Domingo, 17 de enero de 2016 | Hoy
JOHN WILLIAM COOKE
Centrado en la labor parlamentaria de John William Cooke, El peronismo republicano de Cristian Gaude despliega una notable revisión de conceptos y antinomias congeladas en la historia. Un rastreo del republicanismo, el rol del Estado y la libertad desemboca en un análisis más que actual en el enfrentamiento entre representaciones minoritarias y populares, y lo hace con rigor y sin prejuicios.
Por Eduardo Rinesi
Cristian Gaude ha escrito un notable libro sobre la libertad y sobre la república, sobre los tipos de libertad y los tipos de república, que trastrueca el sentido común de nuestras ciencias sociales en torno al lugar en el que habría que situar en esta discusión al peronismo a partir del examen de la labor parlamentaria de uno de los políticos argentinos más notables del siglo pasado: John William Cooke. Es pues un libro sobre Cooke, un libro sobre el peronismo y un libro de teoría del Estado, del gobierno y de la libertad. Que si por un lado inscribe su materia en el corazón de los debates abiertos por las obras de autores como John Pocock, Quentin Skinner y Philip Pettit, por el otro no deja de iluminar nuestras propias discusiones. Porque es en relación con estas discusiones, con el modo en el que hoy suelen presentarse como opuestos, en muchos de los ámbitos donde se consideran entre nosotros estos temas, los principios y valores del (siempre acreditado) republicanismo y los de la (siempre sospechosa) democracia popular, que esta discusión que propone Gaude cobra todo su interés.
No es que las ideas que propone Gaude sean nuevas: muchas de ellas nos las había enseñado el viejo Maquiavelo, al que Gaude vuelve una y otra vez. Pero si Gaude vuelve a Maquiavelo es porque hay que volver a decir, frente a los modos en que hoy se plantean estos temas, algunas de esas cosas fundamentales con las que Maquiavelo conmovió al mundo de las ideas políticas de su tiempo. Por ejemplo, que el conflicto no es algo malo que les pasa a las sociedades desorganizadas o cuyos gobernantes tienen mal carácter, sino algo inevitable desde que existen grupos diferentes, y por lo tanto humores e intereses contrapuestos, y además algo muy bueno (como indica Maquiavelo en sus célebres Discursos), porque es la causa de que las sociedades produzcan mejores instituciones y mejores leyes. La idea de que una república virtuosa excluye los tumultos y reclama la serenidad de los espíritus, parte de la injustificada identificación de la noción de república con un cierto modelo de república, el de la aristocrática república veneciana, por oposición a otro, el de las tumultuosas repúblicas romana y florentina. Más interesante es permanecer fieles a Maquiavelo en la posibilidad de distinguir esos dos modelos diferentes. Es lo que hace Gaude.
A quien lo que le interesa no son por supuesto los distintos tipos de república en la Italia de la Antigüedad ni en la del Renacimiento, sino los que pueden ponerse en discusión en el siglo al que corresponde, en la Argentina, la experiencia del peronismo clásico y la labor parlamentaria de Cooke. Y digo “poner en discusión”, porque las dos formas de república que Gaude contrapone no son sólo formas de disposición de las instituciones, sino también modelos teóricos enfrentados. A una de ellas Gaude la llama, como lo hacía Maquiavelo, popular. A la otra, en cambio, no la llama “aristocrática” sino liberal, porque el interés de Gaude no es volver sobre el tema clásico de quiénes y cuántos y cómo ejercen el poder en cada tipo de gobierno, sino preguntarse cómo se articulan, en el campo de las ideas teórico-políticas del siglo de la sociedad de masas, aquellos viejos principios antimayoritaristas, que en los últimos doscientos años recibieron amplia hospitalidad en el seno del mundo del liberalismo político, que fue antijacobino en la vieja Europa del siglo XIX, y antipopulista en la joven América Latina del siguiente.
Ese liberalismo político, que en su enlace con los principios del republicanismo clásico configuró el “republicanismo liberal” que Gaude nos presenta, acuñó una idea de la libertad y una idea del Estado: una idea de la libertad como un atributo negativo de los individuos, que tienen que poder ser libres de las interferencias que los amenazan, y una idea del Estado como la primera y más peligrosa de esas amenazas. Frente a esas ideas, Gaude nos muestra cómo el republicanismo popular de Cooke sostiene otra idea de la libertad y otra idea del Estado: una idea de la libertad no como un atributo negativo de los individuos frente al Estado, sino como un atributo positivo del pueblo que encuentra en ese Estado su encarnación políticoinstitucional y una idea del Estado como el instrumento con el que luchar contra la dominación que otros buscan imponerle. Con el importante corolario de que el Estado, si es un estado republicano popular regido por un gobierno democrático que exprese los intereses de su pueblo, no sólo no es una amenaza para la libertad, sino que constituye su misma condición de posibilidad.
Lo habían sabido Aristóteles y Cicerón y Hegel: no somos libres contra el Estado ni en la vereda de enfrente del Estado, sino en el Estado y gracias a él. “En la esclavitud de las leyes”, como enseñó siempre la tradición republicana. Que no deja de experimentar todo tipo de inflexiones cuando se entronca con otras tradiciones que también han tenido un fuerte peso en la fragua del gran pensamiento democrático argentino. Gaude muestra una gran sensibilidad al pensar el fenómeno del caudillismo, por ejemplo, no como una perversión histórica ni como la señal de quién sabe qué pulsión popular más o menos ancestral, sino como la forma específica en la que se materializan, en las precisas circunstancias de nuestra historia, los principios y los valores del republicanismo popular. Que no es un sistema de reglas obligado a seguir quién sabe qué patrón obligatorio para no ser mandado a marzo por ningún tribunal defensor del sentido verdadero de la historia universal, sino uno que se va recreando cada vez que un pueblo vuelve a optar por no ser dominado por las minorías de su propio país ni por los poderes imperiales del planeta.
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