Domingo, 29 de mayo de 2016 | Hoy
FRANCISCO BITAR
A partir del papel de la cerveza en las formas de sociabilidad y de ocio de su ciudad natal, el poeta y narrador Francisco Bitar se propone un objetivo más ambicioso: reconstruir la historia de Santa Fe a partir de distintos planos, desde el testimonio a la descripción de una cartografía de ayer y de hoy. Historia oral de la cerveza es un libro original y, por supuesto, altamente refrescante.
Por Juan Laxagueborde
En el corazón de Historia oral de la cerveza, reciente libro del poeta y narrador santafesino Francisco Bitar, se advierten al menos dos planos igual de significativos: los hechos sociales y el método para contarlos. Es este un libro escrito desde la memoria de las cosas y motivado por el ritual de sentarse a tomar cerveza. La cerveza concentra metáforas sobre las fuerzas productivas de una ciudad, sobre las fuerzas populares de la celebración y sobre la más impactante fuerza del que toma solo, por gusto o angustia. Da igual parece, porque todos toman: el que piensa, el jodón, el que cuenta, el que trabaja, el que se aburre, el que ama, el que tiene calor, el que tiene frio. A la manera de una historia de la ciudad de Santa Fe, a partir de la función económica y cultural de un producto cotidiano, Bitar encontró la forma de narrar con pericia un mito fundacional de su territorio de vida. La historia de la ciudad como brindis. La historia de la ciudad como desgaste del bebedor. La historia de la ciudad como espuma productiva: “El arte de imaginar un espacio y de imaginar también la manera de ocuparlo”.
El libro es breve sin dejar de insistir en los saltos temáticos como forma de la traducción y la metáfora. Tiene las características de un montaje lúdico. Se superponen varias historias que no convergen en nada conclusivo y eso está bien, porque contribuye a pensar a los hábitos como legados condensados, como tradición llena de secretos. Se suceden relatos y alusiones a un grupo de amigos juveniles, fábricas rendidoras que sustentan la ciudad con su producción, un puente colgante que es emblema y centro de la escena, entre tantas referencias que son una especie de carromato lleno de piedras bruscas o preciosas a ser clasificadas en estanterías de manera azarosa, sin esperanzas de encontrarle la vuelta a lo orgánico de la vida en comunidad.
En la obsesión y la curiosidad, que vuelven al estilo de Bitar una mezcla de Fabián Polosecki, Francis Ponge y Sergio Raimondi, el ritmo de la investigación es directo, endeble ante las emociones y respetuoso del poder real de lo que se palpa como histórico, cuando histórico quiere decir: habitado por fantasmas. El libro propone cómo hacer un libro, porque permite entrever su proceso de conformación, signado por un método sociológico franco, en apuros, sin citar ni referir en detalle la procedencia de los datos, con grabaciones que cuando aparecen volcadas configuran una instancia del conocimiento de sí. Es la bitácora de una historia que no necesita ser contada exhaustivamente porque está sedimentada en la población. Es ese tipo de ensayos que tienen el doble propósito de apostrofar y problematizar. Cerveza y digresiones genuinas del que hurga en lo concreto para llegar a lo más oscuro. Es, desde luego, un homenaje aún sin quererlo al pensamiento salvaje de Levi Strauss, que activaba sensaciones de investigación bajo pastiches y mezcolanzas. Todo en una escala de miniatura existencial y territorial, una observación participante de lo que se tiene a mano, en la memoria, en la casa, o en la ciudad. Pero no es solamente una historia oral, porque establece junturas de todo tiempo y forma. Salvo que definamos la oralidad como lo que resuena. En ese caso habría que seguir pensando, después de la lectura, en el logro del libro como desorganizador metódico de todas las formalidades del conocimiento sobre lo cotidiano cuando está en manos de las ciencias humanísticas.
Es la historia barroca de un territorio a través de sorbos frescos, manera de evocación a la santafesina. Barroca, porque saca de lo que parece la esencia de una cultura una esencia mayor, proyectada a otra esencia que la deglute de nuevo. Es un libro de mil planos, todos los que cuajan y se dislocan en una ciudad, desde su fundación y narración a través de viajeros europeos de estirpe pionera, al puente derrumbado que tienta a los suicidas o la fusión de la industria cervecera narrada por empresarios nacionales arraigados. Es el barroco entendido como la forma de contar los asuntos misteriosos de la materia resignados a encontrar más detalles donde parecía haber un final, sometiéndonos a una nueva interpretación, más fina y abismada, que nos sume en la crisis de encontrarle la vuelta a lo que elegimos decir. Historia oral de la cerveza es un libro metodológicamente barroco, aunque liviano en la escritura. Es un trabajo a partir de incidentes y temas sociales con la atención puesta en describir con prudencia lo que se tiene entre manos. Son rumores en movimiento, acorde a lo que significan las mitologías populares que imantan corrillos, anécdotas, papeles viejos, fotos, pedazos de tejido urbano, botellas vacías, misterios y alegrías.
Bitar también se pregunta por los borrachos que hacen promesas, esos que matan una vida ya muerta y los que fatigan las conversaciones para no dejar de creer en la fraternidad. En definitiva, hay algo en el libro de composición dramática que parece partir del coro loco de una charla de mamados. La ciudad y la cerveza son cosas limitadas pero infinitas en el empuje de la conversación. Porque la cerveza es alimento. Es materia prima, estímulo y combustible social de doble filo.
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