PATRICK MODIANO
Entre el rescate de la memoria y el género policial, Domingos de agosto, de Patrick Modiano, es una de las más claras expresiones narrativas del reciente Premio Nobel. Obsesionada con el tiempo circular, y la fugacidad de las figuras femeninas, esta novela de 1986 llega intacta al debate de la contemporaneidad en un nuevo siglo.
› Por Augusto Munaro
Domingos de agosto se publicó originalmente hace casi tres décadas, en 1986. Muchos años y acontecimientos han transcurrido desde entonces. La caída del muro de Berlín; los atentados del 11 de septiembre, tres guerras en el Golfo Pérsico; la globalización; nacimiento y apogeo del imperio de Internet; el correo electrónico; Twitter... Sin ir más lejos, el autor de esta novela, ha sido consagrado en 2014 con el Premio Nobel, el mayor galardón posible correspondiente a las letras universales. El mapa de nuestra realidad, esa topografía de incesante cambio, pareciera ser tan variable como Heráclito cierta vez pregonó hacia fines del siglo V a. de C. y como Zygmunt Bauman, aún en la actualidad, profundiza a través del concepto de “modernidad líquida”.
El mundo ha cambiado, indudablemente, pero el novelista francés Patrick Modiano, continúa reescribiendo una única novela. Pues cada libro suyo, pareciera tratarse de borradores, versiones derivadas de una obsesión. Una peculiar forma de percibir la realidad que se deja horadar por el tiempo, ese factor determinante para el hombre. Mientras el pasado atraviesa a los personajes, asimismo entran en juego elementos articulados en la narración, y lo hace con admirable maestría. Escenifica así, una historia y comienza a tensar los resortes descriptivos para abordar lo que subraya con insistencia: el espacio de narración convertido en memoria. Pues el pasado es clave. Todo viene siempre de allí, de esa zona de lo que cierta vez fue, o mejor aún, pudo ser. El hecho de recordar y ser recordado es fundamental en el ser humano.
Intensa y provocadora, en Domingos de agosto, una vez más, la mujer es el hilo conductor (el pretexto argumental). Sylvia Heuraeux, joven y bella veraneante de la Costa Azul, es dueña de un valioso y misterioso diamante, una piedra maldita que sólo traerá desgracias. Tras una serie concatenada de flashbacks, el lector podrá armar el complejo entramado de un relato astillado por la desaparición. Jean, el narrador, fotógrafo de profesión, vive en Niza, en el bulevard de Victor Hugo, cerca del antiguo Hotel Majestic. Había llegado allí con el propósito de compaginar un álbum de fotos sobre La Varenne, y todas las demás playas fluviales de los alrededores de París. Su intención se ve afectada con la aparición de Sylvia. Jean queda, por lo tanto, atrapado en una ciudad y una vida de la que se siente incapaz de huir. Pues es ella quien lo lleva a un presente asediado por el recuerdo. De allí que el narrador sufra continuas decepciones. Los objetos y los seres están ahí y es esa presencia la única verdad del relato. Es decir, ya no le pertenecen, no hablan de él ni le hablan.
Envuelto en una espiral de acontecimientos que lo van arrastrando, intenta escapar de lo que cierta vez fue, para iniciar otra vida. Renacer: ser otro en Roma, por ejemplo, una ciudad hospitalaria donde el protagonista sueña una vida ajena a las preocupaciones mundanas. Pero para ello necesita acabar con una asignatura pendiente. Responder a una serie de preguntas vinculadas a Sylvia, y su forzada desaparición. Mientras tanto, los personajes dan vuelta por la ciudad, como dentro de una jaula. “Era terrible no poder localizarla y notar su presencia en todas las esquinas”. La prosa de Modiano transcurre con una suavidad de forma imperceptible, como el paso del tiempo. Respetando siempre la idea de que la voz sobria, penetrante del narrador debe ocupar un discreto segundo plano mientras encuentra su propia voz. Así, todos los hilos se entrecruzan en el espacio del libro, lo que permite que la obra adquiera la impresión de una totalidad simultánea. Los recuerdos de Jean se centrarán en el nudo, solamente en las últimas páginas del libro conoceremos detalles previos al problema central de la novela.
Es lícito afirmar que Domingos de agosto, a su vez, opera también como policial. Precisamente, por el modo en que todos se transforman, dadas las circunstancias ejemplares, en detectives de una época: el fantasma del régimen colaboracionista de Vichy y la ocupación de Francia por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, tiempo en que varios implicados con el misterioso diamante se vieron beneficiados (aunque efímeramente, y a un alto costo). Por eso los personajes viven yendo para atrás en el tiempo, y cuestionándose su presente en relación a sus actos pasados. Son sonámbulos que deambulan por las calles invernales de la Costa Azul, fuera de temporada, buscando pistas para armar el sentido de sus existencias. Intentan establecer cierta comunicación en un laberinto de falsas significaciones. Y lo hacen, a veces, con la única evidencia tras rescatar una tarjeta de visita, o de una mera imagen tomada por un fotógrafo ambulante; rastros que quedaron de un momento efímero. Pruebas materiales minúsculas de un ayer no muy lejano y que van, como consecuencia, acumulando interrogantes.
El narrador de Domingos de agosto, como lamentando la separación del espacio y la discontinuidad en el tiempo, se preocupa ante todo de mantener a su alrededor un Espacio-Tiempo circular, cuyo propio autor acaba por ser la conciencia central. Así, esta novela redonda, intenta reconquistar ese lugar perdido. Habiendo pasado ya la época del Bildungsroman, la novela actual se preocupa ante todo y de una forma total, por el hombre de aquí y de ahora, comprometido con su presente y que se esfuerza por hablar en el espacio que le rodea, así como por hacerle hablar a este mismo espacio. Modiano, como RobbeGrillet antes que él, se ha encargado de afirmar como ningún otro, ciertos problemas de la memoria. Hablo del tiempo mental. Si los problemas de la memoria han adquirido tanta importancia, es porque ésta carece de temporalidad. La presente historia lo ratifica.
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