Domingo, 11 de octubre de 2015 | Hoy
JOSé SUPERA
Primera mención del Premio Nueva Novela de Página/12, Limpiavidrios, de José Supera, es una novela hipnótica y de notable resolución estilística que narra la historia de un hombre enceguecido por su propio reflejo y la imposibilidad de acceder al universo que existe del otro lado de los vidrios, el mundo de los otros. Supera cuenta aquí la forma en que fue concebida y escrita en tiempo record la primera versión de este libro que ahora se publica.
Por Angel Berlanga
“Miro la soga y veo que está cada vez más gastada. Se deshace. Va perdiendo volumen y ganando peligrosidad. El final va a llegar cuando la mano que escribe mi historia lo decida. Pero sé que se acerca. Lo sé porque está haciendo que lo piense en este mismo momento.” La maquinaria de pensamiento del hombre que se cuelga para limpiar los vidrios de un edificio, el runrún incesante de sus engranajes ante el escenario de su cotidiano, los cruces con otras personas, su perspectiva atormentada, conducen a pensar con frecuencia en los bordes. Limpiavidrios, narrada y protagonizada por un personaje que trabaja de eso, es la última novela publicada de José Supera, platense nacido en 1981, la mano que escribe su historia. “Todos los días limpio –rumia–. Todos los días tengo que ver mi puta cara de empleado de quinientos mil años brillando sobre el vidrio. Más allá de mi reflejo están los otros. Con sus vidas, sus miedos. A veces dejo de limpiar y pongo las manos sobre el vidrio intentando ver el interior de las oficinas y solo veo mi cara. Mi cara. Hay días que me desconozco. No puedo ver más allá de lo que soy. Hace una semana encontré la ventana que abre para adentro. Dejé de limpiar y empujé despacito y metí la cabeza. Un mundo que no era mi mundo.”
El mundo de Limpiavidrios es el de un tipo solo. Paga unos pesos de alquiler por un cuartucho destrozado en el sótano de una galería clausurada tras un incendio. Hubo otro tipo que lo inició en el oficio y ahora no le contesta las llamadas: ¿o es él mismo? La duplicación en el reflejo de sí mismo, mientras limpia, no es la única que crece: ahí están las alternativas y las distorsiones del sueño, del vino, de la memoria imposible, de la paranoia, del ácido del líquido negro con el que trabaja. En el pasado, apenas, la despedida de una mujer que lo abandona. En el presente, la expectativa por una mujer que también limpia, como él, pero en el interior del edificio: lo encandila una sonrisa de dientes dorados y brillantes, pero a veces la mujer sonríe y el dorado no está, o se confunde al identificar a la mujer, o confunde sus nombres. En ese mundo también están el sereno de los fines de semana, que le franquea la entrada los sábados por la noche para tomarse unos vinos en la azotea; el jefe de seguridad, que va regulando aprietes y marcas de territorio; el alemán contratado para que, con su águila, liquide a las palomas (“ratas voladoras”) que ensucian el lugar.
