Domingo, 3 de abril de 2016 | Hoy
CLARA MUSCHIETTI
En Podría llevar cierto tiempo, su tercer libro de poesía, que también incluye momentos narrativos, Clara Muschietti aborda lo familiar y lo va distorsionando con sucesivas capas de extrañeza.
Por Mercedes Halfon
El tercer libro de poesía de Clara Muschietti se inicia con el llanto de un animal. La escena es doméstica: la poeta está en su casa trabajando en la computadora, pero este quejido canino irrumpe, se filtra por las paredes y se instala de tal modo que lo que iba a ser una tranquila tarde laboral se convierte por azar en un suplicio absurdo y personalizado. Esta es la clase de cosas que hace Muschietti con su poesía. Partir de una base reconocible, un entorno familiar, pero luego superponer finas capas de sentido hasta que esa escena se torna de un color extraño. Con pulso de cirujana va cargando las tintas, o borrando los conectores habituales, hasta lograr una conmoción que nace de su perplejidad ante el mundo.
Muschietti es fotógrafa y poeta. Sus libros anteriores fueron La campeona de nado, ganador de la convocatoria anual de la editorial Irojo (2007) y Karateka (2009, El fin de la noche). Podría llevar cierto tiempo presenta como novedad un conjunto de textos más variados formalmente. La poeta va del poema extenso a la prosa breve e incluso al epigrama, en un tenue y tenso hilo por el que camina sin jamás perder el equilibrio. A veces el resultado es una tragedia cotidiana arbitraria: “La casa en obra. El baño y la cocina sin artefactos. Sin pisos. Dos agujeros grises. Hay personas que no nacimos para ver el proceso de las cosas”. Otras es un accidente ridículo: “Veníamos de una comunión, nosotros que nunca creímos en nada. (...) Tres caballos se liberaron del hipódromo. Uno nos esquivó, pero el segundo caballo nos pasó por encima”. A veces una observación objetiva pero que revela un sinsentido a otro nivel: “Son las tres de la tarde, hay sol y es la hora en la que tiene más fuerza. Hacés una mueca; sabés que no te va a alcanzar”.
El libro está dividido en tres partes –antecedidas por el llanto del animal que extiende su influjo agónico por el resto de los poemas–. La primera sección, “Tendría que haber otra naturaleza”, está integrado por poemas y textos brevísimos que recalan en vínculos familiares y amorosos que muestran signos de deterioro: malentendidos, tristeza, casas que se demuelen, radical incomprensión entre la poeta que habla y lo que la rodea. El segundo apartado, “Tendría que haber otra naturaleza en nosotros”, está integrado fundamentalmente por prosas, y si bien el tono de dramatismo leve continúa, la reflexión se vuelve más introspectiva y extraña. En la última sección llamada “Ella dijo que yo estaba y que mi ropa tenía una estampa”, esta tendencia se profundiza. Muschietti se permite una libertad formal y temática mayor, que se vuelve impredecible. El perfume poético se mantiene pero avanza hacia una narrativa que se construye entre un presente gris y borrosos recuerdos de infancia: “Yo le dije que gritó tan fuerte que despertó a todos. Ella se rió porque no se acuerda. Le comenté del miedo que me produjo. Ella dice que quizás lo soñé”; acontecimientos que se escriben sin certezas, desde la inquietud “El abuelo cayendo muerto en una cancha de paddle. Yo no estaba. Hacía bastante que no lo veía. En mi cabeza construí la imagen”; pensamientos tristes pero embebidos en un humor extraño, pasado de rosca: “La especie humana no es mi favorita, pero estoy encariñada”.
Los textos de Muschietti, atrapados en su biografía, despliegan una voz desencantada, con una tristeza tan profunda y remota que le permite detectar ciertos destellos, fragmentos incongruentes o insólitos, que es lo mejor que un poeta puede hacer con la realidad: caballos fracturados que reposan en el campo porque saben que no hay nada que puedan hacer ya, diminutos animales domésticos que muestran los dientes, niños que dejan de llorar cuando se los pone frente a la televisión. “Ah, es que perdí/el velo con el que ves/ el mundo en una versión admisible /ah, es que es imposible asimilar /tantos datos sobre la realidad/ Ah, es que me pesa el cuerpo porque no puedo/ terminar de creer en lo invisible”.
En la belleza de esa desconfianza radica la fuerza de estos poemas.
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