Domingo, 13 de septiembre de 2015 | Hoy
JORGE CONSIGLIO
Un vaivén entre pasado y presente armado con fragmentos astillados de la memoria y, en el centro, el Hospital Posadas, que en 1976 fue intervenido por los militares y convertido en centro de detención. Con estos materiales y símbolos, y con un minucioso trabajo con el lenguaje, Jorge Consiglio abordó en Hospital Posadas un nudo autobiográfico y, según cuenta en esta entrevista, afrontó una variedad de problemas formales y narrativos a lo largo de varios años de escritura.
Por Angel Berlanga
“Nunca imaginé que el tipo iba a interpretar semejante historia –escribe Jorge Consiglio casi al comienzo de Hospital Posadas–. No era de esas personas que pasan desapercibidas, pero tampoco tenía pasta de protagonista. Se movía bien en la confusión, en lo indeterminado. Era un enigma. Gordo y con un olor fuerte en el que se mezclaba el desodorante y la transpiración. Fumaba con un gesto despectivo, como amenazando. Su habilidad era mover el cigarrillo en el aire sin que se le cayera la ceniza. Lo conocí hace treinta años. Fue en la casa de Angela, mi novia de aquel entonces. Todos, incluso su mujer, lo llamábamos por el apellido. Cardozo le decíamos. No tenía nombre. Ahora, a propósito de la más pura casualidad, me reencuentro con su historia. Siento que el pasado se me viene encima. Entonces, casi sin darme cuenta, empiezo a reconstruirlo. Hago de Cardozo un personaje, mi personaje. Uso la imaginación. También los aportes de la memoria.”
La más pura casualidad: sobre el final de un almuerzo de trabajo ése que narra oye que su interlocutor, un médico que trabaja en el Posadas, tiene que ir a hacerle una cirugía a un gordo de carácter podrido y cabeza cuadrada, que putea a todo el mundo. El narrador tiene una corazonada: ¿recuerda, el cirujano, cómo se llama el internado puteador? Hace memoria, consulta, y sí: Cardozo, nomás. Cuenta Consiglio que esta novela, en la que estuvo trabajando tres o cuatro años, tiene mucho de autobiográfico: esos dos hitos, por ejemplo, haber conocido a este tipo hacia 1980, saberlo internado tres décadas después, son datos reales. Era el marido de la hermana de su novia, su concuñado provisorio, perspectiva fracasada de parentesco político, porque con Angela se distanciarían. Cardozo era un policía de civil, un servicio, un parapolicial, un sujeto viscoso y pesado que, en plena dictadura, se enquistó en la familia de Angela luego de que a ella intentaran secuestrarla: era el investigador. “Hay muchísimos ingredientes autobiográficos, pero esto no implica una excesiva fidelidad con las cosas que en realidad pasaron, porque hay una distancia para que esto funcione como una novela, para que el texto no se distorsione”, aclara Consiglio. Bueno: el narrador, el que evoca a Cardozo, es un visitador médico que ofrece prótesis oculares, y Consiglio trabajó hasta no hace mucho, y a lo largo de veinticinco años, como visitador que patrocinaba gotas oftalmológicas, un profesional que, en sus ratos libres se dedica a escribir y que, también, estudió Letras. Un trabajo bastante agobiante para el narrador y para Consiglio también, que terminó renunciando y apostando a un trueque de zozobras: del mango seguro y quema cerebro al acomode con talleres literarios, cursos, alguna reseña, un resto para administrar durante un tiempo. Cuando termine esta entrevista sonará su celular y le caerá una noticia pertinente.
