Domingo, 13 de diciembre de 2015 | Hoy
Una antología recopila los cuentos que se publicaban en la Revista Multicolor de los Sábados del diario Crítica, una ecléctica mezcla de autores y tendencias que seleccionaban Borges y Ulyses Petit de Murat.
Por Federico Reggiani
El paso del siglo XIX al siglo XX fue una época de gloria para la cultura letrada marcada por el encuentro entre la alfabetización masiva, la revolución en la industria gráfica y el uso de la palabra impresa como el modo dominante para la transmisión de saberes y entretenimiento. Crítica, fundado en 1913 por Natalio Botana, fue para la prensa argentina una explosión de modernidad. Se trataba de uno de aquellos medios que ya empezaban a conocerse como “prensa amarilla” desde que una disputa por Yellow Kid, uno de los primeros personajes de historieta, convirtió en “the yellow kid journals” a los diarios de los magnates Hearst y Pulitzer. Como sus modelos, Crítica podía combinar las más escabrosas noticias policiales con la mejor escritura que fuera posible comprar. Fruto de esos cruces, y de un deseo de llegar a públicos muy diversos, fue la Revista Multicolor de los Sábados, que comenzó a entregarse con el diario en 1933. “Nuestra costumbre es innovar”, decía el aviso promocional de la revista, que mostraba a una dama joven, un elegante señor engominado y un niño sonriente. De eso se trató: una revista miscelánea, con cuentos, ensayos, noticias sobre crímenes, viajes y prodigios científicos, reseñas de cine, música y literatura, palabras cruzadas, historietas, curiosidades. Quizás la curiosidad mayor, es que semejante producto haya estado recorrido por las firmas de escritores y artístas plásticos, miembros de una “alta cultura”que no temía las contaminaciones con el periodismo y el escándalo, como Raúl González Tuñón, Néstor Ibarra, Julio César Dabove, González Lanuza, David Alfaro Siqueiros, Xul Solar y, sobre todo, sus directores: Ulyses Petit de Murat y Jorge Luis Borges. Este Cuentos para leer los sábados, que se edita con un prólogo de Alvaro Abós –biógrafo de Botana– es una selección de los cuentos que Borges y Petit de Murat eligieron para el entretenimiento y la sorpresa de aquellos lectores.
Los cuentos publicados por la Revista dan cuenta de intereses diversos y hasta contradictorios. Ofrecen respetabilidad y espectáculo, exotismo y actualidad. Un programa que tiene mucho que ver con el que dirigía la construcción de la obra del propio Borges, que publicó en esas mismas páginas unas mezclas entre reseña bibliográfica, cuento y noticia periodística: el “irresponsable juego de un tímido” que se compilaría en Historia universal de la infamia. El resultado final es una antología agradable, con unos pocos cuentos realmente magníficos –que suelen ser los canónicos: el de Kipling, el de Schwob, el de Onetti, el de Hemingway, por lo que no hay grandes descubrimientos para hacer– y una cantidad de curiosidades entretenidas y un tanto olvidables.
Es cierto que, con honestidad, el prólogo anuncia que los cuentos nos permiten “leer ingenuamente, o sea sabiamente, lo que leyó un lector hace casi cien años”. Pero también es cierto que el atractivo principal es su carácter de reedición. No sólo se recopilan algunos cuentos del pasado, sino que se apela a los prestigios de una mirada: la de Crítica, la de Petit de Murat y, obviamente, la de Borges. Sobre todo porque el papel de los directores no era sólo la selección del material, sino que también oficiaban como redactores, correctores e inclusive liberales editores de los textos.
El carácter creativo de la tarea editorial se muestra especialmente en los títulos de los cuentos, alterados con una lógica que debe más a la espectacularidad del titular periodístico que a la fidelidad de la traducción. Baste, por ejemplo, notar cómo la “vida imaginaria” que Marcel Schwob tituló, austero, “Séptima, incantatrice”, se convierte en “La muerta que escuchó la queja de la hermana enamorada”. Es una pena que la edición no identifique los títulos originales y permita a los lectores entregarse al juego delicioso de las comparaciones. Es que, en la medida en que se apeló al prestigio del soporte original y sus directores, habría sido deseable algo más de información que las escuetas notas biográficas del final, casi siempre desligadas de la relación del autor con la Revista Multicolor. No están los datos de publicación de los cuentos; no hay restos, salvo por lo que puede espiarse en las retiraciones de tapa y contratapa, de la riqueza gráfica de las ilustraciones y el diseño del original.
Las reediciones son apuestas en el presente. Salvo por el estado de la lengua, y para eso sirven las nuevas traducciones, es posible pensar el pasado de la literatura como una fuente tan rica como lo nuevo a la hora de incidir en los debates actuales o, sencillamente, vender algunos libros. ¿Qué parte del pasado nos apela todavía? Esta antología permite recuperar cierta “literatura popular de calidad” y entender su atractivo y sus límites. Son textos suficientemente cercanos, pero aún no transitados por las vanguardias: Borges dijo que Chesterton, uno de los autores de la antología, “se defendió de ser Franz Kafka”. Son cuentos seleccionados en buena medida por su exotismo y sus posibilidades visuales, lo que no es raro en una publicación ilustrada: el cuento de H. G. Wells, por ejemplo, es poco más que un recorrido por una fundición en la noche. Se trata, finalmente, de textos que apuestan sobre todo a una completa legibilidad. Todo se entiende, incluso, o sobre todo, las intenciones con que fueron escritos. En eso se parecen al libro que los alberga.
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