Domingo, 2 de agosto de 2015 | Hoy
SHIN DAL-JA
Como una forma de conjurar el miedo a la inevitable extinción de un material, una escritura y la literatura toda, la poeta y novelista coreana Shin Dal-Ja escribió un sensible, irónico y sombrío volumen titulado, entre la lógica y el amuleto, Papel. Una visión sobre la cultura en plena mutación a causa de las tecnologías comunicacionales, y que también incluye un poema de homenaje y reflexión sobre Borges.
Por Guillermo Saccomanno
Aunque pensar la desaparición del papel pueda sonar pesimista para muchos, escribir sobre esta situación incierta, darle forma poética, sugiere al menos una cierta confianza en que la lectura permanecerá y también su soporte clásico al que estamos acostumbrados.
“¿Qué es lo que suplirá el papel?/ Lo añoro. /El papel es el espíritu del ser humano/ enaltecido como el Dios de la pulcritud./ ¿Qué debe la poeta anotar allí?”. En la pregunta está la respuesta. Entonces la poeta escribe un libro íntegro sobre el asunto. Y lo titulará, tal cual: Papel. Así nos deprimamos quienes nos hemos educado y vivimos entre libros, revistas, diarios, cuadernos, anotadores, blocks, resmas. “¿Qué es lo que suplirá el papel?”, sigue Shin Dal-Ja. Y un par de poemas después ironiza: “Al abrir la página web/ no te olvides de llevar una hoja de papel/ que te servirá de amuleto”. A la vez, reflexiona: “El papel/ acoge/ la punta de la pluma/ con el pulso del corazón que late”.
Desconocida, como toda la literatura coreana en nuestra lengua, Shin Dal-Ja (1943) integra la lista de poetas que Olivero Coelho viene editando a través del sello Bajo la luna. Una breve biografía de Shin Dal-Ja registra que nació en la provincia de Gyong-Nam. Cursó estudios en la Universidad Femenina de Suk-Myung, donde se graduó en 1965 y obtuvo su doctorado en 1992. Además de una vasta producción poética, escribió novelas, algunas llevadas al cine. Recibió numerosas distinciones y su libro Papel tuvo el prestigioso premio de la Fundación Daesan en 2011. Pero vamos a sus poemas.
Papel es un libro tan curioso como inquietante y, aunque el término se encuentre devaluado, sensible. Por un lado parece ser un llamado de atención sobre uno de los riesgos que acarrea el avance tecnológico. Lo que induce a pensar el papel con melancolía anticipada. Por otro, lo ubica en un sitio menos nostálgico y busca encontrarle una función menos reverencial. En cuanto a su sensibilidad, cuando asoma, es siempre sombría: “No digas que has caminado la oscuridad desde el amanecer hasta el anochecer”, escribe Shin Dal-Ja. “No digas que has traspasado la oscuridad que parece de acero y que terminaste ensangrentado./ Tampoco que te parecías a hojas secas caídas hacía años/ tomándote de las faldas de la montaña ya exhausta./ Tú con la boca no menciones/ lo que dicen las anotaciones inmortales de la oscuridad producidas con los dos pies”. Shin Dal-Ja no se ahorra los gestos intensos: “Quema todo hasta el resentimiento del manuscrito”, anota. Y también: “La mina de lápiz se rompe sin fuerza./ Es ruda también la textura del papel./ Tan sólo con escribir una letra/ se rompe fácilmente/ Lo que añoraba era la ternura”. Por otra parte –y persistente– no hay poema, aun en aquellos donde no lo mencione, en que el papel no intervenga otorgándole un sentido a la escritura. En este aspecto, significativo y nada casual, el poema dedicado a Borges: “En su cuerpo circulaba la sangre del papel y la ideología del libro/ Dentro del libro, viviendo como libro,/ edificando el castillo de libros/ como bibliotecario,/ como director de la Biblioteca Nacional,/ vivió la vida entera siendo un libro”.
“Elemento del pasado y del futuro, el papel resume la divina relación entre el hombre y la naturaleza. Pero también cifra la relación del hombre con su propio interior”, apunta Coelho con motivo de esta obra tan delicada como incisiva. Y complementaria, su poesía se plantea a la vez como metáfora del tiempo, un tiempo que se va y otro que se viene. Por ejemplo, “Barco de papel”: “Supe, mientras subía con dificultad la cuesta de la vida, que los barcos que yo había dejado ir no estaban sanos y salvos. ¿Mis barcos de papel habrían pasado por encima de mi vida cuando yo me había rendido boca abajo con los dos brazos en alto?”
Pero Shin Dal-Ja no se ciñe a la crítica de la modernidad y sus nuevos soportes desplazando una materialidad simbólica. Y es entonces donde vale citar ese poema eviscerante que merece ser reproducido íntegro, prueba de que la sensibilidad poética no es antagonista de una mirada crítica que interpela con agudeza una cultura, la del papel, que se ha vanagloriado de ser civilizada y humanista mientras practicaba exterminios a lo largo de su historia. El poema se titula: “Piel humana”:
“¿Sabes que existe piel humana?/ ¿Sabes que hay libros hechos de esa piel?/ Pues también se dice que en Europa hay libros hechos de piel de personas de raza blanca./ En Holanda el siglo XVI/ se desollaban cadáveres de esclavos o prisioneros/ para elaborar hojas con las que se hacían libros./ La piel humana de 0,41 milímetros es aterciopelada/ y resultaba agradable para las páginas del libro.// Los seres humanos tenían cosas que dejar atestiguadas/ de una manera incluso así de cruel./ Ese deseo de dejar testimonio bullía más que en una bestia./ En bibliotecas antiguas existen unos cuantos libros de piel humana/ secretamente conservados./ Cuando desaparezca el papel/ y sea más escaso que la tecnología de la civilización/ más que la violencia sexual que prolifera estos días/ ¿violarán la piel humana?”.
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