Domingo, 27 de septiembre de 2015 | Hoy
OLIVERIO COELHO
El talento aplicado a rubros como el ajedrez o el tenis puede generar monstruos y también tramas desbocadas. A partir de una genealogía de genios precoces cruzada con escenarios de apocalipsis, Oliverio Coelho entrega con Bien de frontera una novela rica en episodios que no descuida el lenguaje preciso para transitarlos.
Por Violeta Serrano
Bobby Fischer fue un genio adolescente que llegó a proclamarse campeón mundial en la década de los setenta. Encumbrado en la época de auge de la escuela soviética de ajedrez, perdió su título de campeón mundial en 1975 a favor de Kárpov: ni siquiera tuvieron que jugar. Las reglas objetivamente injustas que Fischer planteó a la Federación Internacional de Ajedrez, hicieron que ésta decidiese ceder el galardón de forma directa a su contrincante. Luego, casi veinte años después, en plena guerra, un envejecido Fischer desembarcaba en Yugoslavia para jugar un amistoso contra un viejo rival, Boris Spassky. Esta vez Fischer gana. Pero el saldo final no es favorable. EE.UU. le había prohibido pisar suelo yugoslavo y, una vez que lo hizo, la justicia le advirtió que, si volvía, sería condenado a una pena de hasta diez años. Fischer se convierte en un expatriado que terminará sus días en Islandia. Cuando se producen los atentados a las torres gemelas en 2001 Fischer celebra que su país de origen tenga por fin lo que se merece.
La vida de este genio del ajedrez que sufrió varios problemas mentales, tiene una estelar aparición en Bien de frontera, la última novela de Oliverio Coelho. Pero, ¿es fútil la leve inclusión de este personaje dentro de la ficción? Con su novena obra, podría decirse que Coelho ha conseguido trasladar una épica geográfica e histórica precisa: cambia el contexto internacional de Guerra Fría en el que la vida real de Fischer se desarrolla por el último cuarto de siglo en Argentina. Y funciona. Se trata, finalmente, de una novela futurista que, sin embargo, está anclada en un pasado reciente puesto que el giro vital del protagonista, Sauri, arranca en la época de la última dictadura militar. Este personaje fue un niño prodigio del ajedrez argentino y, sobre todo, una promesa para la salvación económica de sus padres. Pero incumple el mandato de su genialidad y en vez de perseverar en su talento, como sí hizo Fischer, decide dejarlo todo para militar políticamente. Lo relevante no es esa fase juvenil en la que acomete una vinculación altamente peligrosa para el momento en el que vive, sino más bien el hecho de que se enamore de una compañera y acabe siendo padre con sólo 18 años. Luego, el exilio de ella: en Suiza, donde muere de una enfermedad terminal al poco tiempo de llegar. Y él, otro exilio acaso peor: a su pueblo de origen y con una niña recién nacida, Malena, que será criada por unos abuelos que volverán a cometer los mismos errores: un nuevo talento, el tenis en este caso, será explotado hasta la extenuación. Cuando el abuelo muere llega la revancha: Malena pone a su propio padre en la coyuntura de cometer el primer delito. Manejan juntos hacia el norte del país pero ella abandona antes de la consecución de la primera estafa de las muchas que trabarán la nueva identidad de un padre que terminará siendo un proscrito, tal cual le sucedió a Fischer, aunque por circunstancias distintas. Están en la época de Menem y Sauri reconoce en su hija el mismo ímpetu de la madre, pero aduce que las circunstancias históricas son otras y que lo que era pasión revolucionara ahora se traduce en “fantasías delictivas de salvación”. Comienza así a perfilarse un texto que indaga acerca de la construcción de la identidad y muestra con contundencia las consecuencias a escala humana de pantagruélicos estragos políticos. Alejado de algo de lo que intenta en vano desprenderse, Sauri se introduce en el peculiar mundo de la Triple Frontera para convertirse en un nuevo hombre. Tras ejecutar su primera estafa a una vieja loca llamada Evelyn, su prontuario no hace más que engrosarse hasta llegar a ser, con el tiempo, el tipo más buscado del lugar. “Me hice estafador por miedo a ser un genio”, confiesa en las páginas finales. Pero siempre tuvo un punto flaco irresoluble: Malena. “Un padre no puede renunciar a un hijo”, sabe. Y por eso buscará un reencuentro que, a su vez, genera una reflexión en el lector acerca de las fronteras del deber y la ética en el futuro. El ejemplo más claro es esta descripción de los habitantes de una Buenos Aires devastada: “La resignación estaba atorada en las caras. Era el rictus final de una civilización que había explotado al hombre hasta esculpir en sus descendientes la máscara de la apatía”.
Con tintes de novela épica, thriller narco, golpes de extrañamiento onírico y, al mismo tiempo, una marcada herencia determinista en los rasgos de sus personajes, Coelho persevera en su estilo. Pone el acento en el uso del lenguaje pero, además, genera una trama que consigue mantener el equilibrio justo para mostrarnos, por contraste, la fragilidad inherente a todos. Incluso a los grandes genios de la estafa.
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