Domingo, 4 de octubre de 2015 | Hoy
JACK GREEN
La historia de ¡Despidan a esos desgraciados! de Jack Green se remonta a los años sesenta y se vuelve ineludible apéndice de la historia de William Gaddis y su novela paradójicamente llamada Los reconocimientos. Cansado de la crítica que, aun elogiándola, malinterpretaba a su buen entender a Gaddis y su monumento, Green escribió una diatriba que, sin quererlo, anticipaba el tono furibundo y petardista de los futuros blogs.
Por Rodrigo Fresán
En 1955, el norteamericano William Gaddis (1922-1998), hombre hermético a la vez que ubicuo capaz de figurar como secundario en la cosmogonía de Jack Kerouac así como ganarse la vida en escritorios de megacorporaciones y recibir los premios literarios más importantes de Estados Unidos) debutó con la en todo sentido colosal Los reconocimientos: una novela de iniciación terminal de más de mil páginas sobre la falsificación en el arte y la impostura en la vida. El libro –que conoció en 1987 una hoy inhallable traducción en Alfaguara y ha sido afortunadamente reeditado por Sexto Piso, editorial que se ha propuesto la audacia y la gloria de rescatar toda su obra– vendió poco pero deslumbró y sigue deslumbrando a quienes tenía que deslumbrar. Así, hoy se lo considera eslabón perdido entre beatniks y posmodernistas y piedra fundacional y eco poderoso en obras posteriores firmadas por Thomas Pynchon, John Barth, Rick Moody, David Foster Wallace y, más cerca y ya desde su título, Adam Levin y su The Instructions, de 2011 o, ahora mismo, The Book of Numbers de Joshua Cohen.
Y, como el resto de la obra de Gaddis, Los reconocimientos continúa siendo tan admirado como poco leído. Es decir: algo –y, signo de nuestros días y noches, han abundando verdaderos manuales de autoayuda de variable y discutible gracia para ejercer el fino arte de opinar con autoridad sobre materia impresa que no se conoce– de lo que se habla de oídas y sin haberlo visto nunca de cerca.
Semejante conducta indignó en 1962 a un tal Jack Green (nom de guerre de Carlisle Reid, ex empleado de una aseguradora) quien, en sucesivos números del fanzine Newspaper decidió denunciar minuciosa y obsesivamente a la crítica que, en su día, no sólo había ignorado la grandeza inmortal de Los reconocimientos sino que además, pecado mortal, había tomado su nombre en vano, mal escribiendo y peor leyendo lo que este fan fanático entendía como Palabras Santas. También –y esto da una idea de su apasionamiento y entrega a su causa que llevó a muchos a pensar que Green no era más que una máscara del propio Gaddis– pagó de su bolsillo un aviso a toda página en The Village Voice poniendo a Los reconocimentos a la altura del Ulises de Joyce y ofreciendo ejemplares de su panfleto de denuncia a cambio de giro postal.
Su diatriba encendida –en tres entregas– fue ascendida a libro en 1992 por la prestigiosa y audaz Dalkey Archive Press como ¡Despidan a esos desgraciados! y ahora llega a nosotros vía Alpha Decay como sabroso y picante aperitivo a Los reconocimientos.
El caso de Green y de lo de Green, sin embargo, justifica un matiz. Porque si Los reconocimientos es una incontestable obra maestra, en cambio ¡Despidan a esos desgraciados! es –nada más y nada menos– que una rareza a cargo de un raro sobre un más raro todavía. Y, de acuerdo, lo que demanda Green de la crítica es pertinente pero –en la mayoría de los casos– fue y sigue siendo impracticable por razones de tiempo y espacio. De cualquier manera, Green se apunta un punto cuando, indignado, enumera (más allá de erratas y de imprecisiones y hasta plagios de un reseñista a otro) la capaz incapacidad para reconocer un hito narrativo en su momento. Pero no fue la primera ni será la última vez. Y, claro, está mal opinar sobre algo que no se conoce pero por momentos el, sí, reconocimiento extremista de Green a Los reconocimientos lo acercan a los bordes fundamentalistas de ilustradas personalidades solipsistas y psicopáticas como las de alguno de los especímenes analizados por el delirante H. Bustos Domecq de Borges + Bioy Casares, del Javert de Los miserables, del Kramer de Seinfeld, del Travis Bickle de Taxi Driver, de los Ignatius Reilly de La conjura de los necios de John Kennedy Toole y del Perkus Tooth de Chronic City de Jonathan Lethem y de aquel A. J. Weberman que se especializó en el análisis del contenido de los cubos de basura de su ídolo Bob Dylan.
Lo que no quita valor y utilidad del furibundo opúsculo como tratado maltratador de vicios y taras y malicias y blanduras a la hora de apuntalar reseña. El solo repaso de su índice –donde se subdivide al cliché en las categorías “de la extensión”, “de ‘lo ambicioso’”, “de la primera novela”, “de la ‘falta de disciplina’”, “de la erudición”, “de la dificultad”, “de lo negativo”, del “‘¡Cómo! ¿No hay desenlace’”?, “de los personajes extravagantes”– servirá a más de uno, y me incluyo, para percibir muchos de los mecanismos automáticos y reflejos a los que se suele acudir cuando se trata de acorralar a lo ajeno en unas pocas líneas y contrarreloj. Digámoslo así: hay momentos en que la furia de Jack Green –y el tiempo de que dispone para desatarla y soltarla sobre nosotros– da un poco de miedo.
Visto así, a su manera, subliminal y lateralmente, Jack Green ha sido tan influyente como William Gaddis: mucho de su tono y forma recuerda hoy, entre sofocos y escalofríos, a varios pesados y electrizantes potajes de blog que se cuecen en la red.
Desde aquí, hago votos porque la lectura de ¡Despidan a esos desgraciados! –que se disfruta aún más si uno se le arrima como si se tratase de una forma verídica de ficción o de una cosa supuestamente divertida que pocos deben hacer– no inspire a muchos a abrir nuevos sitios en esa baldía y electrizada y sin ley tierra de nadie y de todos. Y que, en cambio, estimule la audacia de numerosos afortunados para atreverse con un libro llamado Los reconocimentos.
¡Contraten a esos agraciados!
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