Domingo, 17 de enero de 2016 | Hoy
REGINA DALCASTAGNé
En un estudio que además de abordar la nueva narrativa de Brasil, revela datos estadísticos duros sobre escritores, editoriales y personajes, la crítica Regina Dalcastagné pone en relación la conflictiva situación de la literatura en un país marcado, aun en contra de la buena voluntad de sus artistas, por la segregación social.
Por Luciana De Mello
A veces sucede. La crítica literaria académica rompe esa camisa de fuerza que es la lectura inmanente de un texto y se lanza a visibilizar las condiciones históricas de su funcionamiento, las tensiones entre los diferentes actores, el campo de batalla que resulta de la elección de lo que se publica, de los modos de representación con los que trabaja un texto, de lo que se dice y lo que se calla en el cuerpo de lo literario. A veces sucede también que la crítica redobla aún más la apuesta y no sólo usa una sintaxis atractiva, incluyendo a un público más amplio que el de la comunidad académica, sino que también elige correr el riesgo de ponerse a analizar lo que se está escribiendo hoy en la narrativa contemporánea. El riesgo es por partida doble: por un lado, está la falta de herramientas “nuevas” con las que leer lo que surge en este presente del quehacer literario, por lo que es necesario crearlas y/o replantearse un nuevo enfoque de las ya legitimadas posturas teóricas. En general, llama la atención que para fundamentar y legitimar la lectura crítica de lo que muchas veces se da en llamar la nueva narrativa, las grandes lentes a las que se recurre una y otra vez —salvo algunas excepciones— sean nombres de los totems del siglo pasado, como si las actuales formulaciones teóricas de la crítica no tuvieran su propio o suficiente peso. Por otro lado, está el riesgo mucho menos teórico y más terrenal de enfrentarse a la sensibilidad de autores, de críticos y hasta de editores cuando lo que se analiza en los textos actuales pone en evidencia que el “negar la relación entre la expresión artística juzgada como legítima, por un lado, y la legitimación de formas de dominación social, por el otro, impide que se ponga en cuestión quién distribuye el derecho a la expresión artística” como se afirma en Representación y resistencia en la literatura brasilera contemporánea.
Regina Dalcastagné es doctora en Teoría Literaria en la Unicamp, profesora titular de literatura brasilera de la Universidad de Brasilia, donde coordina el Grupo de Estudios en Literatura Brasilera Contemporánea. Fue a partir de ese núcleo que surgió el libro que antecede a este y que no está publicado aun en nuestra lengua: Literatura brasileira contemporânea: um território contestado. (2012) Representación y resistencia tiene la particularidad de haber sido publicado primero en castellano, gracias al empeño de divulgación de Lucía Tenina sobre este tipo de investigaciones, a su vez traductora del libro junto a Adrián Dubinsky. Los primeros trabajos de Dalcastagne provocaron revuelo en distintos medios del ámbito literario al demostrar, por medio de un relevamiento de datos cuantitativos y estadísticos, que la literatura brasilera contemporánea es un espacio poco plural, dominado por hombres blancos de clase media que escriben sobre las problemáticas de la vida en las megalópolis en las que habitan. Para barrer cualquier duda o ejemplo que exceptúe la regla, se relevaron los datos de más de setecientas obras a lo largo de 15 años de estudio sobre la materia. Estos son solo algunos de los números irrefutables: las novelas publicadas en grandes editoriales entre la década de 1990 y 2014, incluyendo 549 obras y 304 autores diferentes: el 60% de los escritores son hombres, el 96 son blancos son blancos. Los personajes no son diferentes: 60 por ciento hombres, 79 por ciento blancos, 80 por ciento pertenecen a los sectores económicamente privilegiados.
A lo largo del trabajo, Dalcastagné se encarga una y otra vez de resaltar que la crítica a este alto nivel de exclusión no radica en las opciones narrativas o estilísticas de tal o cual autor sino en el conjunto del campo literario abierto a las producciones de determinados orígenes, que apunta a un público restringido y valorizando solo determinadas tradiciones creativas. Reflejo de la situación de segregación social que vive Brasil, el movimiento literario de las periferias que se viene expandiendo ya hace varios años, encuentra sus canales de comunicación no solo a través del papel sino también de los saraus, de la música y del ciber espacio. En este sentido, la autora problematiza la definición de lo literario como elemento de exclusión: la producción de estos escritores que van por fuera de la elite aparecen como testimonios o documentos sociológicos, no como literatura: “Esta preocupación por la diversidad de voces no es un mero eco de modismos académicos sino algo con importancia política. En primer lugar, la representación artística repercute en el debate público. En segundo lugar, la injusticia social posee dos facetas (aunque estrechamente ligadas) una económica y otra cultural. Esto significa que la lucha contra la injusticia incluye tanto la reivindicación por la distribución de la riqueza como por el reconocimiento de las múltiples expresiones culturales de los grupos subalternos”.
Ahora bien, ¿qué sucede con el problema de la representatividad dentro del texto literario? ¿Cómo se está representando a ese otro silenciado? A lo largo de Representación y resistencia, se analizan las construcciones de los narradores y de los personajes en la nueva narrativa, observando que la mayoría de los autores contemporáneos buscan borrar las distancias sociales identificándose con el objeto popular, utilizando para ello la primera persona como recurso para confundir autor y personaje. Sin embargo, estos narradores en primera persona —más allá de caer en casi todos los estereotipos de lo marginal— están irremediablemente necesitando explicar su situación desde el principio del relato, legitimando su capacidad de poder narrar una experiencia: Tengo secundario completo, sé leer, escribir y sacar una raíz cuadrada dice uno de los personajes de Rubem Fonseca en Feliz año nuevo, “Por lo tanto, la distinción social se mantiene, sí, entre autor y narrador” apunta Dalcastagné, y agrega: “el problema de la representatividad, por lo tanto, no se resume a la honestidad en la búsqueda por la mirada del otro o en el respeto por sus peculiaridades. Lo que está en cuestión es la diversidad de percepciones del mundo, que depende del acceso a la voz y no es suplida por la buena voluntad de aquellos que monopolizan los lugares del habla”.
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