Domingo, 25 de octubre de 2015 | Hoy
PABLO RAMOS
Después de seis años se reedita El sueño de los murciélagos, la novela de Pablo Ramos entonces incluida en una colección juvenil y que ahora se integra a la saga de Gabriel Reyes y el territorio del Viaducto de Avellaneda que el autor viene trabajando desde El origen de la tristeza. Un viaje a la infancia suburbana durante la dictadura, lleno de personajes entrañables y aterradores, en el que un grupo de chicos ingresa al cementerio para intentar, mediante un rito, conjurar el Mal y la desdicha que se les viene encima.
Por Angel Berlanga
Un emprendimiento peronista y sagrado: es una definición posible. Corre por cuenta de Rolando, un tipo que cuida tumbas en el cementerio de Avellaneda, el territorio nocturno para el crescendo de terror por el que tendrán que atravesar Gabriel y sus amigos del barrio, un grupo de pibes, en el camino de una misión con promesa de aventura. Puede deducirse que la historia transcurre entre 1978 y 1980 y que el plan de Martínez de Hoz va cumpliendo sus objetivos, porque el taller de bobinados del padre del chico está en riesgo de cierre, y el padre de su amiga, Marisa, anda cerca de perder su colectivo. A escondidas ella escucha una conversación de los adultos: una bruja asegura que el sacrificio de un pichón de murciélago blanco y primogénito sobre la tumba de una persona santa podía “desatar los nudos del universo” y “mejorar las cuestiones de trabajo”. Con probar no se pierde nada, opinó Alejandro, el hermano mayor de Gabriel. Así que ahí fueron.
El sueño de los murciélagos se publicó seis años atrás en el marco de una colección de narrativas juveniles y se reedita ahora en el formato de la serie en la que Pablo Ramos viene publicando en Alfaguara desde 2004. Empezó con El origen de la tristeza, tres relatos largos que entreveran una novela de iniciación que este escritor nacido en 1966, en Avellaneda, relacionaba al momento de la aparición del libro con Capitanes de la arena de Jorge Amado, o con El juguete rabioso de Arlt. Por escenario, personajes y época, El sueño de los murciélagos bien podría ser un eslabón más de aquella novela inicial; de hecho, aquí pone en relación, amplía consecuentemente el universo, de dos relatos que aparecían compartimentados en el vínculo de Gabriel con Rolando, el tomador filosófico que conoce historia y recovecos del cementerio y se dedica a mantener prolijas las tumbas, por un lado; y con los pibes de la barra de El Viaducto de Sarandí, por otro. Eso sí, lo distinto en El sueño es el tono, compuesto por un jugueteo sutil y fabuloso entre lo fantasmagórico aterrador (la casa intimidante de la bruja Sara, los guardianes y aparecidos del cementerio, alguna patrulla nocturna de milicos) y el humor, que viene unas veces en el talante estrafalario y pintoresco de Rolando y su lenguaje, y otras en los tanteos, pifies y desatinos de los pibes del grupo. Es un libro sobre la amistad, la valentía y el miedo, que destila sin solemnidad ni pegoteo, pero con amabilidad, su moral: “La patria del hombre es su moral”, dice el acápite, cita Ramos a su abuelo paterno, que era anarquista y poeta (el padre de Ramos, el del taller, era un dirigente sindical peronista). En El origen de la tristeza, en cambio, la aventura y el humor transcurrían también por climas y escenarios con aristas mucho más duras y filosas, para desembocar en un tiro en la cabeza de uno de los pibes (un personaje que aún está vivo en El sueño).
“En este libro me permití la moraleja final, que me encanta –señaló el escritor en una entrevista, a propósito de El sueño de los murciélagos–. Terminé de sacudir la última pelusa de modernidad y voy a escribir todos los libros con moraleja, que no me los edite nadie”. Decía en otra entrevista: “Yo escribo una literatura súper grandilocuente, soy el escritor más antiguo del mundo, me pueden acusar de anacrónico: me preocupan Dios, el alma, la salvación. De eso escribo”. Y lo hace, casi siempre, a partir de Gabriel Reyes, su alter ego, el protagonista de su obra. “Suscribo a Sartre cuando dice que un escritor dinamita su vida y construye con los escombros su biografía y los ladrillos de su literatura”, dijo cuando publicó La ley de la ferocidad, su novela en carne viva, con Gabriel ante la muerte de su padre y la perspectiva de dos días de velorio. “Está la ferocidad, pero mi personaje también se derrite cuando habla de los hermanos o cuando les cuenta historias a sus sobrinos –matizaba Ramos–. Yo creo que la literatura tiene que arder en preguntas: eso decía Artaud de la vida”.
Justamente, la historia que Gabriel les cuenta a sus hijos y a sus sobrinos en La ley de la ferocidad, a lo largo de dos noches, es la de El sueño de los murciélagos: allí se llama “El cuento de la bruja”. Y es bien interesante el contraste entre cómo narra uno y otro, cierta trastienda de la conciencia del narrador adulto en La ley: “Yo sigo. Les cuento que para poder entrar en el cementerio necesitábamos conseguir la ayuda de Rolando y, sin querer, les hablo de Rolando. Les describo el cementerio, que conozco bien, se los agrando, les cuento de cementerios dentro de cementerios. De la diferencia entre ser rico y ser pobre aún después de la muerte. Sobre todo después de la muerte. Les prometo una aventura, una excursión a la tumba del padre Sebastián, con un murciélago en una jaula. Describo tumbas extrañas, personas extrañas que visitan esas tumbas los domingos. Los ojos de los chicos se abren de par en par. Las palabras me salen fácil y me animo a fabular, a descarriarme”.
Y así, por ejemplo, Ramos toma rasgos de la escritora Paola Kaufmann para componer a la bruja Sara, rubia, enorme, con un gato llamado Edgardo Poe; o hace correr historias sobre una enana que cuida el Cotolengo de Deformes de Don Orione, o la de un obrero en bicicleta que ronda la zona en la que se entierran los niños. El sueño de los murciélagos es un viaje más a la infancia, al tiempo por delante; lo hizo también, de otro modo, en otra novela, En cinco minutos levántate María, en donde quien narra es la madre de su alter ego. Encarnado en distintas voces, siempre vitales e intensas, Ramos retorna a esas coordenadas. El sueño de los murciélagos es, además, un libro que se lee en las escuelas y entonces Ramos puede, a partir de las invitaciones que recibe, charlar con los pibes que lo leen y tienen la edad de Gabriel acerca de aquellas aventuras construidas con estallidos, escombros, descarrilamientos.
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