Cuenta Consiglio que, en principio, empezó a escribir pensando en un cuento. “Pero enseguida los pliegues, repliegues y expansiones del lenguaje, todo ese potencial, marcaron que sería una novela –dice–. Por un lado me pareció que la aparición de Cardozo en el Posadas tenía que ver con una patada fuerte a una pelota que comenzaba en los ’80, y eso de alguna forma imponía, por una cuestión de justicia poética, un relato. Y mirá qué raro eso, ¿no?, que un tipo así termine en un lugar que fue un centro clandestino de detención.” Esa figura tan redondeada, a la vez, le pareció demasiado cerrada: “Por eso quise desestructurarlo un poco –explica–. Porque en un relato ceñido sólo a eso impresiona como si a partir de la primera oración ya se estuviera pensando en el final. Me pareció que eso conspiraba, así que pensé en astillarlo, en destrozarlo, para que entrara el aire en esa cosa tan cerradita y funcionara”.
Astillar: la novela de Consiglio entrevera setenta y un capítulos (cortos) y nueve tomas. Trabaja lo que llama el laboratorio interno y, así, las vertientes se diversifican: está la reposición de quién era él (o de cómo se recuerda) en aquellos años, un veinteañero en el último tramo del Proceso, sobre todo en relación a su novia y a Cardozo; y está su cotidiano en el presente que avanza, un solitario de alrededor de cincuenta con sus observaciones sobre lo que tiene alrededor, el trapicheo de su profesión, los mordiscones con una punky jovencita que conoció en el supermercado chino, las charlas al paso con el quiosquero, con el de la fiambrería, los médicos que visita por salud o por trabajo, algún documental en la televisión, los albañiles que progresivamente van demoliendo un petit hotel del siglo XIX, las mecánicas con su jefe de ventas del laboratorio y también las que despliega como visitador ante sus clientes.
“El disparador fue la reaparición de este personaje –dice Consiglio–. Y trabajé más bien con el recuerdo, no quise precisar; hice un par de entrevistas en el Posadas, a un médico de ahí que conocía (Jorge Mateos, a quien está dedicado el libro). Tampoco quise hacer un libro de época, o enfocarlo como una novela política, o trabajarlo como una crónica, porque para mí es imposible: no tengo el rigor. Y por otra parte me parece que circunscribiría el relato a algo demasiado inmediato. Cuando arranco a laburar en el texto, casi por escritura automática, empiezo a pensar en el presente de la narración del personaje y en su estado, y descubro que quizás haya varias cosas de su cotidiano que servían de ping pong, una especie de cuestión especular con el pasado. Es decir, en la relación con la punky, o con su laburo, se ve qué tipo de relaciones establece este narrador, con las personas y con las instituciones. La soledad en la que vive, las cosas que mira a través de la ventana, la deconstrucción de ese petit hotel, en el que vivían dos hermanas que él conocía de vista. Ver cómo algo se destruye, por otra parte, es genial; los obreros tirando abajo un edificio es algo enormemente narrativo, más allá de lo simbólico, que por supuesto lo atraviesa. Y la mirada puesta en esto de qué pasa en ese tiempo: ¿cómo vive la gente que está tirando abajo este edificio, cuáles son sus ritos cotidianos? El perro que se empieza a quedar ahí, el asadito que se hace en una situación así. Por otra parte romper el orden cronológico, fluctuar entre décadas, me dio mucha libertad para narrar, entraba y salía como quería.”
