JOSé ARICó
El libro de Martín Cortés rescata la figura de José Aricó como un pensador dúctil que se propuso trazar los puentes entre el marxismo y una región que en principio no le estaba destinada como centro: un socialismo posible para América latina. Y lo hace recreando sus diversos roles, como traductor, editor e intelectual.
› Por Juan Laxagueborde
Marx y el marxismo son dos cosas distintas, así leyeron León Rozitchner, Adorno o Martínez Estrada, entre tantos. Pero la razón por la cual este libro corroe y alimenta a la vez esa contradicción es porque condensa en un personaje como José María Aricó la particularidad de extraer de la lectura afirmativa de Marx una forma de vida que no sea necesariamente el marxismo como condición política pétrea, sino una palabra más cándida y contenedora: el socialismo. El libro parece representar el laboratorio en el que Aricó trabajaba para estrujar y releer toda la tradición socialista, de Gramsci a Althusser, de Mariátegui a Walter Benjamin. Escenógrafo de ese habitáculo que por más de cuarenta años habitó Aricó, Martín Cortés recrea razones, debates, infortunios y malentendidos de su personaje que ahora repensado es un orfebre de intereses no metálicos. Es una lectura entusiasmada por rodear a una tradición política de fantasmas interesantes que refresquen su historia. De alguna manera esa tarea es la que llevó a cabo Aricó y la que Martín Cortés logra apuntalar. Es un libro de invocaciones sobre un personaje de la cultura humanística argentina que se pasó la vida recategorizando, en actitud renovadora, una forma política que se desvanecía ante sus ojos. Aricó tenía una actitud imantante en relación a los temas del socialismo. Todo era posible de ser convertido en hecho social de inspiración revolucionaria mientras se obraba para ello en el acto de leer, traducir, editar o conversar con amigos.
Hay una expresión preciosa que usa Cortés para clasificar el mundo Aricó y es la de “libros inventados”. El inventor de libros lo es porque no busca en la tarea artesanal del editor o el traductor una razón filológica sino que, como también se autodetermina Cortés, trata a los textos del pasado “como trazos de una materia que es convocada desde un presente con necesidades teóricas y políticas”. Cortés no encara una tradición para hacer la tan mentada “Historia de las ideas”, sino que involucra su vitalidad del presente para interpretar con ahínco interventor todo lo que le pasa a la izquierda o al pensamiento social sin más. La diferencia entre la escuela de la Historia de las ideas y trabajos como éste es que la primera no se permite hacer estallar el pasado sino que se atiene a glosarlo con asepsia de empleado de un local de antigüedades temeroso de lo que le diga el jefe. La corriente propositiva de Cortés sabe que leer es también mirar alrededor.
El libro vive una intuición rectora: la de pensar la figura del intelectual como una identidad variada y variable que incluye diversos órdenes de indagación direccionados a insistir con un problema, no con una especialidad. Aricó aquí es intelectual porque superpone vida y lecturas para descifrar “el tipo de marxismo que resultaría productivo en América latina”.
El ensayo tiene dos partes: “Traducción” y “Marxismos”. En la primera se reconoce la imposibilidad de la traducción, pero se celebra la insistencia en ella desde la búsqueda problemática de resolver y tensar a la vez la relación entre conceptos generalmente europeos y la lengua latinoamericana como expresión sentida de una realidad singular. Se acerca aquí a la idea de “tensiones creativas” entre sociedad y estado, entre nación y mundo, con la que Alvaro García Linera sostiene su teoría política influenciada por las lecturas de Aricó pero disidente en varios aspectos de su obra, como bien lo examina el libro. Sumado esto a que las traducciones son para el cordobés una manera de transformación de sí, un proceso creativo de dinámica teórica constante, más allá de la relevancia militante y la importancia como bien libresco de divulgación que tuvieron, por ejemplo, los casi cien Cuadernos de Pasado y Presente. El conjunto de énfasis que Cortés hace de la centralidad de la traducción en la obra de Aricó está referido a pensar “la imposibilidad de una equivalencia literal” de las lenguas en relación al marxismo y en ese riesgo sostener que Latinoamérica no puede transportar partes teóricas así nomás sino resaltar sus propios dilemas, sus propias tragedias y sus propias lecturas meditadas de lo marxista en autonomía.
En la segunda se encuentran los brillos del proyecto socialista que Aricó se propone rescatar de la teleología recontra discutida y pensar entonaciones críticas capaces de abrazar al socialismo más allá de lo que significó el propio socialismo real. Estas operaciones, fundamentales para pensar, por ejemplo, la experiencia alfonsinista arrojada a la idea de la Democracia como sutura colectiva, se juegan en la recreación de la palabra nación en tanto mitología común territorial que quiebra y vuelve particular todo universalismo o determinismo. La nación aparece en el trabajo de Cortés como una especie de “unidad de análisis” desde donde criticar palabras como “absoluto”, “ciencia”, “antropocentrismo”, “Historia” y desde donde reclamar atención al misterio de las cosas, a la indeterminación mitopoética de lo común. Es aquí, en estos diagnósticos cargados de un pensamiento de las “estructuras en ebullición”, donde Aricó asoma como dialogando con su amigo Oscar del Barco, que no por casualidad bautizó de ese modo que encomiamos el método de su compañero. Es en definitiva el carácter inacabado de todo conflicto, la pena de enredar toda lectura en lo inconmensurable y caótico de las cosas de la vida, lo que el libro en parte viene a afirmar de Aricó. Lo define mejor Cortés: “La nación inconclusa, que se pregunta por su destino, parece caracterizar el drama latinoamericano, enlazado con el problema de la asincronía. En última instancia, ese carácter trunco de la nación no es sino un efecto más de una relación entre el Estado y la sociedad civil que escapa a generalizaciones abstractas”.
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