Dom 23.08.2015
libros

SILVIA PUENTE

NO HAY NADA MEJOR QUE CASA

El último libro de Silvia Puente es más que una recopilación. Reunión de dos volúmenes ya publicados y revisados para esta edición y de tres inéditos, el conjunto ofrece el panorama poético de más de dos décadas.

› Por Susana Cella

Escritos entre 1991 y 2014 (los dos primeros ya publicados pero revisados por la autora, más tres inéditos) estos poemarios de Silvia Puente componen un conjunto que escapa a la mera compilación. El último, Y volverás a casa, no sólo da título al libro sino que también suma una orientación para un recorrido que ostenta un nebuloso punto de partida y un escurridizo punto de llegada. La tensión entre ambos está presente desde el inicio, ofreciendo señas o adelantos del precipitado final, lo que llega después de los hitos a partir de los cuales va desgranándose, fragmentaria pero firme, la historia de una travesía pautada por Otra versión de la tragedia, Diseños erráticos, Señales del exceso, Sobre la incertidumbre, Y volverás a tu casa, este último en una prosa que notoriamente contrasta con los versos que anteceden.

Los, por así llamarlos, “capítulos” se configuran a partir de palabras claves surgiendo en versos de ritmo pausado, pero habitados por una inherente tensión: “Instante/ en que armonía y desgarro,/ entereza y tormento,/ simulan equilibro:/ pánico”. La inmersión profunda en todo cuando toca al sujeto, tiene como necesaria e imprescindible visión la casa, centro en torno del cual giran tentativas de anidar, en medio de una errancia que lleva a “andar tras lo irrecuperable”. Un tiempo perdido, sí, pero también la posibilidad de recobrarlo desde otro lugar, en el retorno, frente al acecho de lo externo, que habilita el “sentido para un regreso”. En temas menos explicitados que aludidos, se fijan diversos modos de captación de lo exterior, sensaciones, afectos, intelecciones y no pocas preguntas, así, por ejemplo acerca de la memoria, desde donde se contempla un objeto, que bien puede ser una obra de arte o algo cotidiano (“Virgin of the Rocks” o una naranja). La razón que cuestiona no aparece separada de la vivencia, más bien se advierte la juntura en términos de constante búsqueda para hallar el rumbo o siquiera atisbarlo, rasgo común a todo el poemario, según una variación de perspectivas, pero siempre en relación con algo insoslayable en lo que va presentándose como un recorrido hasta un punto de llegada (o deseo de llegada: la casa).

Y efectivamente, anda circulando desde los primeros poemas: “Vuelvo a la casa/ como quien dijera de esta manera te abordo,/ te rescato, te salvo./... Desembarco, una vez más, en las mismas zonas, en las mismas oscuras casas/ para develarlas y develarme./ vano/ denodado esfuerzo” (“Ejercicio onírico”).

La cuestión del sentido queda explícita en un poema de Diseños erráticos, donde cuyas lúcidas preguntas, indagan sobre el modo de configurarlo: “¿El sentido no es acaso/ la posibilidad de una mirada/ el registro una de trama?/ ¿Es la puerta/ o el placer/ de recorrer hilos, conexiones, zonas de tensión,/ saber dónde se desencadena el estallido/ y transitarlo con ansiedad? Estar ahí cuando estalle”. Lo encerrado en signos de interrogación más bien se lee como definiciones, no conjeturas distantes sino la clara voluntad de estar, vivir, protagonizar, por eso la obsesión involucrada en la atención a lo circundante y a la propia interioridad para lograr la imagen que pueda representar la huella de lo vivido.

Simultáneamente encontramos la flecha (el vector marcando una dirección), y los rodeos –circunloquios– “trama”, “hilos”, “conexiones”, por tanto no se trata de una línea recta, sino de lo sinuoso de un camino que encierra sí las verdaderas preguntas: “desde dónde”, “por dónde”, y, más “hasta dónde”, interrogación superlativa que mueve el andar deseante, el “hasta allá” como sitio siempre anhelado pero evasivo: “Contrariamente a lo que espero, cada día es absolutamente distinto. Contrariamente a lo que espero, mi casa viaja y yo con ella, de paisaje en paisaje, de país en país. Pero quisiera volver a casa. A mi casa.”

Este desenlace del último apartado, sostiene un anhelo que, aunque aparezca como no logrado, sostiene la esperanza de que se cumpla lo enunciado como destino: “y volverás”... Ese tiempo futuro contiene el pasado, porque se trata de “volver”, de habitar, con esa “y” que no hace sino intensificar el discurrir. A lo que cabe sumar “a casa”, casa sin aditamentos, ya no las casas que se llevan a cuestas, sino “casa” lugar primordial que permite enlazar experiencia y escritura.

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