Consiglio dice que, en su narrativa, trata de poner el foco “en esas vidas que son alternativas o laterales”, en las que observa un sistema de bienestar, no específicamente de felicidad, por fuera de lo que la ortodoxia define con esas palabras, bienestar, felicidad. “Ponele –explica–: te dicen que tenés que comprar ciertas cosas, auto, boludeces de vestimenta, hasta qué consumís culturalmente, un circuito, pero en estos lados alternativos ves que se generan cosas que son más auténticas, más realmente disfrutables. Me acuerdo de que diez años atrás iba un fin de año a la casa de mi viejo y sabía que no la iba a pasar bien, porque había cierta cosa de un bienestar estratificado, sabía lo que me esperaba, la comida hecha, cierta hora de los regalos, una frigidez tan poderosa que me desarticulaba hasta lo celebratorio del festejo. Y en el camino, debajo de los puentes por los que pasa el San Martín, vi unos tipos con unas reposeras que habían empezado a escabiar: eso me pareció un festejo auténtico. Quizás sea solo un punto de vista, no sé si es real y tiendo mucho a idealizar, pero algo de auténtico tiene que haber. Otra referencia: laburé en una estación de servicio, cuando era pendejo, y ahí había un tramado vital mucho más importante que el que encontré cuando entré a las corporaciones con los laboratorios médicos. Por supuesto: es un tramado lateral, que está siempre por fuera, y se puede confundir con grisura. Pero eso a la vez tiene una contracara celebratoria, con algo de luminosa, y por eso me gusta verla, poner el ojo ahí, me parece más genuino. En Pequeñas intenciones, la novela anterior, eso está un poco laburado, también.” Una alternancia al deber ser: Consiglio dice que encara su escritura hacia ahí sin demasiada racionalidad. “Es que las historias de algún modo te enganchan a vos, te convocan, y uno de golpe se encuentra narrándolas –dice–. Entiendo que es un imaginario en el que me reconozco.”
–Si trazo hacia atrás mis gustos literarios siempre encuentro textos que de alguna manera trabajan en esto. Hay algo de elección estética. No sé, Cormac McCarthy, que siempre busca esos imaginarios. Flannery O’Connor, o incluso Carson McCullers, que uno las disfruta tanto, también tocan ese lado, con esa mirada más focalizada en personajes no sé si padecientes, pero sí laterales. No sé por qué, la verdad, no podría precisarlo: es la deriva de la escritura. Pero si pienso en lo narrativo, pienso en ese lado.
A Consiglio le gusta trabajar a partir del detalle menor, de lo que suele pasar desapercibido, de lo que tiene todas las fichas para pasar de largo al olvido. Un realismo desbordado, se respalda en esa idea. “Y que en ese desborde haya algo del orden de lo exagerado, de lo grotesco –dice–. Un realismo extrañado, con un punto de vista que desemboca en una mirada enajenada, que es literaria.” Entre el enajenamiento y la lateralidad, Consiglio pone a funcionar los sentidos para rescatar en su escritura el olor del suavizante de la ropa (o el de Cardozo), el comentario social que parece destinado a pasar de largo, los mazazos con los que los obreros derriban el edificio, el estado en el que queda la piel de la cara del narrador tras ser embestido por una paloma torpe, o la mancha, recuerda, de un camperón de su concuñado provisorio. El sujeto había insistido para que se lo pusiera: Fijate cómo te queda. Probátelo. Quedátelo. En la televisión una vedette vestida de plumas hacía unos pasos que, detrás suyo, copiaban cinco tipos. Mirá bien la manga, ¿ves que hay una mancha? ¿Ves la mancha? ¿Sabés qué es? Es sangre. Sangre humana. “Se puso a caminar de un lado para otro con las manos agarradas en la espalda, como los viejos –escribe Consiglio–. No supe qué decir. Apenas lo conocía. Me costaba entenderlo. Pensé que tenía necesidad de que lo vieran como un soldado. Este tipo quiere que lo vean como un soldado. Hay gente que se pasa la vida aparentando. Angela no escuchó lo que dijo su cuñado. A lo de la sangre, me refiero. Estaba distraída. Apenas reclinada hacia adelante. Se acariciaba la piel de la garganta. Tragaba bocanadas de aire. Parecía que le costaba respirar, que una crisis de asma le cerraba el pecho. Pero ella no era asmática. De pronto, me miró. Dijo algo sobre música. Lo más lindo que compuso Mozart es el último cuarteto de cuerdas. Afuera el viento movió las plantas. Cardozo estornudó. Angela, ahora, suspiraba, como si algún recuerdo, una imagen repentina, la estuviera mortificando. Y comentó algo sobre un cuarteto de Mozart. Hacía unos minutos, su cuñado había dicho que la mancha en el blusón era de sangre humana.”