Limpiavidrios fue seleccionada como primera mención en el Premio Nueva Novela que organizó este diario tres años atrás (la ganadora, entre un millar de libros enviados, fue Me verás volver, de Celso Lunghi). “Yo tenía otra novela para presentar al concurso, protagonizada por un mago durante la dictadura –cuenta Supera–. Cuando me puse a corregirla, a un mes de la fecha, dije ‘no, no puedo mandar esto, es un tema redundante para Página’. Me pareció que para competir tenía que jugar la originalidad. Entonces me entraron las dudas, y un día iba caminando por La Plata y veo en un edificio a un tipo con la soga colgando, limpiando un vidrio, lo cual me pareció una imagen muy triste de lo que llegamos a ser como sociedad, que un tipo esté poniendo en riesgo su vida para que un edificio de mierda se vea brillante y lindo. Me pareció que había algo, ahí. Y después ahondé y me dije que este tipo además vería todo lo que pasa ahí adentro, en cada uno de los pisos. Y algo más, pensé: el tipo estaría viéndose todo el tiempo la cara, con el reflejo ese. Así que debía estar bastante loco. Vi que había una historia. Como me quedaban 25 días de plazo, la escribí medio relámpago. Pedían 150 páginas pero me faltaba, quedó una novela muy corta, o un cuento largo. Cuando la retomé ahora, para publicarla, aunque la historia es básicamente la misma, le di más volumen y enfoqué más en algunas cosas que habían quedado por ahí”. Dice Supera que Guillermo Saccomanno lo ayudó con la lectura y corrección para esta versión. “Si hay alguien a quien admiro en la literatura actual es a este hombre, y justo él fue el jurado que me entregó el premio –señala–. Coincidimos en que a la novela le faltaba pasado, por ejemplo. También desarrollé algunas situaciones de acción dentro de la oficina: en la primera versión había más introspección de él, mucho monólogo de loco”. El fraseo, cierta contundencia, cierta opresión, el párrafo corto, la puntuación: algo de la escritura de Saccomanno late en la de Supera. “Sí, sí –dice–. Trato de desarrollar un estilo propio, pero obviamente estoy influenciado por este hombre. Y siempre me vino a la cabeza la novela El oficinista, pero más allá del escenario, no es parecido. Me di cuenta después, fue inconsciente. Sí veo que me influencia mucho el cine: suelen decirme que mis novelas tienen mucho de cinematográfico, que son muy visuales. Y esto es porque miro mucho cine. Voy tres o cuatro veces por semana, en horarios raros, solo. A veces voy con una botella de vino y descorcho, ahí. En mi novela anterior, Los desiertos, está eso: un tipo solitario que se mete en los cines. El personaje está solo todo el tiempo y a punta de pistola o de cuchillo obliga a la gente a pasar un rato con él”.
La soledad es un tema muy presente en lo que escribe. “Es algo que se me hace recurrente y pesado –dice–. Y todos los días peleo contra eso.” Supera cuenta de un par de novelas terminadas e inéditas: una que transcurre en el 2800, en una sociedad totalmente destruida en la que no existen más que clanes dispersos, protagonizada por un contador de historias peregrino; otra que se centra en un tío que combatió en Malvinas y dos años después apareció muerto en un campo, en circunstancias extrañas, con versiones varias sobre las causas de su muerte. Añade Supera que en esa historia también talla haber viajado a las islas con un grupo de ex combatientes, haberse metido en la trinchera desde la que el hermano de su madre disparaba una ametralladora, y el suicidio reciente de un primo, hijo de este tío, justamente. “Mi familia no sabe que escribí eso, si lee esto va a enterarse por acá –dice–. Siempre digo que empecé a escribir por un silencio que había en mi familia.”
Escribió Limpiavidrios tan rápido y tan febrilmente que, explica, se le escaparon algunos trasfondos de qué estaba haciendo. Y también unos cuantos errores de tipeo: fue lo primero que descubrió, espantado, en una releída que encaró luego de enviarla al concurso. “Cuando escribo lo hago de un modo bastante inconsciente –dice Supera–. Entro en una especie de trance; no me quiero hacer el místico ni nada, pero es como que no pienso mucho. A veces me asombro, porque digo No soy yo esto, no soy este. Es una cosa rara. Al releer me di cuenta de que estaba hablando de los excluidos, de los que la ven de afuera. Todo el tiempo de afuera. Cuando reparten la torta, la están mirando todo el tiempo de afuera. Ese ‘estar afuera’ se puede traducir a muchos ámbitos. Unos son los olvidados y excluidos del sistema y otros los que nos sentimos afuera de todo. Como escritor a veces me siento un poco afuera de todo. Y me alejo yo, un poco. Este estar colgado, esta soga en permanente tensión, creo que es un poco un sentimiento que tenemos todos. Un vértigo que vivimos permanentemente.”
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