Domingo, 28 de agosto de 2016 | Hoy
PABLO RAMOS
Más que un libro autobiográfico, Hasta que puedas quererte solo es un conjunto de crónicas del yo en las que el escritor Pablo Ramos juega en el borde confesional, a incorporar a los personajes de sus ficciones anteriores y a sus encarnaciones reales, bajo la ley de los doce pasos: cada una de las etapas que Bill Willson, el fundador de alcohólicos anónimos estableció para empezar a salir de una adicción, de la ansiedad y de la angustia. Y lo hace con un estilo descarnado y tierno a la vez, lejos del discurso de la autoayuda.
Por Damián Huergo
Las sobrelecturas del axioma “primero publicar, después escribir”, que lanzara Osvaldo Lamborghini, impulsaron a una generación de escritores a ponderar la construcción de la figura de autor por sobre la creación de una obra; o, en el mejor de los casos, los alentó a darle forma a una especie de cyborg writer en donde –mediante la autoficción– la obra empezaba donde terminaba la vida privada de cada uno. La estética del “escritor maldito”, del reviente sin causa, de la noche cargada de drogas y alcohol, fue una de las más consumidas en la góndola de las vanidades e identidades locales. A grosso modo, al escritor Pablo Ramos se lo podría incluir dentro de esta serie, salvo que su trayectoria de vida y como escritor fue diferente, muy diferente. Pablo Ramos ya llevaba una vida maldita –que no se limitaba a los años locos de la juventud– antes de entrar a la literatura profesionalizada; previo a ganar ese premio que le “cambió la vida”, según sus palabras, en referencia al premio Casa de las Américas de Cuba por su buen volumen de cuentos Cuando lo peor haya pasado. En su último libro, Hasta que puedas quererte solo, Ramos vuelve sobre esos años malditos y maldecidos y sobre los muchos que le siguieron siendo ya un escritor édito y muy leído, exitoso, podría decirse. Lo hace a partir de la escritura de doce crónicas del yo; una por cada etapa del Programa de los Doce Pasos que creó Bill Willson, el fundador de Alcohólicos Anónimos, para ayudar a salir de las adicciones o, al menos, para dejar de rebotar por un rato contra las paredes de ese laberinto al que se le supo entregar el alma.
Vale aclarar que Hasta que puedas quererte solo no es un libro autobiográfico, aunque desde el prefacio Ramos ponga en juego su experiencia personal con las drogas, el alcohol, la escritura, las mujeres y el dolor (quizás no en ese orden), como materia cruda y expuesta de los textos. Si en sus libros anteriores, en particular en la novela La ley de la ferocidad, Ramos le daba orden y sentido a sus demonios (¡para eso escribimos!) a través de la voz narrativa de su doble de riesgo Gabriel Reyes, en estas doce crónicas abre una puerta más de su esfera íntima: presenta –y a su modo honra– a las personas que amó, sufrió, acompañó, lastimó y luego transformó en personajes de sus ficciones. Sucede en el desolador “Las líneas de mi mano”, en donde narra el subibaja de vivencias en un prostíbulo de Constitución con la “verdadera Andrea” detrás de la Andrea de sus novelas. Y, también, entre otros, en el fundante “El vacío sagrado” que tiene como eje a su hermano, el doble que lo completa, el niño que lo acompaña en la foto que hace de portada del libro: en palabras de Ramos, “el origen de mi literatura, la persona que usé para crear el personaje principal de casi todo lo que llevo escrito. Usé sus dos nombres (...) y sus características más blandas que, sumadas a mis miedos, mis carencias y mis defectos, formaron al Gabriel literario”.
Una de las características de la literatura de Ramos, como en la de sus admirados Hemingway y Cheever, es la de rastrear –con una prosa realista, directa y por momentos con ínfulas epifánicas– la ternura dentro de la desesperación, lo naciente que incuba el dolor, la cercanía fugaz de la incomunicación entre dos personas que creen que se necesitan. A diferencia de sus otros libros, Hasta que puedas quererte solo pone el foco en la recuperación, en lo que viene después del dolor, en la superación de un estado belicoso -la mayoría de la veces con uno mismo- que debe ser contado una y otra vez para terminar de purgarlo.
A lo largo de cada uno de los doce pasos, Ramos reflexiona sobre la escritura y, cada tanto, traza analogías con la recuperación de un adicto. En especial, se pregunta por cómo escribir estas historias sin caer en lugares comunes; sin realizar una mera descripción metafórica de los acontecimientos; y, sobre todo, sin moralizar el esfuerzo de la abstinencia con el lenguaje de la autoayuda que insiste en la supresión/superación del conflicto. Por eso Ramos elige contar con una tendencia vitalista, marcando el roce con los otros cuerpos y no aludiendo a la fuga individual. Lo hace al narrar las explosiones de una relación agresiva en Berlín, como sucede en “La emperatriz de Charlottenburg”, o al acompañar la extinción de la vida sabia y triste de Rolando en “El albañil y el filósofo”. Así, Ramos le esquiva al lenguaje de la autoayuda, a la calma perpetua del que busca su salvación alejándose del conflicto. Por el contrario, Ramos lo toma con uñas y dientes, lo sacude y lo transforma en la antesala de la creación de toda su literatura.
El Programa de los Doce Pasos, al comienzo, propone ir al encuentro del Poder Superior; hacer un movimiento espiritual hacia el otro -tenga la forma que se le quiera dar- para que uno no siga devorándose por dentro ni maltratando el afuera. En otras palabras, propone buscar algo que tape el vacío que las drogas y el alcohol agrandan vaso a vaso, línea a línea. Ramos, escribe que lo encontró en “la Ternura, en lo contrario a la Ferocidad”. Y agrega, con ética spinoziana: “La ternura es una herramienta de tolerancia, que permite que la palabra ‘desconocido’ deje de sonar a peligro y comience a sonar a posibilidad”.
En las doce crónicas del libro, Ramos cuenta el lado tierno del dolor. Es lo que selecciona, lo que recuerda, lo que carga en su memoria física y afectiva. Al fin y al cabo (lo sabemos desde la épica de Funes, el memorioso), en la literatura no existe ni tienen sentido la totalidad de los hechos. La escritura autorreferencial se abre paso entre lo dicho y la omisión, entre la verdad y la imaginación, entre la biografía y la ficción.
Ramos, en Hasta que puedas quererte solo, le da una vuelta de tuerca al yo egocéntrico que protagonizó muchas de sus páginas. Se reconcilia con él, lo acompaña, lo ve transformarse paso a paso; una singularidad que se abre, se comparte, se hace colectivo: un yo que deviene nosotros.
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