Cada tanto, en medio de ese ida y vuelta entre pasado y presente, Consiglio irrumpe con tomas como flashes, seis de 1976 y otras tres de 1977, que enfocan en la intervención militar del Posadas (la encabezó el general Bignone) a pocos días del golpe y del asentamiento de un “Comando de seguridad interna” que gustaba de ser llamado SWAT, en honor a la serie de televisión. Canas y milicos se adueñaron de “El Chalet”, una vivienda destinada al director del hospital, y lo hicieron funcionar como centro clandestino de detención: torturas, violaciones, asesinatos, desapariciones. “En cuanto a esas entradas, que si querés fueron las más craneadas, empecé preguntándome cómo acercarme a algo tan crudo, cuando desde el realismo ya fue narrado tan bien y tan minuciosamente –dice Consiglio–. Entonces pensé en ese discurso lírico, corrido del punto de vista del narrador en primera persona del registro urbano. Lo pensé en escenas, con esta tercera persona que aparece como una especie de entelequia, separadores que entran como flashes para quebrar el orden. Quería construir al Posadas como personaje: a través de eso fui dándole entidad. Para que finalmente, cuando se reconcilie con el destino del personaje de Cardozo, no sea cualquier lugar. Porque justamente, fue a caer a un lugar increíblemente adecuado: es una especie de capricho del destino que el tipo termine ahí.”
Por algunas de las referencias que Consiglio narra de Cardozo puede pescarse el nombre verdadero del servicio sobre el que se articula Hospital Posadas: luego de su faena en la dictadura, y tras una temporada fuera de circuito, se recicló como agente del primer ministro del Interior del gobierno de Alfonsín y así recibió (vaya perversión) el encargo de investigar sobre el destino de un empresario secuestrado: cuando supo que ya había sido asesinado, y mientras su cuerpo no aparecía, estafó a la viuda dándole esperanzas falsas y cobrándole mucho dinero. Consiglio tiene muy presente un viaje a Villa Gesell, todavía durante la dictadura, y una noche con Cardozo de asador, tomando unos vinos, puteando a las mujeres por no acoplarse a sus tiempos, y contando tres historias. Un incidente con unos acampantes, jovencitos, en la Patagonia. El reviente de un departamento en San Cristóbal y la tortura a un hombre. La visita de una vedette a una base aérea. El olor del mar y de la carne asándose, el viento, las copas y los cigarrillos, un perro que se arrima a garronear algo.
Muchos perros aparecen en este libro de Consiglio (también los hay en los otros suyos): “Se me cuelan siempre: es que funcionan como las víctimas perfectas –dice–. Son objetos de crueldad, o se pelean entre ellos: agregan una chispita de lo salvaje. En esa matriz canalla que tenemos, en parte herencia de los milicos, si buscás una víctima que no pudiera quejarse, tenés la posibilidad de sacudir a un rope”. A propósito: ¿qué observa en este libro en relación a los anteriores? “Me parece que es mucho más descontracturado, que tiene muchos más huecos por los que circula el aire, que está organizado de una forma que tiene que ver con la libertad”, dice. Una especie de quiebre respecto a lo que escribió hasta ahora. Y claro que traza alguna relación con haber largado el laburo de visitador.
Consiglio nació en 1962. Publicó cuatro libros de poemas, un par de volúmenes de cuentos y las novelas El bien, Gramática de la sombra (Tercer premio municipal) y Pequeñas intenciones (Segundo premio nacional). Esto ya terminó, la charla sigue por otros wines y Consiglio se disculpa: suena su teléfono. Del otro lado, un funcionario le anuncia que por El otro lado, uno de sus libros de cuentos, le dieron el Segundo premio municipal. Y también le dice que Pequeñas intenciones ganó el Primer premio en la categoría novela. Ah, no sabe la alegría que me da, dice Consiglio. Y ofrece el puño, para que choque. Como un chico.
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