SARAMAGO EN BUENOS AIRES
Aventuras de un novelista tonal
Por Martín De Ambrosio
Lunes, en el Colón. Martes, en la Facultad de Medicina. Miércoles, en el Malba. Jueves, Ezeiza en viaje a San Pablo y a repetir la historia (que antes tuvo a Chile como escenario)... Qué difícil es la vida de un premio Nobel. Es que la visita del portugués José Saramago a Buenos Aires tuvo una agenda cargada y con actos de inusitada repercusión para alguien que no es una estrella de rock, ni tiene un programa en televisión. Con semejante sucesión, por momentos abrumadora, de charlas, conferencias, homenajes, entrevistas y presentaciones (para no hablar de las cenas, igualmente protocolares, con la intelligentsia local) es natural que un escritor tenga un libreto más o menos armado de definiciones, y hasta de anécdotas, de tal modo que lograr algún clima interesante o innovarse es todo un desafío. Pero hubo momentos en que Saramago lo logró y aquí se intentará contar algo de ellos:
Acto 1
En un Teatro Colón lleno y con gente apretándose en los pasillos, el autor de El año de la muerte de Ricardo Reis sostuvo un diálogo con el periodista Jorge Halperín. Naturalmente, uno de los puntos que está obligado a tratar un autor en gira es su última obra, en este caso El hombre duplicado (Alfaguara). “Lo que se plantea allí no es tanto la pregunta sobre quién es usted o quién soy yo, que puede explicarse más o menos fácilmente contando nuestra vida, todas las cosas que hemos hecho. La pregunta de la novela tiene que ver con el qué: qué es usted, qué soy yo. Y eso, por mucha interpretación de los sueños que hagamos —incluso en un país como Argentina donde los psicoanalistas son como taumaturgos— no se alcanza fácilmente; detrás de lo que parece, las cosas son.” La pregunta sobre la identidad queda en pie en la novela, ya que Saramago confiesa que no tiene respuestas a tal interrogante. “En el fondo, toda la literatura es la indicación del otro y la indicación del yo; a pesar de que —y aquí los psicoanalistas sí estarán de acuerdo— el Yo no existe, pero mejor pasemos a la siguiente pregunta.”
Y la pregunta siguiente tuvo que ver con otra de las especialidades del autor de Memorial del convento: el análisis político mundial. “La civilización actual se agotó, los cambios tecnológicos tienen un vértigo que finalmente los terminará aniquilando, el Iluminismo está por llegar al final. Umberto Eco decía que está por aparecer un nuevo ser humano. Algunos genios —como Kafka en El proceso o George Orwell en 1984— también advirtieron de esas amenazas, que ahora estamos viendo cumplidas.” Seguidamente, Saramago asumió la misma función oracular que le elogió a Kafka y Orwell —no disparatadamente, es cierto— y dijo que Estados Unidos se prepara para enfrentarse con China: “Es algo inevitable, como vienen dadas las cosas, será dentro de 30, 40 o 50 años, pero va a terminar sucediendo”.
Acto 2
Menos multitudinario fue el acto en el que recibió el doctorado Honoris Causa de la UBA, de manos del rector Jaim Etcheverry (“este diploma lleva una Universidad adentro”), con un Aula Magna de Medicina completa a medias. A pesar de tomar con cierto cariño la distinción de la Universidad, y revolear el diploma por sobre su cabeza como si fuese un trofeo de tenis, Saramago empezó su discurso de agradecimiento diciendo que “éste el doctorado Honoris Causa número 24 o 25 que me entregan”. Pero —finalmente, inevitablemente— se ocupó de decir que esta distinción tenía algo de especial “por las circunstancias políticas y sociales del país” y que “gracias a esto me siento un poco más argentino, y eso me ilusiona”. Luego, ante un público que lo aplaudió largamente de pie, elautor de La caverna tuvo una especie de diálogo con Jaim Etcheverry, en el que respondió como pudo preguntas del estilo “¿cuál es la misión de la universidad?” y evocó aquella vez en que De la Rúa, cuando era jefe de Gobierno porteño, le entregó la condecoración de ciudadano ilustre “y yo hice un discurso absolutamente subversivo”.
En el Aula Magna había periodistas de cadenas televisivas de Miami interesados únicamente en registrar nuevas condenas hacia el gobierno de Fidel, por parte de quien se ha considerado “un comunista hormonal”.
Acto 3
Inevitablemente (valía 100 pesos el ticket) el encuentro en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires tuvo un público más selecto, Ernesto Sabato incluido. Sin embargo, el ámbito del Malba fue el más propicio para que el portugués pudiera lucirse. La escueta participación de Osvaldo Quiroga le permitió a Saramago contar sus preferencias y gustos como lector. Si bien no quiso referirse a “influencias” citó a cinco escritores que sí forman parte de su “familia de espíritu”: Gogol, Kafka, Montaigne, Cervantes y el padre Antonio Vieyra (un jesuita del siglo XVII, “barroco, conceptual, cultista, que sólo dejó escritos cartas y sermones, pero que es el punto más alto del idioma portugués”). A cada uno de esos autores les dedicó un párrafo. Sobre Kafka dijo: “Extraña vida, extraña obra; todo lo dejó incompleto, pero escribió los libros necesarios para que ahora podamos entender qué nos está pasando. Y eso sin ser un profeta, apenas si fue un funcionario bancario, con problemas con su padre, su madre, con inconvenientes para relacionarse. Finalmente a todos, como a Gregorio Samsa, nos llega un día en que sentimos que somos tratados como coleópteros”.
Respecto de Cervantes se permitió dejar una “tesis”: “Hay algo en lo que Cervantes, o el narrador, nos obliga a pensar y eso es la locura del Quijote. Yo pienso, he aquí mi tesis, que Alonso Quijano no se volvió loco, lo que pasa es que estaba harto de su vida. Como dijo Rimbaud, la vida auténtica estaba en otro lado; de eso se dio cuenta un día Alonso Quijano. Y lo único que podía hacer en esa sociedad era hacerse pasar por loco y hacer cosas de loco para encontrar la vida auténtica”. Como buena tesis, para persuadir Saramago necesita razones: “Vean el episodio de los molinos de viento. Nadie, por más loco que estuviera, podría jamás creer que son gigantes... además, cuando va a morir, el Quijote se convierte otra vez en Alonso Quijano porque cuando Sancho Panza lo invita a cabalgar el Quijote le dice `se acabaron las correrías de caballero’. Ahí se ve que es consciente de que ya no tiene tiempo de volver a hacerse el loco. Yo creo que nadie puede volver a la cordura tres minutos antes de morir”.