos mandatos. Con voluntad, libre albedrío y una pizca de gusto por lo desconocido, lo nuevo y lo galante. Así van para adelante estos paradójicos Quijotes de la Razón. Quizá no la tengan, o no la consigan o la pierdan en el viaje de regreso. Pero terminarán un poco más sabios que antes, menos ortodoxos en su fe o su intelecto, porque comprenderán mejor la naturaleza tan poco enciclopédica de los seres humanos.
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