Domingo, 6 de septiembre de 2015 | Hoy
Tres relatos unidos por un clima gótico y por la peste de la fiebre amarilla en Buenos Aires, hacen de Las esferas invisibles una propuesta muy apropiada para explorar y discutir la frontera entre novela histórica y una narrativa más ambigua y rica alrededor de los bordes reales de una época pretérita.
Por Fernando Krapp
Las tres nouvelles (o cuentos largos) que componen el nuevo libro de Diego Muzzio son un festín para el lector cultivado. Ya desde el corpus de citas que el autor elige, Herman Melville (de quien toma prestado el título), Joseph Conrad, Rudyard Kipling y Wilkie Collins. Y también las referencias que se respiran en los relatos, Daniel Defoe (en Diario del año de la peste), los cuentos fantásticos de Iván Turgueniev y Guy de Maupassant entre las referencias del género como Poe, Lovecraft (aunque este último no tanto, en verdad), y otros maestros del gótico. Todo parece indicar que la propuesta de Muzzio se ancla más bien en un homenaje a una determinada literatura (gótica, fantástica) y que la radicalidad de su gesto se esconde en la muñeca que empuña para enhebrar de un modo invisible su clasicismo. Dicho sea de paso, “corpus” es una palabra que define muy bien al libro, en todo sentido.
Cuando se leen las primeras páginas resulta imposible no preguntarse ¿cómo no se le ocurrió a nadie antes (aunque seguramente estará ya el grito en el aire de que Evaristo Carriego y Lucio Masilla escribieron sobre el tema)? Sin duda, la época de la peste amarilla que asoló a Buenos Aires en las últimas décadas del siglo XIX es muy tentadora para hacer volar la imaginación; cuerpos tirados en las esquinas de la ciudad en vías de desarrollo, gente que huye, el Mal disuelto en el aire. Muzzio propone, sin embargo, hablar tangencialmente de la peste como si fuese un leit motiv que le permite unificar temáticamente las tres nouvelles, de ahí el título: tres esferas que pivotean de un modo invisible en un momento determinado. En el primer relato, un hombre convaleciente le narra a un cura una maldición en un fortín al sur de la Argentina. En el segundo, dos usurpadores de ataúdes deben salir a la captura de uno en especial. Y en el último, “La ruta de la mangosta”, el más logrado de los tres, un fotógrafo de muertos captura con su cámara el instante final, el aura de la muerte, el narrador lo llama “lúmina”, y que mezclado con el opio (para su consumo personal y de una mujer que lo cautiva) le permite vivir un estado de ensoñación y juventud mentirosa.
Muzzio no se mete en los datos pormenorizados de un determinado hecho del pasado, como sí lo haría una novela histórica, sino que busca bordear con un hábil manejo de los resortes narrativos los espacios oscuros para buscar crear posibles ficciones desde ahí. Muzzio conoce sus recursos (el hecho de que haya escrito varios relatos para chicos no es un dato menor) y elige una claridad, por momentos barroca pero precisa, para construir un ritmo narrativo. De ahí también la forma de la esfera; el lenguaje de Muzzio es anacrónico, por momentos actual, por momentos literario, por momentos de diccionario. Los personajes “copulan” o se paran en un “escaparate”, pero se hablan entre sí de un modo coloquial, con giros bastante actuales. El dilema vuelve a ser el mismo: la literatura como invención de una lengua que permita nombrar un hipotético pasado, o el pasado como una clave para construir una literatura acorde con exigencias predeterminadas (la novela histórica que todos conocemos). Muzzio se ubica cómodamente en el medio de esas dos corrientes: por un lado busca una lengua para trazar puentes hacia el pasado, pero no desdeña del rigor narrativo. Sin embargo, no idealiza el pasado con momentos de heroísmo erótico gauchesco como podría hacerlo la novela histórica del mercado que todos conocemos sino que hecha una luz quemada, por así decirlo, a aspectos oscuros que por alguna razón la literatura argentina contemporánea de cada época prefirió evitar. Si bien la peste es un hecho de decadencia social, Muzzio se mete en sus detalles. Y como toda literatura, ¿no termina enunciando de algún modo nuestro presente? No por nada el último relato de Las esferas invisibles termina a principios del siglo XX apoyándose así en un momento bisagra de la Historia argentina, que deja atrás la marca oscura de la década de los setenta (del siglo XIX), en una Buenos Aires que el narrador ya no reconoce, pero cuyas cenizas quedan metafóricamente ocultas en la forma trunca de unos árboles como metáfora de una genealogía por venir.
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