CECILIA SZPERLING
En La máquina de proyectar sueños, una original novela que su autora define como una “fábula autobiográfica”, Cecilia Szperling traza la historia de una chica insomne que de noche en noche, de juego en juego y entre fantasías y cuentos aterradores va descubriendo el mundo de los adultos, lleva a cabo su propia iniciación a la vida hasta desembocar en la literatura y sus sueños de papel.
› Por Mercedes Halfon
La nueva novela de Cecilia Szperling, La máquina de proyectar sueños, tiene en la tapa una de las clásicas ilustraciones de Flavia Da Rin de chicas ondulantes y juguetonas como ninfas, cuyo rasgo principal es el tamaño de sus ojos: ¿será el fruto de largas noches de insomnio, del exceso de llanto, de una curiosidad superlativa o simplemente la amplificación de una interioridad que se revela deforme? Algo de todo esto tiene la heroína de la novela, que es el relato de una niña solitaria que se convierte en muchacha, transitando el ámbito singular y cargado de su familia, la anomia horizontal de la escuela, para alcanzar luego aquellos vínculos que inventa a su medida. La historia va mostrándonos esos espacios como si la protagonista emitiera una luz teatral con un alcance mediano: vemos solo algunas facetas de sus padres, esmerilados perfiles de sus hermanas, sus mejores amigas, sus diferentes amigovios. Pero, sobre todo, vemos el espacio que media entre ella y ellos, un espacio que es ficcionalizado, texturado, iluminado con distintos haces de color.
La novela se autodefine como una “fábula autobiográfica”. ¿Cómo interpretar semejante contradicción? En principio como una desmarca respecto de las escrituras documentales, o del yo, de las que Cecilia también es propulsora y parte (no olvidemos que es la animadora del ciclo de lecturas en primera persona Confesionario, que luego se volcó en dos volúmenes de relatos autobiográficos editados por el C.C. Rojas). Si bien tenemos el relato retrospectivo de iniciación de una niña, con una serie de marcas que la señalan como autora y narradora vivencial, la novela se despliega en horizontes más amplios, no regidos por el documento ni el rigor a la verdad. Cecilia Szperling dice al respecto: “La fábula es la poética del personaje. De todos los posibles ‘yoes’ que contengo, hubo uno que se presentó, como en una sesión de espiritismo, y a ese no le puse límites. Dejé que remontara su poética y el tiempo fue dejando caer textos que me gustaban mucho pero que no pertenecían ciento por ciento a esa poética. De algún modo mi yo, no deja de ser un personaje de fábula”. Es así como este personaje narra en primera persona sus vivencias, sus aventuras intensas y lo hace además en presente. Es este punto de vista lo que da a su vez a la novela una dimensión fabulosa: ¿acaso no son los niños los mejores relatores de historias, los mejores fabuladores? Gran parte de la frescura y extrañeza de este relato radica en ese presente infantil y todo lo que permite.
El primer capítulo de la novela, “Las noches”, nos presenta a una niña insomne, que ve cómo cada una de sus hermanas cae frita y se lanza a recorrer su bella casa en penumbras, descubriendo misterios, enfrentando fantasmas, observando fascinada el rostro de sus padres cuando están entregados a eso que ella no logra hacer: dormir. Es así como entramos a la novela, por esa puerta trasera que es la noche, la noche en vela de una niña que se detiene en cosas raras, deja volar su imaginación, sufriendo y gozando su propia y solitaria adrenalina. A ese capítulo le sigue “El jardín”, donde el delicado clima de ensueño se vuelca sobre el espacio abierto del fondo de la casa, donde ella observa esta vez plantas y flores exóticas que perviven sin demasiado cuidado. Los siguientes capítulos avanzan en la vida de la protagonista: las clases de teatro a las que la lleva su papá, las visitas al laboratorio de la mamá, las vacaciones en un hotel donde no puede integrarse a la dinámica familiar y se recluye en un cuarto, acosada por una supuesta insolación y el fantasma de una niña ahogada en la pileta de abajo. Cada una de las experiencias que atraviesa la vigorizan, ensanchan su imaginación. También aparece un nuevo gabinete de curiosidades con las probetas y tubitos de ensayo que le trae su madre, el descubrimiento de su propia capacidad de desmayarse, a la par del de las continuas afecciones de su padre, que no termina de comprender pero la entristecen.
Los capítulos se ordenan por una ilusoria cronología, que si bien avanza en el tiempo –infancia, pubertad, adolescencia– responde más bien a unidades temáticas o espacios imaginarios. A veces una misma sensación la atraviesa en diferentes momentos, como un presagio del futuro o una reminiscencia. En este sentido la autora opera sobre la idea de autobiografía: el relato de la vida también es el relato de lo que vuelve, lo que retorna de forma inevitable, como el insomnio, y la literatura aparece como una forma de combatirlo, que la termina llevando a otro mundo.
¿Es la protagonista de La máquina de proyectar sueños entonces una bella no-durmiente, o mejor, una Alicia emancipada armando su propio itinerario de fantasías? Dice Cecilia Szperling sobre todo este imaginario sugerido: “Los cuentos infantiles en la voz de mi madre me resultaban increíblemente melancólicos, devastadores y tormentosos. ¡Justo antes de dormir! ¡Las niñas siempre frente a tantas injusticias! Muertas, dormidas, comidas, atacadas, perdidas, pobres, reinas sin reino, acosadas por madrastras, lobos, reyes malvados. Creo que los derroteros de todas ellas son tan intensos que solo los volví a ver en Justine de Sade o en Dogville de Lars Von Trier. Ana Karenina es de esa familia también. Esa belleza y desamparo, es una marca indeleble. Aún en los tiempos de Freud y de las psicopedagogas escolares... yo al menos, fui tocada por el huso envenenado de esas historias de deseo aterrador y parece que el veneno todavía perdura.”
Solo falta mencionar entonces, dentro de las historias que condensa esta historia, de las heroínas que condensa esta heroína, a la más adulta, que se evoca sutilmente y desata múltiples resonancias: Catherine Deneuve en Belle de jour. La película se la cuenta una compañera más grande del colegio, en una escena típicamente puigiana, durante el tiempo muerto de la hora de comedor. De algún modo su amiga rebelde y más grande está “abriéndole los ojos”, aun más, a esta chica que todo el tiempo imaginamos como una de las ninfas de Da Rin. Es el anuncio de la adolescencia, la protagonista empieza a observar y observarse con más distancia, con más sospecha, traza alianzas que van a permitirle una rebelión más moderada que la de Catherine pero a la vez más productiva y moderna. Modos de escape de Belgrano R y su petit mansión signada por la tragedia que se avecina. Nuevas amistades, canciones, danzas y finalmente la literatura, que empieza con lo que retorna, de los ojos al papel.
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