Dom 14.02.2016
libros

FUERA DE LA LEY

LA LEY Y EL DESORDEN

Por detrás de los autores precursores y también los grandes nombres como los de Borges y Bioy, asociados al género, Fuera de la ley recopila textos de autores populares y olvidados de las primeras décadas del siglo veinte.

› Por Andrés Tejada Gómez

A mediados del siglo XIX se constituyó el umbral inicial del género policial; más tarde comenzó a solidificarse su esquema formal, a través de variopintos matices. Su estructura básica fue mutando por desplazamientos que repercutieron en su identidad. A su vez, y con el tiempo sus fronteras se expandieron hasta inmiscuirse dentro de la lógica del entretenimiento masivo. Cada red discursiva que se propuso instalar hipótesis certeras, no cesó de arrojar su flecha interpretativa augurando la clausura de su dimensión. En el presente, reflexionar sobre el género supone entrar a dialogar con un más allá de la literatura: películas, series, crónicas, noticieros desgarran su gramática formal y sus normas.

El género ostenta la potencia de una sofisticada sensibilidad de lectura sobre conflictos, enigmas, complots, engaños y demás bandolerismos. El género policial subraya la figura de relato ficcional donde el crimen, el delito y las conjeturas confeccionan tramas-trampas que con una dinámica lúdica pretende forjar, a través de una secuencia de razonamientos lógicos una resolución taxativa. Todavía hay tela para cortar y sugerir si nos hemos estancado en una extraña dimensión de lectura a partir de protocolos añejos, o nos topamos ante la inminencia de juzgar al género como un artefacto ralentizado por la hegemonía de los medios de comunicación masivos. Las afirmaciones tajantes son ilusiones académicas. Lo cierto es que el género policial, como cualquier discurso de orden literario, supone una huella de precursores que, de tanto en tanto, volvemos a escudriñar anhelando proyectar nuevos marcos de lectura. Sabemos que la historia es un combate de múltiples perspectivas y el policial no se mantiene al margen de la disputa.

Sin duda los autores argentinos remiten a una tradición anglonorteamericana. Los modelos se van renovando con el paso de los años (de Poe a Chandler pasando por Conan Doyle, Chesterton, Wallace o Ellery Queen) hasta alcanzar su propia envergadura. En la tradición nacional que nos interpela, la narrativa policial ilumina a autores como Holmberg, Castellani, Lostal, Walsh, Bioy Casares y el ineludible Borges. Son los narradores que se han mantenido vinculados sin contaminar en exceso las normas del género. Pero una voluminosa e invisible lista de autores del género han sido olvidados. Esta antología viene a reparar el traspié: Alberto Dellepiane, Enrique Richard Lavalle, Víctor Juan Guillot, Ignacia Micaló son rescatados del ostracismo.

Fuera de la ley es la reciente antología elaborada por Román Setton, autor del conciso y claro prólogo que contextualiza el período histórico-social y las estéticas dominantes entre 1910/40, de donde se han seleccionado los cuentos policiales. El “rescate” pulula con el gratificante mérito de ser exhaustivo, lúcido, y exponer problemáticas en la constitución del género que aún vibran como una piedra arrojada al centro de un lago en reposo. Los aciertos conceptuales consisten en mencionar, como novedad del período, la proliferación ascendente de revistas, folletines y semanarios que publicaban textos policiales. ¿La razón de ese auge? Una incipiente masa de lectores de capas sociales que no pertenecían a la élite letrada, y que invocaban al género como medio de dispersión. Las capas medias comienzan a participar de manera activa en el mercado literario. Por eso el requerimiento de material narrativo se puede satisfacer a través del cambio de posición y función de los escritores. La impronta en la profesionalización de los escritores es un dato clave al analizar el período. El ejemplar prólogo de Setton resulta relevante por una constelación de aciertos: las correctas categorías de análisis, la información relevante brindada al lector, la claridad en su exposición y la contextualización ceñida a la generosidad didáctica. Su prólogo ostenta el agradable atributo de estar a la altura de un clásico estudio como el que forjaron Jorge Lafforgue y Jorge B. Rivera, Asesinos de papel.

Un autor desplazado al olvido refucila según la astuta observación crítica de Settón como un escritor al que deberíamos prestarle mayor atención ya que fue “uno de los narradores más prolíficos de cuentos policiales de la época, el humorista gráfico Julián J. Bernat, quien publica, durante al menos quince años, las más diversas contribuciones pertenecientes a la narrativa policial en diferentes revistas”. Deberíamos tenerlo en cuenta. Así como festejar la inclusión del texto de Lila Caimari, reconocida por sus investigaciones en el género.

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