Domingo, 31 de julio de 2016 | Hoy
BERNHARD SCHLINK
En Mujer bajando una escalera, su última novela, Bernhard Schlink arranca con un thriller con aires de novela negra chandleriana que pronto se irá deslizando hacia un terreno más sentimental e íntimo. El resultado es una trama ágil y que mantiene al lector alerta y, en el centro, el personaje inolvidable de una mujer en fuga.
Por Claudio Zeiger
Uno ya intuía que en algún recóndito lugar de los mecanismos estrictos de sus libros anidaba el espíritu sturm und drang de los primitivos románticos, el tormentoso ímpetu de la selva negra contenido por una razonable educación alemana. Bernhard Schlink había dado muestras de ello en casi todos sus libros, en especial El lector, y también en algunos de los cuentos de Amores en fuga y Mentiras de verano. Bueno: esa combinación de Razón y Tormenta es el espíritu alemán. Y Schlink lo sostiene hasta la médula y no lo niega en su escritura. En Mujer bajando una escalera, título de su última novela que remeda el de una pintura porque un cuadro está en el centro del plot, este deslizamiento del corazón se vuelve evidente y central. En el comienzo parece un thriller, inclusive, una novela negra con inequívocos aires chandlerianos. Pero después todo vuela por los aires, el thriller, Chandler, la razón misma, Kant y la casa del ser. Mujer bajando una escalera es una novela de amor, una novela romántica en sus varias acepciones y por lo menos en dos: la popular y la académica.
El protagonista, o mejor dicho, el narrador testigo que poco a poco se irá involucrando en la trama hasta convertirse en protagonista junto a la enigmática mujer que una vez posó bajando desnuda una escalera, comienza recreando una lejana historia del pasado, cuándo él empezaba a tallar en un estudio de abogados y le cae un caso raro, uno de esos que nadie tomaría y por eso se lo pasan a él, todavía en edad de merecer sorpresas. Un pintor le pide que se contacte con un cliente, un poderoso hombre de negocios que se niega a permitirle el acceso a su casa para restaurar un cuadro que le encargó. El abogado contacta al hombre poderoso. Este niega cualquier impedimento. El abogado le comunica al pintor Karl Schwind la novedad. Pero este insiste en los impedimentos. Dice que él va, arregla el cuadro, y el cuadro después vuelve a arruinarse. El millonario, Peter Gundlach, lo sigue negando. Que él tiene la mejor con el pintor. Pero el cuadro se sigue arruinando. Aparece en vivo Irene: la mujer del cuadro. El abogado se entera de que la mujer que acompaña al pintor es la mujer del cuadro. Y que huyó con el pintor. Y que a través del cuadro, el millonario y el artista (todavía bohemio y pobretón) se disputan a la mujer del cuadro. El abogado, cerrando el hasta ahora teorema de los sentimientos, se enamora de Irene. Irene le pide ayuda para quedarse con el cuadro y burlar a los dos hombres. El abogado se la da, poniendo en riesgo su incipiente prestigio y sobre todo desafiando al hombre poderoso. La mujer burla al par de hombres posesivos e irritantes pero en su última movida deja al abogado pagando. Pasan muchos años y todos vuelven a reecontrarse en esos juegos del destino que ya son marca registrada de Bernhard Schlink.
Hasta aquí, se podría pensar que el terreno es firme y conocido: la geometría del amor, los “dilemas” éticos e íntimos como principio constructivo, la culpa enraizada en el pozo del deseo. Pero paulatinamente, hasta llegar a la segunda parte en la que el abogado y la mujer que bajó desnuda la escalera vuelvan a verse cara a cara después de la devastación del tiempo, algo se desata. El narrador va a reclamar lo suyo. Y lo suyo es el pasado. Y tambíén podría sostenerse que este reclamo por el pasado, esta indagación acerca de lo que fue y podría haber sido, es central en cada novela, en cada relato de Schlink. Sólo que aquí se agrega un matiz: por primera vez la indagación del dilema aparece signada por una pregunta existencialmente aterradora para el personaje tipo de Schlink: ¿y si el pasado no tuviera sentido? ¿Si más allá de ser inmodificable, terrible o aleccionador, fuera irrelevante, sin consecuencias, sin sentido? Estas inquietantes preguntas lo son particularmente para alguien que al comenzar la novela, reflexiona con melancolía: “No había nada de lo que yo pudiera desistir ni nada en lo que no se pudiera prescindir de mí. En todo lo que tenía por delante era sustituible. Lo único en lo que era insustituible era lo que quedaba atrás”.
No es lo mismo creer o intuir que la vida no tiene sentido (convicción que abre la puerta al nihilismo o a un más mesurado escepticismo) a creer que el pasado no lo tiene. Esta última sospecha amenaza con quitar el suelo bajo los pies. No es lo mismo que tirarse en la poltrona o mirarse al espejo y clamar nihilismo. Es algo mucho más vertiginoso. Y por eso, la segunda y tercera partes de la novela encontrarán al abogado embarcado en una aventura que se permite tener (o, mejor dicho, no se permitirá no tener) aun cuando le signifique no sólo revolver las heridas sino someterse a una serie de humillaciones y vejámenes sentimentales totalmente contrarios a su bien ganada reputación, y también a la propia versión que él tiene hasta ese momento de sí mismo.
Si para llegar hasta el desenlace de este reecuentro hay que sortear ese laberinto un poco retorcido y sofisticado del pintor, el millonario y la ninfa, si al lector todo le parece un poco forzado por el afán de hacer teoremas con los sentimientos, pues bien, arremangarse y avanzar porque la recompensa vale la pena.
En este bloque de la novela, por fin, nos encontraremos con la belleza desnuda. La de la mujer y la de la vida entera. El paisaje es una especie de casa o lugar en el fin del mundo; un paisaje tan ideal como inquietante en Australia, a merced de las fuerzas desatadas de la naturaleza, contra toda idea de un turismo normalizado. En ese paraje inhóspito y antiburgués, el abogado, ya envejecido pero aun conectado a los nodos del deseo, asistirá a una agonía sin par, a la experiencia que quizás buscó toda su vida, en tantos libros: encontrarse cara a cara con el pasado de verdad, no en experiencias mentales o intelectuales. Encontrarse con el cuerpo del pasado y buscar “in situ” la respuesta acerca de su sentido o sinsentido. Puro sturm und drang.
Y el pasado puede tener sentido o no. La Historia lo mismo. El paisaje, la naturaleza toda, pueden ser un signo indescifrable. Lo importante es que la mujer siga bajando la escalera, inolvidable, hasta el final.
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