Domingo, 21 de febrero de 2016 | Hoy
Rebautizado bajo seudónimo, con prontuario en vez de catálogo y eludiendo la previsible biografía barrial y carcelaria para reemplazarlas por un abanico nada despreciable de lecturas, wk o Waikiki entrega en 79 un poemario con una voz que conversa y polemiza con las instituciones de la prisión y de la literatura.
Por Luciana De Mello
En el gesto afirmativo de rebautizar lo que ya tenía nombre, se pone en evidencia el enorme peso del valor simbólico del nombre por encima del problema de la autenticidad. Lo auténtico, en tanto legítimo, en tanto costado de las cosas que habitan en lo real, no hace sino coartar las posibilidades de la invención, las posibilidades de encontrar nuevos sentidos. Más aún si hablamos de lirismo: “Este libro de 79 poesías se llama El ladrón que escribe poesías. Lo escribió un tal wk (Waikiki), nacido en Fuerte Apache, en septiembre de 1981, el año más violento de New York, pero él nació en la Argentina un año antes de la guerra por Malvinas, de lo que no recuerda nada”. Renombrar el poemario, renombrarse a sí mismo en un prólogo –al que ahora llama prontuario– es una forma de presentarse definiéndose en el cruce de los ejes más urgentes que darán forma a sus poemas: el barrio, las lecturas y la cárcel. Incomodando desde el principio, con una firma que se anuda en la garganta por lo imposible de su sonido, wk firma –y se afirma– también con las consonantes de lo plural que lo definen: PVC –aunque no se explique en el prontuario– es la sigla de Pensadores Villeros Contemporáneos, un movimiento artístico y cultural surgido en la cárcel de Devoto y del que forman parte músicos, escritores, artistas plásticos y actores tanto detenidos como liberados. Las calles del barrio, la secundaria interrumpida, las fechorías que lo llevan primero al hospital y luego a los buzones, donde leerá su primer libro, son el punto de partida para entrar al listado recortado de las lecturas que de ahí en más determinarán su nombre, sus imágenes, su yo lírico. Porque este poeta que leyó a Poe, a Rimbaud, a Baudelaire, a Cancerbero, que estudió Derecho, Administración y Letras en el Centro Universitario de la Cárcel de Devoto, pide perdón por no hablar de poesía en el prólogo, y en vez ponerse a detallar de dónde viene, cuántas balas lo atravesaron, qué libros lo hicieron, como si eso, acaso, no fuera también poesía. Pero wk lo sabe, y por eso firma el prontuario como El ladrón que escribe poesía, revelando así su falta de inocencia frente a la literatura como el espacio por excelencia del robo original y necesario.
En su aguafuerte La inutilidad de los libros, Roberto Arlt le contesta a un supuesto lector que le pide la recomendación de libros capaces de formarle un concepto amplio y cabal de la existencia: “Lo más que puede encontrarse en un libro es la verdad del autor, no la verdad de todos los hombres. Y esa verdad es relativa... esa verdad es tan chiquita... que es necesario leer muchos libros para aprender a despreciarlos”.
Esta frase de Arlt ilumina la construcción de la voz poética de wk cuando en el primer epígrafe del libro alerta sobre el material de lecturas del que está hecho: “La vida es real/ la literatura es personal”. Así, cada poema comenzará con un epígrafe que funcionaría –en primera instancia– como cita de autoridad, pero cuya firma luego se irá desautorizando y poniendo en duda hasta el ridículo. De esta manera, la poesía de 79 tiene el pulso de la oscilación entre la (vana) gloria de la posesión de un corpus de lecturas tan vasto como caprichoso, y al mismo tiempo el desprecio hacia la categoría y figura de autor, de lector, siendo acaso posible pensar este libro como una lectura del desprecio en el sentido más literal de la palabra, des-preciando la lógica del mercado, de la propiedad: “La luz es percibida/ solo por quien la puede comprar”. Wk ha leído lo suficiente como para poder despreciar la lectura, hacérsela parte de su prontuario, distribuir la autoría como más le plazca. No se es inocente al leer, no se es inocente al vivir y en cada afirmación él escribe un manifiesto: “este narrador (que odia al escritor wk) (y que también odia al portador de dicho apodo) no es más que un ser detestable (que lucha por salirse del envase) y quiere dejar en claro sus virtudes negativas”. Este narrador, que es también yo poético, salta cuando quiere del prontuario al verso y está desesperado de palabras en busca de esa verdad “tan chiquita”: “Me he preguntado por la verdad,/ y la encontré en un sillón sentada con un sueldo.... / Me hablaba de Marx, mientras se prendía un habano./ Me hablaba de Bakunin, con traje de Armani.../ Y todos eran la verdad, todos eran la verdad...”.
En este primer libro de poemas, wk asume la construcción de la propia voz estableciendo una lúcida discusión con lo que la sociedad y el sistema carcelario han intentado hacer de ella. Esa voz silenciada o bien versada por otros que la visitan, la entrevistan y la cuentan, pone en jaque a la norma culta haciéndola estallar desde una periferia que hoy escribe en el encierro.
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