Domingo, 29 de noviembre de 2015 | Hoy
LUIS CHAVES
Poeta nacido en Costa Rica, Luis Chaves vivió varios años en Argentina y actualmente reside en Berlín. Parte de su experiencia tan centroamericana como porteña se refleja en su incursión narrativa Salvapantallas, una suma de formas breves que incursionan en los temas de la memoria y de una identidad en formación.
Por Mercedes Halfon
Si una cabeza es una computadora –como una cámara de fotos es un ojo o un auto, cien caballos corriendo– el salvapantallas es la imaginación. El momento en que el funcionamiento operativo se detiene y ese complejo aparato empieza a trabajar para adentro, asociando arbitrariamente patrones. Algo de esto debe haber pensado Luis Chaves a la hora de armar esta nouvelle llamada Salvapantallas. Como si quisiera hacer suya la palabra memorias y volverla del revés: hablar de sus fallas, de la arbitrariedad con que un recuerdo menor de la infancia queda grabado a fuego y luego años enteros podrían resumirse en dos palabras. Así es como empieza este libro: con el relato de un atardecer en el que un niño, mientras intenta arrancarse una cascarita de la rodilla, ve pasar a dos elefantes hambreados, secos como pasas de uva, pertenecientes a un circo al que luego su madre dice que ni sueñe con ir.
Salvapantallas es entonces una narración fragmentaria como los recuerdos, astillada, que recorre diferentes períodos de la vida de este enorme poeta costarricense devenido en los últimos años, narrador. Luis Chaves vivió entre 2003 y 2006 en Buenos Aires (se vinculó con los poetas del 90 al punto de convertirse en uno de ellos) y actualmente reside en Berlín con su familia, donde realiza la prestigiosa residencia –en la que participaron entre muchos otros Gombrowicz y Aira– DAAD. Lleva publicados unos cuantos libros de poemas: El anónimo (1996), Los animales que imaginamos (1997) con el que ganó el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, Historias Polaroid (2001). Durante su estadía en Buenos Aires editó Chan Marshall, con el que ganó el Premio de Poesía Fray Luis de León y fue publicado en España por Visor. En 2006 apareció Asfalto. Un Road Poem, en el que comienza a experimentar más intensamente con la prosa. Continúa la saga Monumentos ecuestres (2011) que tiene poemas y prosas. Porque como él dice “creo que nunca me pensé como poeta o como novelista o como cronista. Más bien pienso que quien escribe es escritor. Empecé publicando poesía, eso sí. Y el envión narrativo lo empecé a ejercitar con crónicas periodísticas, si bien ya había empezado a meter unos relatos cortos en las colecciones de poesía. En mi lugar, sobre todo a partir de mi segundo libro, lo que hacía era recibido con comentarios como eso no es poesía, es muy narrativo para ser poesía. En todos lados, sabemos, hay gente diciéndote cómo se tiene que escribir”.
En la misma línea continúa Chaves con Salvapantallas. Un relato dividido por números y algunos títulos que van armando burbujas dentro del continuum del texto. El primero es “Italia 90 (o starfield)” donde se cuenta lo ocurrido a unos chicos de veinte recién estrenados, durante el improbable (casi) éxito futbolístico de Costa Rica durante el mencionado Mundial. En esa jornada (semi) gloriosa, en los festejos por las calles, al narrador le pasa algo parecido: enamorado de Cristina, una rubia que “con su sola existencia y sin percatarse me recuerda brutalmente que soy casi enano, cholo, hijo de la movilidad social y proclive a la obesidad”, termina con la amiga de ella, un personaje secundario y gris, con quien “estaba escrito, nos atañíamos”. En un auto estacionado en las montañas, con las luces de San José titilando frente a sus ojos, ocurre el encuentro sexual narrado con iguales dosis de melancolía y vitalidad.
El segundo relato extenso es “Bárbara y Belkis”, donde el narrador y protagonista cuenta una temporada en Cuba, donde se inicia –dice, burlándose de su modo rimbombante– el camino en la literatura. Aquí también tenemos una historia triste y empática de una conciencia masculina inmersa un ambiente en que las mujeres dominan. Con “El Bolsón de Higgs” nos encontramos con este narrador-protagonista años más tarde y bastante perdido. Poco trabajo, mucha droga y tiempo que se esfuma en un episodio algo más crudo que los anteriores.
Pero en medio de esas burbujas, hay astillas que las pinchan y mezclan todo. Esa es la propuesta de Salvapantallas, según dice Chaves, a través del epígrafe de Lorenzo García Vega que abre el conjunto. “El libro ya no es un organismo unitario, sino que ha explotado en el aire, y lo que nos queda son las astillas, las esquirlas de esa explosión”. Por eso más allá de los mencionados relatos lo que vuelan son las esquirlas, pequeñas estampas que dispersan el sentido hacia lo inesperado: un paseo en la ribera del Paraná donde el protagonista-narrador camina con amigos “más lento que los barcos”; una excursión a la cancha en Buenos Aires y luego una pasada por el bar boliviano del Bajo Flores donde ofrecen “conejo falso”; otra vuelta en una fiesta, donde prueba leche materna del pecho de una amiga.
En este contexto desgajado, memorias de un desmemoriado, Chaves se desmarca de todo intento de autobiografía estricta: “En rigor, todo es ficción. Los recuerdos son una masa maleable que luego vamos acomodando a conveniencia. Claro que uso nombres propios cuando los necesito y que el punto de partida es la familiaridad, en toda la amplitud del término. Creo que para creerme lo que estoy escribiendo. Como muchos, escribo a partir de mis desventajas”.
Algunas frases de Salvapantallas quizás puedan ser reconocidas por los lectores de este autor de otros títulos. Como leitmotiv o estribillos pegadizos, encontramos ciertas presencias en toda su literatura: “En general me pasa que todo empieza en una nebulosa de imágenes, de frases, que voy usando e incluso, repitiendo en diferentes textos. Frases que usé en un poema aparecen tal cual en un texto narrativo. O viceversa. Como piezas de un Lego. Ahora que lo digo, es muy así como trabajo: armando con Legos, encontrando qué une o qué le da forma a esos fragmentos que elijo de entre otros. Como te decía antes, esos fragmentos luego los acomodo. Ni uno recuerda todo de forma cronológica, ni tampoco los escribí en orden”.
El Salvapantallas hace a la mente trabajar hacia adentro, entre la memoria y la imaginación. Un movimiento hipnótico, luminoso, donde también queda atrapado el lector.
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