Domingo, 11 de octubre de 2015 | Hoy
HORACIO CONVERTINI
Con un punto de partida costumbrista, Horacio Convertini se interna en la hondura de un policial negro y en el conflicto de una transformación tan inaceptable como dramática en el corazón de un barrio.
Por Sebastián Basualdo
“Dice ‘mina de oro’ y se me queda mirando. Es un anzuelo. Quiere que le pregunte de qué se trata, que sea yo mismo –ansioso y apurado– el que descorra el velo del misterio que ha traído a esta casa. Pero le conozco las trampas y retrocedo un casillero”, piensa Cali encerrado en el baño de su casa o de la que vivió como propia hasta el día en que sintió la necesidad imperiosa de independizarse de sus padres y ser otro, o acaso él mismo y por lo tanto un extraño para ellos. “Mis padres eran gente simple con un sueño común y silvestre: formar una familia, tener un hijo, que ese hijo formara su propia familia, progresara, les diera nietos. Yo vine a quebrar la buena marcha de las cosas. Un hijo puto. Nadie planea un hijo puto. Un hijo puto es el fin de la normalidad. Una aberración que hay que disimular, esconder.” Ahora Cali bien podría parafrasear a Sartre y decir que nadie da un paso en el extranjero sin acercarse o alejarse de su propio barrio. Porque si bien ya pasaron muchos años desde que se fue de Pompeya con la idea de formar una pareja, ejercer el periodismo y convertirse en escritor, lo cierto es que apenas tome la decisión de participar en un robo junto a un amigo de la infancia, el pasado volverá con la fuerza de un boomerang, lleno de lucidez y violencia, para dar comienzo al tema central de New Pompey, la nueva novela de Horacio Convertini, donde por medio de capítulos breves y notablemente estructurados divide temporalmente la trama para narrar una historia donde la tragedia se mezcla por momentos con el humor y la ironía alrededor de un hombre a quien el pasado parece darle la posibilidad de una reivindicación, acaso saldar una cuenta pendiente con él mismo y de ese modo asegurarse un lugar en la mitología del barrio, mucho más perdurable que el mármol mientras quede alguien para transmitir una literatura oral que nace de la calle y vuelve a ella como un modo de venerar a los que verdaderamente se lo merecen, es decir aquellos que tienen historias excepcionales que contar. Sólo que Cali pareciera no ser exactamente lo que New Pompey entiende por un pibe de barrio. “Al Chino le fastidiaba que yo trajera de ‘afuera’ temas ‘raros’. ‘Afuera’ era cualquier distrito que no encajara con la matriz cultural del barrio; ‘raro’, todo aquello que no se representara con una pelota o un par de tetas. A veces me pedía que lo llevara a esas reuniones de las que, según él, volvía ‘con el bocho lavado’.” Tal vez no hay modo de darle la espalda al lugar donde uno se crió y por eso esa mezcla tan intensa de rechazo y admiración que tiene Cali por todo aquello que forma parte de la leyenda de su barrio, ya sea el ambiente del cabaret Baccarat con personajes tan entrañables como Cato, el mejor billarista del club y muy respetado (el miedo asume la forma del respeto en ciertos códigos barriales) al igual que su padre, un tipo jodido, especie de compadrito con el orgullo secretamente herido que se ganó fama de peleador y era capaz de darles una paliza a los hermanos Lafrati, los más jodidos del barrio, o al indefenso Saturnino, bailarín de Franja de Oro que cometió la imprudencia de bailar con firuletes en el medio del salón durante un baile. Algo imperdonable.
La originalidad de New Pompey estriba en el modo inteligente con que Horacio Convertini parte de una trama aparentemente dominada por un realismo costumbrista para luego desplegar una lógica vertiginosa de policial negro. Cali no tardará en recibir la visita de su amigo, el Chino Reilly, que irrumpirá con toda la fuerza que tiene la fatalidad para proponerle que participe en el robo a la caja fuerte del querido club Unidos. Sucede que la propuesta esconde algo más que una recompensa monetaria. “Quieren recuperar el barrio como hicieron con Palermo. Donde estaba Envases Centenera van a poner un estudio gigante para filmar películas. El Puente Alsina, olvidate, a pleno, lleno de luces como el Puente de Brooklyn. ¿Y Sáenz? Mejor que la Quinta Avenida. Eso es lo que me decía mi amigo: ‘¿Viste Nueva York? Bueno, calcado. New Pompey. ¿Te das cuenta?” La experiencia del robo será determinante para la vida de Cali. Habrá que ver cuál es el relato que esgrimirá en su defensa, quizá pueda decir junto a Durrell: la ciudad es la que debe ser juzgada, aunque sean sus hijos quienes paguen el precio.
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