Domingo, 28 de febrero de 2016 | Hoy
ELENA ANNíBALI
Con sus primeras publicaciones en sellos cordobeses independientes, Elena Anníbali da a conocer La casa de la niebla, un poemario de sorprendente crudeza y con un tono que remite a Héctor Viel Témperley.
Por Mercedes Halfon
“No hay fuerza para decir las cosas de la vida” escribe Elena Anníbali en uno de los primeros poemas de La casa de la niebla, pero se podría invertir esta afirmación para explicar este libro. Hay una enorme fuerza en la voz de esta poeta cordobesa que irrumpió en la escena poética del último año. Aunque claro, no se trata de una irrupción sino de una continuidad. Anníbali nació en Oncativo, en 1978 y lleva publicados Las madres remotas (2007, Cartografías de Rio Cuarto), Tabaco mariposa (2009, Caballo negro), ambos en editoriales cordobesas de tiradas pequeñas. Con la edición de su último volumen por Ediciones del Dock, más la presencia de la autora en el encuentro organizado por La Red Federal de Poesía en el C. C. Kirchner el año pasado, estos poemas empezaron a sonar de forma más amplia, a circular y recomendarse.
Los primeros poemas –serie que da título al libro– nos enfrentan con una exploración de los sentidos de la muerte, una especie de reclamo a las alturas desde un paisaje muy particular, el del campo cordobés. “Señor, vos le diste a mi hermano un ford falcon rojo/ para llegar a la casa de la niebla/ y después qué/ le dijiste?/ ¿le explicaste que el camino estaba cortado?/ ¿que el motor estaba roto?/ ¿que estaba todo roto?/ ¿que no había vuelta?”. Ese dolor inexplicable inunda la voz, se expande y vuelve el territorio de su poesía. Allí la muerte es padecida y también perpetrada. Matar y morir se suceden en el campo, dos o tres sirirís caen en pleno vuelo, algo infecta el agua que hay para beber, los árboles se secan. El tono místico, como de plegaria, recuerda a ese otro lírico hermoso, Héctor Viel Temperley. La indagación de la muerte vuelve a la poeta en alguien entre dos mundos, no casualmente aparece la figura de Lázaro, un dormido/muerto. Sin embargo, a diferencia del relato bíblico, en estos poemas: “No hubo milagro, o ya se produjo/ y es esta suave penumbra/ este tremendo paraíso”.
A esta primer serie le sigue La zona donde el tono lúgubre se mantiene, pero cambia la forma, se disgrega en poemas individuales que plantan un espacio puntual: el páramo, el río, los corrales, la escalera. En cada uno ocurre una escena diferente donde se percibe un clima fantástico, de oscuras leyendas. En ese sentido funciona la aparición reiterada de la loba, como un arquetipo con el que la poeta se identifica, y la así, en italiano, paura: una ominosa sensación que se difumina por las páginas, como la niebla del título. Sangre, huesos, astillas, cadáveres, diablos, aparecen en un imperio nocturno y triste que parece retomar una línea abandonada hacía años por Pizarnik. El libro se cierra con el apartado Otros poemas, que entrega otras escenas, otras aristas de este universo: liebres a punto de ser cazadas, oficinas de la ciudad que parecen castillos donde resuenan grandes voces, cantos de ultratumba, su tremenda soledad.
En un entramado muy sutil, Anníbali mezcla lenguajes. Va de momentos decididamente literarios, líricos, con fulgores de diversa imaginería antigua, a otros donde ciertos coloquialismos o detalles rurales, hacen pensar en venenos y violencias que asesinan en esta época. Sin mencionarlo explícitamente (aunque sí lo hace en entrevistas), está hablando de la decadencia actual del campo argentino, de las tierras arrasadas por la soja, de las consecuencias del glifosato.
Sus poemas construyen imágenes violentas, brillantes, cargadas de simbolismo y espiritualidad. A veces sus paisajes simbólicos y místicos se asemejan a cuadros de William Blake (“Todos los colores tienden/ hacia la noche/ donde todos los rostros son idénticos/ donde las manos tejen/ cosas de las que no se habla.)” Pero más que una búsqueda de generar imágenes perturbadoras, esta poeta parece estar haciéndose preguntas difíciles y cuánta menos respuesta obtiene, más inspirada está, cava más y más hondo.
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